martes, 17 de julio de 2012

Machookca ("machuca")



Al son de alto, me detengo, y te lo digo. No importa donde estés, si el azar no quiso otra cosa estarás lejos, en algún lugar desde el cual presumirás de ignorar ser la dueña del mensaje, y si mi intención se corona, te tendré cerca, a una distancia breve, mínima, innecesaria, y podré mirarte a los ojos y ver en ellos el reflejo de mis labios, y mirar tus labios por si acaso tu intención es mirar su reflejo en mis propios ojos, y nos diremos recíprocamente machookca, en un instante fugaz, escaso, tras el cual dejaré caer los párpados, pesados como los cajones de las viejas cajas registradoras, intentando retener en mi memoria las luces y sombras de tu rostro.

¿Y si la vida se resume a esto?. Iré por ahí, pensando, repitiendo para mi mismo machookca, machookca, como un mantra hindú. ¿Y si sólo pudiera usar esta palabra, y si no pudiera pronunciar ninguna otra, iría por ahí, mostrando machookca, saludando machookca, preguntando machookca, compartiendo machookca. Comportándome de una manera primitiva, obligado a que mis ademanes, mis gestos, mis ojos y mis manos hablen por mí, cuando te exija ¡MACHOOKCA! o te proponga ¿machookca? o sencillamente machookca, así sin más.

¿Y si me libero aun de la voz?. Ya ni siquiera hablo, tan solo divago por el espacio, dejo que el aire me lleve de un lugar al otro, remontando y derivando las corrientes, permitiendo que mis erráticas órbitas se crucen y fecunden con todas las órbitas ajenas, incluyendo las tuyas, que de tan ajenas me duelen, con un dolor tan persistente que me permite ignorarlo, olvidarlo, no lo siento, ya no lo siento y puedo estar días sin sentirlo (quizás hace una vida que me acompaña agazapado), pero alcanza una vez, alcanza un suspiro, un roce, para reverdecerlo todo, y cuando eso ocurre, todo me duele, todo mi cuerpo me duele, todo mi ser me duele, me duele tu sombra lejos de la mía, me duele no respirar el aire que exhalás, me duele no escucharte cuando caminás, cuando abrís la puerta, me duele no robar comida de tu plato y no tener la oportunidad de alcanzarte un café para jugar al juego de esconder que hay otro interés en el contacto con tus manos -que no fue casual, por si aun lo dudas, y me laceran esas dudas-, y me duele no ser yo quien te coloque el abrigo sobre los hombros y más me duele no ser yo quien te lo quite al recibirte.

¿Y si me libero de todo?. Ya no tengo ataduras, ya no tengo referencias. Cierro los ojos, cierro fuerte los ojos y los vendo y ya no veo, ya no sé donde estoy, donde estás, donde está cada uno de los otros; ahora es un sueño, nado en plasma, inmerso en un útero gigantesco, un mar placentario y tibio, plácido, en el que me muevo como un pulpo, extiendo y contraigo mis brazos y mis piernas, busco, no busco, encuentro, no encuentro, y sos todos los animales del mar que recorro, sos la medusa que me invita con sus movimientos curvos, sos la anguila inasible, sos la mantarraya cuya electricidad contrae mis músculos, sos un pez que se camufla eligiendo el color de las paredes y las cortinas, y sos el cardumen que me evita como en los juegos infantiles, presto a disgregarse ante mi presencia cuando me dirijo a él para cerrar filas nuevamente detrás mío; y sos el barco hundido cuyo tesoro ansío y sos el anzuelo cuya carnada muerdo y sos las redes en las que caigo y sos todo, sos todo el fondo del mar, el lecho marino y los volcanes submarinos y la Atlántida y el agua salada y la sal del agua y la arena y los caracoles y los erizos y no hay nada, no queda nada aquí que no lleve tu presencia, y mis branquias destilan el aire, el oxígeno del mar, al cual le grito y le reclamo y le imploro una y otra vez tu nombre, Machookca, pero de mi boca sólo salen burbujas sordas que no te llegan, irremediablemente ascendentes, que se escapan sin herirte hacia la superficie donde estallan.

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