viernes, 20 de julio de 2012

Ches amis

La nuit
des mes nouveaux amis

Me gusta cocinar. Hay algo de entrega en ese mettier. Podría, con esos mismos ingredientes, zanahoria, repollo, cebolla, hacer una ensalada, y también seria alimento, pero las oportunidades son pocas, y esta quería aprovecharla. Poder estar ahí, un rato, ofreciendo mi tiempo y algún don, compartiendo lo que me gusta.

Dejé invadir mi espacio. Por no hacerlo solo, permití que otro corte las verduras, disimulando al principio mi contrariedad -no fueron cortadas como es debido-, poco después aceptando las diferencias -no todo el mundo las corta como yo-, y finalmente, aplaudiendo la diversidad -que bueno que las cortés así, como mejor te parezca, jamás se me hubiera ocurrido ese modo-, y en realidad, me encantó la ayuda, me encantó no estar solo en la cocina, me encantó callarme la boca y morderme la lengua y dejar hacer, me encantó ver gente haciendo cosas que nunca antes había presenciado.

No sé si el auditorio dudaba del proceso o desconfiaba de mi capacidad, puesto en esos términos suena mal, ofensivo, o por lo menos raro, quizás debí expresarlo de otro modo, pero escuchaba las voces de gente preocupada por aportar su grano de arena, por participar, por asegurarse el mejor éxito posible de mi esfuerzo, sugiriéndome colocar un ingrediente primero y otro después, controlar el fuego, que todo se cocine a su ritmo, que no se pase ni quede crudo, (¿a eso te referías con lo de que la cocción debe hacerse al ritmo del ingrediente mas lento?), ajustar la sal y la salsa de soja, un poco más de vino al disco -y otro poco para mí, que lo merezco- y a ejercitar la paciencia, vigilarlo y removerlo cada tanto, que los sabores se impregnen, que los ingredientes se amalgamen entre sí, y cuando ya está listo, cuando ya está a punto, falta poner la mesa, y cuando ya nada falta, falta que nos sentemos, y finalmente, fuimos como Fuenteovejuna, urdiendo el crimen.

Esta escena se repitió, idéntica, a la hora del postre. Me costó trabajo preparar esas manzanas, estaba disperso, como en otra, pero fue bueno que me haya ganado cierta confianza de los reunidos, ya nadie opinó -sobre la fondue de manzanas- mientras la aprontaba, ni siquiera el principal accionista, que miraba de reojo de tanto en tanto, más preocupado en encontrar la manera de decir lo que todos sabemos sobre lo que todos sabemos, pero de una forma tal que logre penetrar mi testarudez.

Azúcar, manzana, canela y limón, en cantidades y proporciones difíciles de mensurar. Soy apegado al método, y en otro contexto hubiera pesado las manzanas, medido la canela y lo demás, porque no son lo mismo 3cm3 de canela que 4 pocos, pero anoche no pude, sencillamente encontré y puse, a ojo, confiando en que si otras veces me salió rico, esta vez también sería así, y así fue. Sencillamente hacer, tratando de hacer bien, pero haciendo como me salga, sin sentir miedo al error ni a estropearlo ni a que no tuviera aceptación.

En ese punto hay una contradicción con la comida; el chop suey debía salir bien, imperiosamente debía salir bien, porque muchas cosas dependían de ello. Era la comida de todos, era la nuestra, todos aportamos ahí y no había un plan B, si no salía bien todos terminaríamos contrariados. Acumulo tensión en esos casos, cuando el fracaso no es una opción, cuando el resultado importa y tiene que ser uno y no otro, me cuesta vencer el miedo, actuar con naturalidad, sencillamente hacer.

A la hora del postre la situación era diametralmente opuesta. El postre era un accidente, una propuesta adicional y tardía, y si hubiera salido mal, al pozo del jardín y ya, lo lamento muchachos, y a otra cosa. Quizás por eso, por estar a cubierto del error, lo hice como lo hice, confiado en hacerlo bien, y si no que la vida me lo demuestre. Cuando no temo perder, apuesto sin pensar y medir.

Tuvo aceptación. Sé que será imposible volver a hacerlo y que salga igual. Lo probé, apenas, lo dejé a los demás porque no lo hice para comerlo yo, sino para que otros lo disfruten. Mientras daban cuenta de él, recordaba a la tante Marie recordar mas temprano -didácticamente- que enviudó en siete meses, siete meses pueden ser la diferencia entre una vida y otra, siete meses atrás era diciembre y comenzaba el verano y en siete meses más se terminara el verano que hoy aun no empieza y nos parece tan distante. Recordaba a Drexler también, otro que te dice lo que sabés pero de la manera en que necesitás que te lo digan. Entre esa nube de recuerdos le dije a la dueña de casa, "esta puede ser tu última oportunidad en la vida de probar esto", una trivialidad chistosa, una frase ocurrente, si la aplico a un poco de manzanas cocidas.

Y volver aquí, rato después, y encontrar tanto para decir, tanto para contar, y ver como las palabras se escaparon. Recordar las caras, la gente hablándome, hablándome con una claridad absoluta, y yo recuerdo apenas las palabras con las que todos, todos, todos querían contribuir; hay un momento en que el mensaje no viene en las palabras, sino de ojo a ojo, de ser a ser; hay un momento en que las palabras son música, son paisaje, son decorado, y buenísima la música y el paisaje y los decorados y buenísimo todo, pero me quedo con las sonrisas y las miradas, los platos vacios y las botellas secas, y esa sensación de ser un niño otra vez, al cual hermanos y tías mayores le hablan y le explican, le instruyen y aconsejan, le enseñan y encarrilan.

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