jueves, 25 de abril de 2013

Coincidencias MU

De la noche de anoche
no voy a decir ni Mú,
tan sólo gracias
que quizás explique.

El lugar que yo quiero existe,
es este lugar
sano
-a salvo no está nadie-,
tengo dos cosas para ofrecerle
a una misma persona,
no todos tienen dos opciones,
para muchos hay una
y para todos hay por lo menos una

La historia del teléfono
la conozco de memoria,
con algunas personas la sigo viviendo
incapaz de encontrar la letra en común,
de darle nombre, de darle vida propia
afuera de nosotros mismos.

Aplaudo a una actriz
que es igual a como era
cuando tenía esa edad
una de las personas
con que me distrae mi conciencia
y creo que a veces
también mi inconsciente
repite coincidencias.

El vestido amarillo
me recordó a Cali,
una de las ciudades
de las que suelo recordar
los recuerdos de los recuerdos
de cuando tenía
la edad de la actriz
que me recuerda
a otra edad de otra persona
que me gustaba
de una manera otra.

Recibir un regalo
y un regalo de cumpleaños
aunque no sea creíble
la coincidencia.

Una figura inquietante
disfrazada de oscuro,
gentes conversadoras
y personas que no reconozco,
muchas ganas de escribir
que renuncié
para meterme adentro,
estar adentro,
la responsabilidad
y el pudor
por la imagen ajena.
conocidos y ausentes,
una gesta colectiva
que no me deja inmune
a la belleza en portugués,
al desgranar de uñas y cuerdas,
a un moño de regalo,
al dibujo premonitorio
de un hombre solo
con el corazón herido.

Aparece en escena
el fantasma de la madre
de la nueva generación,
desenfoca,
cambia el clima,
coincide con la niebla en el camino
en la que me muevo con cierta imprudencia,
la necesaria.

La mano
mide lo que puede,
se hacen transacciones,
se registran caras
cuyo nombre y contenido olvidaremos,
por lo menos
hasta la próxima coincidencia.

Y de repente
una hemorragia,
una sangría,
una calle cortada
desde hace un siglo
y el orgullo
colgado en las paredes,
un epílogo
digno del prólogo
es lo que queda
cuando es tarde
la hora de la noche.

viernes, 19 de abril de 2013

Abrazo

La palabra abrazo
lleva unos días conmigo,
molestando,
queriendo decirme algo
con un gesto
entrelíneas,
engañándome
desde un mapa del tesoro
que me promete
el mapa verdadero
del tesoro de verdad.

Y yo le creo,
claro que sí,
y por que no
encontrar en tu abrazo ese tesoro,
una verdad tautológica,
el tesoro del abrazo del tesoro.

jueves, 18 de abril de 2013

Amor Moebius


Un racimo de balas
altivas y verdes,
un cadáver incierto.

La medianoche 
cenicienta y el grito
 error tenaz del orgullo,
tantos nortes cardinales 
y el olvido tan vacío,
luz por odio en el espejo,
el lamento se seca
en la arena como lluvia.

El silencio o el sendero
hacia el amo de la piedra,
el laberinto escribe 
en la hoja sin final
deseo,
 no,
deseo,
no deseo.


lunes, 15 de abril de 2013

Estar

Olvidarme
lo que estaba por decir
sobre un escenario y una noche,
recordar palabras sueltas,
la idea de escribir,
el verso recurrente
que nos visita
y se retira.

Memoria de la noche que no fue,
la conversión del momento en otra cosa,
lo imposible de nombrar el origen
o la ventaja de olvidarlo,
un viaje de ida que recuerdo
desde antes de partir,
la satisfacción de lo eterno
puesto a prueba
y derrotado,
de un paso más,
y de otro más
después del último,
el drama griego,
el ser o estar,
ese viaje interior
tantas veces caminado,
la alegría desenfrenada,
la pasión puesta en escena,
el porqué si y el porqué no
tan jubilados.

Paso al ser del estar
y deshago el andén
con la duda del destino,
me subo al tren que me devuelve,
tomo contacto con lo real,
con un reloj que acusa
como la abuela bondadosa
que simula retar al niño
que pellizca golosinas.

Querer levantar vuelo una vez más,
que la noche no termine,
que la función siga,
y siga,
y siga siguiendo
cuando se cierren las puertas
y se haga la cuenta de las opciones,
cuando se pase revista
a los fantasmas y a los muertos,
cuando no queden testaferros,
mientras desangra la herida
cuyo parto no sabemos.

Presentarme con aplomo,
tomar nota
de que soy alguien más,
de que me escuchan,
la noche
tiene mucho de desierto
con sus oasis,
la verdad
es que nada ha sucedido,
todas estas medidas
son una cara de mi pasado
fresco y reciente
desde hace apenas,
sobrevivientes de un sueño
que aun no he conciliado,
distracciones en el aire,
espuma,
una colección
completa de sorpresas,
lo inesperado
puesto a la vista,
un designio,
un nuevo olvido
en la estéril búsqueda
de lo que no trajimos.

Pendiente de la cuenta regresiva
hasta el final de los colapsos,
la espera se hace tedio,
la noche se apaga,
suena la bocina
del barco sobre los rieles,
en una estación de trenes
que numera los muelles
se huele hasta el silencio
y mi voz retumba
en el plástico, el vidrio y el metal,
no temo a nada,
ni siquiera a la promiscuidad
de una oreja
que se peina desatenta
y acerca su espalda
hasta la mía.

No quiero recordar
la conjugación del verbo estar
mientras escribo un poema
pero el ser
tira y afloja
en la pulseada
y ahora pienso
en cuando lea esto,
quizás en unas horas
o mañana,
estoy o soy
es la pregunta
que me hace
el padre de la lengua inglesa
con una calavera en la mano,
o con un globo terráqueo,
o un pollo muerto,
o una ristra de ajo,
la pregunta traducida
en todos los idiomas,
hasta el de los peces y las plantas.

Camperas negras
del color del miedo,
ganas de callar los ojos
y asegurar dos cosas,
o tres, o cuatro,
la tentación de mantenerme en pie
cuando lo diferente se impone,
cierro la puerta,
cruje la quilla
al abrirse paso
y el agua se permite
como Salomón y Moisés,
me esmero en hacerme
la crítica de hoy,
en conocer los detalles
pero la opción es fluir, fluir
viento en popa,
máscaras a proa.

Contar la primera de las cuatro estaciones
y saber que faltan tantas
o una menos,
sin necesidad
interrumpo el silencio necesario
en la tercera respuesta a la pregunta,
un sitio donde no sé
si soy o estoy,
el recuerdo de algunos nombres
y algunas intenciones,
la certeza de una cama vacía
en todos los lugares que no ocupo,
pasajeros que suben y que bajan,
gente que circula por su espacio
como los pavos reales en invierno.

sábado, 13 de abril de 2013

Estupidez y orgullo

Una vez más me olvido el monólogo que quería dar. Algo empecé a escribir, y me acuerdo retazos. Hablaba del orgullo y la estupidez, pensando en nosotros, pensando que me cabe más la estupidez que el orgullo. No quiero cambiar la palabra estupidez, me parece muy fuerte, muy poco literaria; podría decir timoratez, tibieza, pero a esta altura esas palabras se quedan cortas. Siempre creo que nos hablamos, sin mirarnos, nos mandamos mensajes, nos cruzamos canciones. Lo que dice Girondo lo sentí como munición gruesa. Me tienta hacer una especie de alquimia entre el álgebra y la memoria, como si tuviera alguna utilidad poder argumentar haber hecho intentos antes de justificar mi deserción, de la que estaba más o menos seguro. No hay mucha distancia entre el odio y el amor, y respirar ese enojo logra cualquier cosa menos convencerme de haber estado equivocado. No soy la misma persona de hace tantos años, no soy la misma persona de la de hace unos meses o unas semanas o unos días. No soy la misma persona de hace tres horas y tampoco soy la misma persona de mañana. Muchas veces le tuve temor al no. Hace un tiempo le tuve temor al sí. Sentir que yo quiero y vos querés, y dudar de si merezco. Sigo acumulando palabras y frustraciones, errores, omisiones. A la estupidez de no decirte lo que siento le sumo la estupidez de pensar que tu orgullo te impide hacer un gesto, como si tuviera prohibido hacerlo yo, como si no pudiera tomar el teléfono sin ninguna otra excusa. Me demoro pensando en la ocasión, el momento adecuado, el pertinente, hoy no porque no, si mañana, y mañana porque si, porque no, porque otro día. Me resulta tan difícil ser cobarde, y decir basta para siempre, y a otra cosa, y no me importa, y ya no quiero, y mejor así, y si no fue no fue, porque no tuvo que ser, porque no era, no correspondía. Escribir cien veces en la pared no debo, no debo, no debo, no debo. ¿Y porque no? creérmelo, darlo por cierto, emborracharme, olvidarte veinte años otra vez. Al fin y al cabo, nadie nos obliga a ser felices.


jueves, 11 de abril de 2013

Bicicleta Nocturna

Hay una hora,
un momento del día en la noche
en que Buenos Aires se vacía
cuando la gente normal desaparece
y sólo quedan los restos,
lo que sobra,
lo que se esconde mal,
lo que no debemos desear ver,
una oferta de sexo dudoso,
corrillos de drogones por Constitución
buscando la manera
de conseguir otro porro
o una bolsa de merca
o quien sabe que, o una cerveza
y algunos homosexuales
que nadan esperanzados
conocedores
de que se acaba la baraja
y aun no completaron juego.

Me siento impune e inmune
como si mi bicicleta me volviera invisible
de la gente que se baja de los taxis
y los taxistas que peregrinan
buscando un pasajero trasnochado,
algún borracho con plata
o una puta particular
con servicio a domicilio.

Mis piernas
en piloto automático
disfrutan
la falsa como todas las promesas
y falsa como todas las seguridades
promesa de seguridad
de una senda reservada
en la que sólo me crucé
con una persona mujer
en quien mi voz y mi pose de poeta
no hacen blanco ni sombra.

Un giro de noventa grados
sugerido
por una marca en el pavimento,
una plaza vacía y enrejada
por un cinturón de castidad municipal
que la preserva
del ultraje
de la gente que vive a las estrellas.

Aprovecho la cuesta
pedaleo y acelero
la bicicleta y yo barranca abajo
favorecidos por el azar de los semáforos,
alcanzo a ver una rata valiente
peregrinar
de un escondite a otro.

Cerca del Once
aparecen más personas,
padres con niños, parejas
y más hombres,
se ve el miedo
en los ojos asustados
de la gente cuyo refugio
está en las oficinas
al cruzarse
con los revolvedores de basura,
con los seres que desprecian
su lugar en el sistema,
más travestis, más ebrios,
mas drogados, desahuciados
de una ciudad oculta que no duerme,
gente inmóvil que mira
con los ojos del águila
buscando un provecho
que algunos llaman injusto
y para otros es apenas
un plato de comida.

Buenos Aires de noche
por las calles escondidas,
por los lugares
que recomiendan evitar,
donde anida
lo sucio y lo malo,
la escoria y el descarte,
las almas
cuyo cartón de lotería
es un abecedario de ceros,
condenadas al desprecio,
a vivir entre la mugre,
a comer de la basura,
a dormir en los rincones,
a vestirse con las sobras
y a exigirnos la moneda.

Ya dejo atrás
la primera mitad del Once,
pedaleo, pedaleo
por una calle flanqueada
de edificios apagados
donde se evita la luz
y se arrugan las sábanas
y se duerme pensando
en las obligaciones de un mañana
de comercio, de oficina, de colegio
o de otras formas del engaño,
o en salir de putas a premiarse
o en salir a pagar premios
chupando vergas y negando besos.

Le pregunto
por la calle a la que voy
a un extranjero
que atiende un quiosco
en su propio país,
le pregunto de nuevo
a una mujer sola
que exhibe impúdica su miedo
previsor de un ataque
al que teme
como excepción y como norma.

Esquivo gentes en las veredas
paseadores de perros
que buscan complicidades,
proyectos de burgueses
que hacen fila en un Mc Donalds
para agradecer
un redondel de mierda o carne,
unas papas fritas
y un vaso de gaseosa, hielo y agua
con las burbujas perfectas,
esféricas y cronometradas.

La calle Gascón
es una promesa cierta,
llego al lugar
donde yo y mi insomnio y mi conciencia
nos refugiamos de nosotros mismos.

miércoles, 3 de abril de 2013

A proposito del 2 de abril


















Entre las muchas heridas abiertas de nuestro pasado reciente, del pasado del cual al menos fui testigo vivo, esta pendiente el reconocimiento pleno a quienes fueron victimas de la inoperancia de nuestros mandos militares hace dos generaciones.

Para quienes no frecuenten Plaza de Mayo, ahi hay un grupo de soldados sosteniendo un reclamo justo y desoido, al que quiero darle mi voz: todos los soldados afectados a la quimera militar merecen el reconocimiento de la nacion. Este reconocimiento tiene varias formas, y -por algun motivo que no entiendo- nos llenamos la boca de palabras pero -como pais- no metemos la mano en el bolsillo.

El dinero no paga nada, pero ese no es un motivo para negarlo. Todo no se compra, todo no se vende. Algunas cosas no tienen precio. Pero si el reclamo es economico se debe atender, sin mas demoras. Como a las victimas de la represion ilegal, como a algunos soldados, como la ayuda a familias en situacion de crisis, como los subsidios.

Mas allá de que una guerra es una calamidad, una guerra como aquella cuyos muertos recordamos hoy fue nefastamente absurda, por inutil, por temeraria, por innecesaria.

Tengo fresco el recuerdo grotesco de un general cuyo grado militar era tan grande como su grado de alcohol en sangre, balbuceando sin poder terminar de enderezarse el anuncio de una aventura militar a cuyo previsible resultado cabe agregarle -si uno es optimista- el retraso de varias generaciones en la recuperacion de las islas.

Algunos creimos, otros aun creen, que esa gesta fue una consecuencia de la primera manifestacion popular adversa al regimen. Error. Nuestros afiebrados militares creyeron a pie juntillas la parabola de David y Goliat, y fuimos con la honda en la mano a presentarles batalla por si querian venir, creyendo que Estados Unidos no tomaria partido por Inglaterra y que el primer mundo nos venderia mejores armas que las que guardaba para si mismo.

Para que no se diluya lo que defiendo:
RECONOCIMIENTO PLENO A TODOS LOS SOLDADOS AFECTADOS A ESTA GUERRA.
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