domingo, 6 de noviembre de 2011

Objeto

Elijo específicamente la palabra OBJETO, en singular.

En general, buscamos el significado de las palabras por sus iguales, y en algunos casos, por sus opuestos. Si debiera usar otras voces para la palabra objeto, llamaría a un objeto cosa, artículo, ítem. Ninguna de estas palabras me resulta cálida, las siento todas como desalmadas. También podría decir que un objeto es un bien, que es casi lo mismo, pero sugiere que hay un dueño del bien, un propietario de la cosa en cuestión.

Y si quisiera definirlo por lo opuesto, la primer palabra que me surge es sujeto, pero más que opuesto es complemento. No se me ocurre una palabra enteramente opuesta a la palabra objeto. Objeto y sujeto entonces. Objeto dijimos que puede ser un bien, el opuesto del bien es el mal, pero este juego de palabras parece inconducente. Como el ying y el yang, que parecen contradecirse, pero en realidad se complementan, veo la relación entre sujeto y objeto, una relación armónica e integrable, donde ninguno de los dos términos puede comprenderse sin el otro.

Creo que la diferencia entre un objeto y un sujeto es el alma. La existencia del alma es lo que permite que algo sea sujeto en vez de objeto. No veo otra diferencia. Podría mencionar la vida, la propiedad de la vida como diferencia entre un objeto y un sujeto, lo que sería cierto si entendemos que es igual tener alma y tener vida. Descreo de esta equivalencia, y defiendo el alma como distinción entre estos conceptos. Quizás por esta idea, que recién ahora se me hace explícita, me anticipé a considerar como desalmadas las distintas formas de decir objeto.

Rodamos por el mundo, con los sentidos alerta, percibiendo algo que llamamos realidad. Una realidad que para cada uno es diferente, una experiencia de percepción e integración personal e intransferible, alimentada desde el exterior por nuestros sentidos y desde el interior por nosotros mismos, nuestros temores, ilusiones, deseos e historias. Vamos por ahí, cruzándonos con objetos y sujetos, rodeados de ellos, clasificando sin cesar. Aplicamos nuestro punto de vista, lo que en ese momento y lugar es para nosotros nuestro punto de vista, separando sujetos y objetos, objetos queridos y cosas, sujetos apreciados y despreciados, y la mayor cantidad de veces, objetos y sujetos ignorados.

Objetos o sujetos. Hay un proceso de metamorfosis entre ellos, que intentaré explicar a continuación, con argumentos que confío alcancen a comprender como algo más que un juego de palabras.

¿Que nos pasa con los seres que no ignoramos?. A los seres queribles, los tenemos con nosotros, nos acompañan, de algún modo nos sujetamos a ellos, y al mismo tiempo, los hacemos objeto de un querer. Estos seres, estos afectos, a los que hacemos objeto de una relación, son sujetados como dije, y a partir de ahí, adquieren plenamente su condición de sujetos, sujetos sujetos.

Con un razonamiento análogo, a otros seres los hacemos objeto de otros sentimientos, de distinto signo, sentires que podríamos agrupar aceptando la simplificación en el paraguas de los afectos negativos. En general y por fortuna, estos seres son menos que los apreciados, y en general tendemos a liberarnos de ellos, tendemos a olvidar, salvo alguna ofensa superior, en cuyo caso podríamos analizar si vale la pena el recuerdo o es mejor el olvido. Y tan pronto como el sentimiento y el olvido nos liberan de su presencia, dejamos de estar sujetos a estos seres, que pierden ahora su condición de sujetos, dejan (para nosotros) de ser sujetos plenos. A estos seres, cuya condición de sujeto objetamos, los hacemos objeto de esta objeción, y en última instancia, objetos.

La existencia de alma, en un ser o una persona que no conocemos, es un preconcepto pendiente de verificación. Es difícil afirmarlo, pero en estos casos la condición de sujeto u objeto es enteramente relativa.

Como en la simetría de un juego de espejos, tenemos entre sujetos y objetos las variantes del opuesto y del reciproco, y así como tenemos los sujetos sujetos y los sujetos objetados, tenemos los objetos objetos y los objetos sujetados. No voy a detenerme en los objetos objetos, que es el lugar de todo lo que no tuvo otra suerte, una especie de osario común, donde las cosas se amontonan sin propósito. Un objeto objeto es lo descartable, lo perecedero por condición, lo predestinado al anonimato, al olvido y el pasado. Cada uno sabe que pone en este saco. Quizás, en una perspectiva más general, la condición de objeto objeto es la matriz de la cual todo nace, y todo lo que deja de ser objeto objeto es por mérito, por el mérito del alma que lo hace sujeto, alma que puede ser propia del objeto, o puede ser el alma nuestra, un poco de nuestra alma que elegimos implantar en algo, o un poco del alma de algún sujeto conocido que lo hizo en su momento.

Tengo, en este ultimo cuadrante, infinidad de ejemplos. Donde muchos ven cosas, yo veo algo más. Donde hay un sujeto, quizás no puedas verlo, quizás no te haya sido dado el poder, o quizás no hayas sido testigo del momento en que ascendió de categoría, y veas un objeto.

Tengo una hermosa casa, con muchos muebles. De todos ellos, solo dos llegaron nuevos, y de estos dos, solo uno queda. Entonces, todos mis muebles tienen nombre y apellido, tienen historia, tienen la capacidad de dar testimonio de otra época y otro tiempo; el sillón Morris no es un sillón, es el lugar del mundo que mi padre elegía para irse, perdido entre páginas y vasos; la mesa donde comemos no es una mesa, y celebro la reiteración, fue el centro de reunión de la familia, una especie de televisor al revés, mejor dicho un televidente privilegiado de las novelas de las cenas en vivo, el anfiteatro de los fines de semana, donde ante los testigos del caso nos entregábamos a los rituales del almuerzo principal y continuado y del té colmado del arsenal de artillería comestible.

Tenemos las cosas necesarias, como todos, un montón de necesidades satisfechas con objetos, y tenemos otros varios montones de necesidades satisfechas, con objetos ascendidos de categoría. Hay varios floreros, algunos heredados, ninguno valioso, pero el florerito verde de porcelana de Tilín es único en el mundo, como el cuadro de Susana, la mesa ratona de tía Dora que primero fue de tía Queco, la camita de Cecilia, el sillón de correo, el rinconero de Irma, el espejo de Ingrid, el aparadorcito del abuelo, y aunque la tentación es grande, dejo aquí la lista antes de convertirla en inventario.

Así como debo reconocer que tengo satisfechas muchas necesidades, debo reconocer también que muchas de estas necesidades son indemostrables. Si expongo razones permito la discusión, así que disimularé la intolerancia apelando al dogma, que se acepta o se rechaza, pero no se cuestiona. Para mí, todos los objetos que poseo son prescindibles y accesorios, y todos mis sujetos me son existencialmente necesarios, en tanto los conserve sujetos, sujetados.

Algún día, hace muchos años, estrenamos en la casa de O’Higgins la cafetera roja. Grande, enlozada en bermellón, sirvió majestuosamente y sirvió café en innumerables ocasiones; nos acompañó en largas sobremesas, nos despertó en mil desayunos, fue testigo de las fuentes de bocaditos de dulce de leche en tira que comíamos terapéuticamente por kilómetro, fiel a nosotros, hasta el día que el óxido la perforó y dejó de cumplir el propósito con el cual fue bautizada. También de esto, pasaron algunos años. Hoy anda por ahí, convertida en maceta, alterna su suerte entre hospedar o no alguna planta y descansar apoyada en una maceta más grande o colgada de una rama por medio de un alambre.

Méritos igual de valiosos han hecho otras cosas. La baldosa calcárea que encontramos ya no recuerdo donde podría ser escombro hoy, pero alguien quiso que me resulte virtuosa en algún sentido, no me animo a decir bonita, y no porque hoy esté apoyada sobre un tronco ubicado debajo de la escalera que sube al tanque de agua, sin ninguna función convencional, significa que haya recuperado su condición de objeto, como la cabeza de gaucho de madera que la vigila desde cerca.

No recuerdo si fui yo, o mi hijo, o alguno de mis sobrinos o mi hermano quien bautizó al pez de madera. Es un misterio para muchos, como un pedazo de varilla de alambrado, quizás quebracho, algo carcomido por el tiempo y por el agua de la laguna de Monte donde hicimos campamento, tuviera forma de pescado y un ojal convertible en ojo. Este palo sobrevivió a esa instancia y se hizo nuestro pez, venció al olvido, al innecesario extravío en un garaje y hoy nada y hace nada, entre otras macetas y recuerdos, cerca de la tinaja que los tíos Tacho y Kela trajeron del norte ni sé cuando, en la que planté después de pensar durante años que uno de los retoños de los helechos espárragos que mi madre regaba en Núñez, un poco más cerca de la jarra floreada del clericó, del cenicero de hierro fundido propaganda de los cruceros línea C que no recuerdo a cuento de que vino a casa desde la casa del tano Battisti y hoy es el plato en el que dejamos las migas de las galletitas para que coman los pajaritos, dentro de la lámpara de hierro negra que incorporamos en la casa de Beccar antes de mudarnos para acá, la que hace poco dejo de dar luz para aparecer reconvertida en comedor de aves, colgada de una rama del acer, ese acer que no es el árbol ni los arbustos conocidos de vivero, sino el nuestro, que precisamente ahora miro desde el otro costado del jardín, con sus hojas verdes recientes y el sol a contraluz tiñendo de amarillo sus semillas.

Alzo la vista y la distraigo desde el acer, y veo los sillones de hierro que hizo tío Aldo en su taller, copiando el modelo del crucero en el que hizo su luna de miel con la tía de toda la familia, ese modelo por el cual el tío le saco fotos en todos los ángulos, veo a mis menores sentados ahí con un amigo, y me veo a mi mismo hace 40 años en las tardes de verano y de pileta en la casa de ellos, y veo a la tía joven otros 40 años mas atrás, disfrutando del aire del mar o del rio, ya no importa eso, y al tío infatigable haciendo y haciendo hasta el final, y todo lo que dejo hecho, veo a este tío, que hizo todo cuanto quiso menos hijos, y a esta tía que dio todo cuanto tuvo menos vida, veo los sillones viejos, pesados, deslucidos, en rigor de verdad incómodos, pero me gusta verlos, y los conservo sujetos porque si.

Del otro costado, al frente del depósito luce colgada y sin ningún propósito formal la colección de ganchos de hierro que decoraban la escalera de servicio hacia el sótano y el garaje, una pequeña colección a la que la familia en pleno le confiaba paraguas, abrigos, bolsos y demases, y veo también dos asientos de tractor de los que el tío Aldo convertía en bancos, que yo terminé de desarmar, cuyas bases se perdieron y hoy ocupan el alfeizar de la ventana, la que hicimos con el cerramiento de la escalera en el garaje, y esa espumadera gigante que no sé cuando se sumo a la familia, y las tres letras de Lancome que rescaté de un volquete hace un cuarto de siglo y por ahí los restos de una regadera de chapa y el ladrillo de hierro ese que iba en la punta de un palo, con el que hacíamos trabajos forzados sacándole lustre a los pisos encerados.

Y podría seguir comentando como mis objetos sujetos tienen un apellido y una historia, pero prefiero dejar librado a su imaginación a que le llamamos el jardín de piedras o el banco verde o las hamacas, la loca y la reloca, en la que inventamos el movimiento triple, o el bosque peligroso o la pileta de hojas o las pelotas de madera o el carretel que era mesa o la maceta de Colombia o la del sol, todas cosas que dejaron de ser cosas y se convirtieron en sujetos, y así, esta costumbre que heredé y que ejerzo, de ir por ahí fecundando con mi alma lo que podría haber sido cualquier objeto pero no lo fue o no lo será más, porque acaba de sujetarse, espero que sea vista y valuada como ejemplo, y que mis hijos sepan cuando deban repetirme llevar el testimonio de mi modo.

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