martes, 10 de enero de 2012

Autodidacta

Ayer hablaba con una de mis hermanas, sobre el proceso de creación literaria. ¿Es algo que se aprende?. ¿Puede estudiarse?. Sus respuestas fueron SI y SI. Aunque lo sabía, no era lo que quería escuchar.

Muchas veces me imaginé escribiendo un libro. Quizás no tanto como muchas, pero es una idea que me pasó por la cabeza por primera vez hace unos cuantos años, antes de Internet inclusive, antes de encontrarle el gusto a escribir. Es curiosa la mutación de mi afecto por la palabra, porque era en algún momento un gran conversador, y la palabra escrita solo era un refugio ocasional, cuando me ganaba la melancolía o me ensoñaba en un amor. Lo que desarrollé es un cierto retraimiento, no permanente, voluntario, que hace que me agrade permanecer en silencio, dejando caer mis dedos sobre el teclado más o menos al mismo tiempo que las palabras aparecen en mi cabeza, y cada tanto, mientras los dedos recuperan el atraso (el cerebro es más rápido) releo lo escrito, o releo para darle un descanso a mis dedos y para ver si hay algún hilo conductor en lo que escribo, si guarda relación con el propósito inicial ante la hoja en blanco, o el viento me apartó del camino.

Sigo siendo un animoso conversador. Sigo siendo disperso. Abro frentes de batalla, muchas veces relacionados, casi siempre relacionados, aunque la relación no resulta a veces del todo evidente. No falta algún impaciente que interrumpe apurándome con un ¿que tiene que ver?, pero los que me conocen más -o tienen menos confianza- saben aguardar que los distintos hilos se hagan trama (recuerdo el titulo "El jardín de los senderos que se bifurcan"). Algunas veces me encontré intentando aproximar una de las líneas del discurso con alguna de las anteriores, buscando revelar una relación oculta en una carrera contra el tiempo, antes de que el auditorio lo note, y como no siempre lo logré, conocí también la incómoda sensación de estar hablando de algo, pero sin saber de qué, ni como llegue hasta ahí. Esto me pasa mayormente cuando estoy sobrio, porque uno de los méritos y beneficios de tomar vino es que me puedo encontrar en el mismo cuadro, hablando seriamente como poseso, sin saber de que ni porque, pero disfrutando impunemente la confortabilidad del extravío).

Un libro. Todo un libro. Pero no de poemas. Eso es más fácil, porque un poema empieza y termina en un rato. He pasado menos tiempo del necesario corrigiendo algún verso anterior, por falta de paciencia y de método, pero -al menos por ahora- no imagino la situación de escribir un poema un poco hoy, otro mañana, otro pasado. La inspiración cae como un rayo a tierra, y lo que dejó dejó. Es raro para mí que me encuentre frente a mis versos de ayer y los note incompletos; los releo, quizás reescribo alguna línea, cambio algún verso de lugar, agrego alguna palabra (algunos critican que sobran muchas, allá ellos) y a la calle, salvo que ya los haya publicado, en cuyo caso es altamente improbable que los altere, excepto que note un error gramatical. Escribir un libro de poemas es tan solo juntar la cantidad necesaria e imprimirlo. Si algún día elijo ese camino, de pasar mis versos a la inmortalidad del papel, seguramente me dedicaré un poco a la tarea de releerlos y quien lo sabe, quizás reescribirlos.

Pero, cuando me imaginé escribiendo un libro, era novela. Ni siquiera cuentos. Ni cien poemas, ni diez cuentos, un único relato. ¿Como despersonalizar?. ¿Como hacer que el protagonista no fuera yo?. Siempre caí en la tentación, casi básica, de escribir sobre mí mismo, cosas de una persona como yo, con una familia como la mía, con una historia como la propia, en los lugares conocidos. Encarar así esta variante de la literatura sería como hacer una labor de terapia psicoanalítica: en el escrito se reconocerían los miedos, las frustraciones, los traumas. No me convence esa idea. Novelar sobre mí mismo, no. No es lo que quiero. Ay, ¿por qué no podré escribir una novela trascendente, externa a mí?. ¡Que incapacidad la de escaparme a esta trampa!.

Al tiempo que escribo, pienso. Recuerdo haber comprado barato, o recibido de premio después de presenciar una función de venta de una enciclopedia, dentro de un colectivo carrozado, en el estacionamiento del Carrefour de Vicente Lopez, la autobiografía de Vittorio Gassman -¿o Marcello Mastroianni?-, llamada "Un gran porvenir a la espalda". No recuerdo nada del libro, excepto el título, que me pareció excelente. ¿Podré escribir directamente mi autobiografía?. Yo creo que la idea es muy buena, aunque puede ser difícil que alguien la quiera leer. La suerte de un libro, salvo los autores buenos y conocidos o los malos pero famosos (eso va por Paulo Markecoelho) se juega en el título. Que tal la "Autobiografía de un argentino de mediana edad, algo aburguesado pero corto de dinero, casado y padre de familia, con pretensiones de refinamiento y cultura superiores a sus posibilidades, menos inteligente de lo que él cree que es".

Me tienta recortar el título anterior, porque estoy dando demasiadas pistas, aunque tal vez ninguna útil (ya que la gran mayoría de los argentinos de mediana edad están casados y son padres, y la gran mayoría de los argentinos es menos inteligente de lo que cree, o más inculto o vulgar de lo que piensa). Como las descripciones del zodíaco, que le caben a cualquiera, esta anterior yo creo que también. No es mala la idea de una autobiografía, pero no sé si será popular, y creo que requiere una gran dosis de habilidad describir, de manera interesante, lo que es, mal que me pese, una vida estadísticamente normal.

Lo cierto es que aun no aparece el tema para mi novela. Logré escribir un cuento, hace poco: El boxeador. Mostré un párrafo. El resto espera. Tengo pendiente releerlo (voy por la séptima revisión), a ver si me sigue pareciendo que sí, que ya está. No es que me lleve mucho tiempo esa tarea, quizás una hora alcance, pero ... ¡no tengo ganas!. No las tuve aun, no las tengo ahora, quizás mañana. Creo que falta poco, pero lo único indiscutiblemente cierto es que falta menos, falta un día menos que ayer.

Tuve, por una combinación de historia y casualidad, una segunda visión. Tengo el título. Este sí que tiene punch: El aljibe de la escribana. ¡Tomá!. La idea es genial, así que si el resultado no es bueno, ya sabrán de quien fueron los méritos. No me alcanza para una novela. No a mí. Podría serlo, pero escribir una novela puede ser una tarea superior a mi paciencia y a mi fuerza, o a mis habilidades. Acá es donde la parte autodidacta me limita. ¿Como se hace?. Me imagino a mí mismo, encerrado en un cuarto, con pizarras y apuntes, con una línea de tiempo desde algún momento entre las dos guerras mundiales y el día de hoy, eligiendo lugares y fechas, con fotos de algún paisaje europeo, notas sobre cómo era la vida en Buenos Aires hace 60 años, árboles genealógicos; porque para escribir un cuento no requiero tanto, pero en una novela no podré escapar a la tentación de ambientar las cosas con cierto grado de realismo, y describir ropas, modales, costumbres, lugares.

¡Como se hace!. Si me cuesta concentrarme, si no puedo seguir el hilo, si cada vez que releo este articulo noto que voy de un lado al otro, poniendo a prueba la paciencia de quien lo lea, ¿como se escribe un libro como Cien años de soledad?. O como el que estoy leyendo estos días, recomendado por mi primogénita, La hija del sepulturero, que amerita por si solo un elogioso comentario que dejo para otra oportunidad.

Seguramente, El aljibe de la escribana vea la luz en forma de cuento. No me veo, ni asistiendo a un taller de literatura para aprender la técnica, ni con la paciencia ni la constancia ni el orden necesario para acometer la empresa de una novela. Creo que el cuento es la medida de un autodidacta y el límite de los ansiosos. Pero como siempre, me reservo el derecho a cambiar de idea.

3 comentarios:

  1. Vamos por partes, dijo Jack. Todo se puede enseñar, todo se puede aprender, es así. Este año tuve la grata experiencia de estudiar Historia del Arte, el Guernica de Picasso, estuvo presente, creerías que fue una inspiración del momento, que tomó el pincel y produjo esa pintura de 7m x3 m? Hay mucha historia atrás del Guernica. Sólo a modo de ejemplo. García Márquez, pensó Cien años de soledad durante años y lo escribió durante nueve meses. Hay en you tube interesantes entrevistas al respecto. Se puede escribir, al estilo de los surrealistas, André Breton, escritura automática. Pero la mayor parte de esa escritura será desechable, y dentro del inmenso palabrerío que producimos, habrá también, algún diamante escondido en el carbón. Escribir es eso, trabajo lento y dedicado a buscar y hacer brillar ese diamante. Suficiente, por ahora. Después sigo
    desmenuzando más.
    Soqui

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  2. Escribir un libro de poemas, puede ser juntar cien poemas disimiles y publicarlos, pero también pueden tener una unidad temática,visible o escondida y si bien cada poema es en sí mismo un discurso, un libro de poemas,también lo es. Tiene la libertad que una novela no, al menos la gran mayoría de ellas, puedo leerlo en cualquier orden, pero al leerlo completo, sea como sea, leí una obra completa diseminada en los fragmentos de cada poema.
    Soy poco versada en poemas.
    Soqui

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  3. ¿Quién dijo que escribir cuentos es más fácil que una novela?
    Pululan en el mercado cientos de novelas, malas sí , pero cientos. ¿Libros de cuentos? Muchos menos me parece.
    Diría que la opción no es qué escribo de acuerdo a mi particular forma de ser, disperso, poco dado a la corrección; la opción es qué quiero contar. Será novela o cuento en función de eso. Si quiero contar la vida de alguien, o de una época, un cuento, no me alcanzará. Si quiero contar un hecho puntual, como en "Sorpresa", no necesito los detalles.
    El aljibe de la escribana,será un cuento, porque es para cuento. Al menos lo que me fue dado a conocer antes que llegue al papel
    Soqui

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