miércoles, 4 de enero de 2012

Testamento

Apenas un casal de humanos,
refugiados en el lecho y el hogar,
íntimamente atrincherados.

Mientras las palomas mienten,
el descenso de las aguas,
con falsas ramas de olivo,
el agua del diluvio -eterno-
juega con los cuerpos de los indefensos,
y flotan a la deriva
los cadáveres
de los débiles sin arca.

Como Jonás,
desconocí tu voz y tu pedido,
y permanecí prisionero sin tu vientre,
hasta que el perdón dobló al orgullo,
y supiste devolverme a tierra firme.

Me pusiste ante los ojos la verdad,
del pesebre en el que revelamos a Dios,
para que crea y atestigüe esta fe;
tatuaste en mi piel el mapa de la tuya,
me hiciste misionero de tu iglesia,
y me largué a recorrerte urbi et orbi,
practicando el evangelio de tu carne.

Hollé tu costa con mi cayado,
y lo hundí separando las aguas,
ante un mar de humanidad,
dispuesto a sumergirme;
pisé todas las orillas ofrecidas,
bajo la fingida somnolencia de las olas,
disfrazadas de piernas y de brazos.

Hice sonar mis trompetas,
hasta ensordecerte,
sostuve mi voz encendida,
hasta que cayeron todas tus murallas,
y tomé por asalto Jericó,
desde todos los puntos cardinales.

Fui desde allí a Jerusalén,
con mi cruz a cuestas,
a explicarte las parábolas,
y enseñarte los milagros;
inventamos un via crucis profano,
por valles y arroyos y colinas,
hasta llegar al Gólgota,
y conocer el sepulcro,
donde tus divinos ojos,
me supusieron muerto,
entre tus senos conversos.

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