viernes, 2 de diciembre de 2011

Sinrazón

Desde algún lugar de la conciencia,
el inquisidor tergiversa los deseos,
desoye fingidamente mis súplicas,
y nos niega el favor de distraerse,
como un celoso carcelero de la carne.

Quiero curar mis heridas con tu cuerpo,
destilar hoy el agua pura de tu sangre,
convertirla bíblicamente al color rojo,
y embriagarnos de una forma memorable,
compartiendo la copa y las urgencias.

Pero me niegas los dones de la alquimia,
y el milagro entrega óleo en vez de vino,
un aceite fragante de jazmines y magnolias,
con el que untas a Eros de pies a cabeza,
para hacer brillante e inasible la lujuria.

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