jueves, 6 de octubre de 2011

Vicios

Hay en mí algo de la historia del hijo prodigo, y algo de ser la oveja negra. Ambas cosas me enorgullecen.

Crecí desde niño en un ambiente original, por decirlo de algún modo. Siempre fui reo, travieso, inquieto. Tuve un ojo especial para detectar, con precisión quirúrgica, las malas compañías; y de muchas de esas me hice amigo, con las consecuencias esperables. A contramano de algunas instrucciones, gané la calle desde chico, gustaba de perderme en mis recorridos habituales, recuperar trastos de la calle, restos de valiosos naufragios, tesoros arqueológicos. Para quien haya leído las Aventuras de Tom Sawyer, yo fui Tom, rodeado de Huckleberrys.

No me gusta la palabra extravagante, aunque la parte de vagante me haya sentado bien; más bien usaría la palabra inesperado, hice cosas y viví cosas inesperadas de mi persona y para mi tiempo; como leer de niño impúber las revistas Satiricón y Mengano, inadecuadas para mi edad; poblé las tribunas del monumental durante el año 75, acercándome al estadio por las mías, caminando por varias avenidas, entrando a la cancha gracias a algún circunstancial "vení pibe pasa", y conocí a Fillol y al beto Alonso y vi a la gorda Matosas dar la vuelta olímpica en un jeep, exhibiendo sus kilómetros de corpiño convertidos en banderas a la hora del festejo, sin que ni siquiera se sospechase de mi paradero ni mis padres se preocupen; caminé bajo la lluvia, con algún dinero sustraído, desde Puente Saavedra hasta Belgrano, empapado, comprándome un helado en cada heladería; habité obras abandonadas y baldíos; frecuente billares; hasta incursioné en el delito, robándome de algún campo de golf sobre la Lugones un par de bochas de quebracho, pintadas de rojo y amarillo, unas chinches gigantes que finalmente rescaté de algún futuro impredecible del jardín de mis padres a su muerte y ruedan hoy en algún lugar del mío.

Ese permanente gusto por lo indebido, lo impropio, presagiaba claramente que el agua del rio no entendería fácilmente la palabra cauce, ni la palabra dique, ni ninguna otra forma de contención, y así nos fue.

Inútiles fueron algunas bien intencionadas advertencias. Tomé el tren en la estación cigarrillo, y seguí el viaje, no diré que parando en todas, pero casi. No reniego de lo que hice, y aun de las peores andanzas rescato cosas. Necesité aprender en carne propia algunas verdades, me resistí a creer que algún iluminado me pueda explicar cómo son las cosas que el mismo no conocía, hice mi propia experiencia, de la que no hago apostolado ni desparramo demonios, cada cual verá y será, y lo que haga, que le sirva.

Algunos de estos juegos fueron y son peligrosos. Me gusta hablar del jardín de Alicia, ese lugar onírico y surrealista que hay del otro lado del espejo, que bien conocí, en el que gané mas amigos de los que perdí, porque si bien el interés por el té ocultaba mezquindades, el gusto del té ocultaba los disfraces. Cómo quien mira las fotos y recuerda, cada tanto pienso que una tacita me puede ayudar a combatir la amnesia.

Así como gané los vicios, en términos técnicos uso, abuso y adicción, así desandé el camino, hasta poder ver en perspectiva el bosque en el que estaba inmerso y extraviado. Fui dejando una cosa tras otra, cambiando la líbido de lugar, y me dedique a las plantas, y a los libros, y a la comida, y a las fotos, y así fui cambiando el objeto al cual consagrarme.

He dejado de fumar. Tengo alguna añoranza del humo agrio, aunque soñar con el tabaco me trae pesadillas; de algunas otras cosas que he dejado no quiero ni el recuerdo. Lo malo, en todos los casos, es que los vicios nos compren la voluntad, y entonces la libertad se pierde, y ahí, exactamente ahí, es donde no quiero volver.

He dejado, últimamente, el vicio de la televisión. Me avergüenza reconocer los programas que he visto. No coincido del todo con Borges y su extrañeza de que 22 personas corran detrás de una pelota, pero si en el hecho de que millones de personas estén pendientes de lo que pasa con esa pelota y las 22 personas que la corren en algún lugar del mundo que quizás no conocen. Aun a pesar de que me gusta ver bellos cuerpos bailando, he dejado de ver al innombrable, al omnipresente Lord Voldemort, con su "Buenas noches América" y la claque de pelotudos variopintos que lo adulan, lo aplauden, lo imitan, lo comentan, lo repiten, y he dejado de ver los desinformativos, y de toda la mierda que chorrea de un televisor sin señal de cable, rescato muy pocas cosas, y ya no prendo el aparato por mí. Me permito recordar y rescatar, entre tanto esperpento, un programa de Moria, creo que El teatro de la vida, donde fingidas o no se actuaban obras dignas de ser inéditas de Shakespeare.

Espero poder explicar, en pocas líneas, porque considero que abandonar la comida es un mérito y una ventaja, porque el argumento del placer es conocido y tiene fuerza. No he perdido el gusto por la comida, no es que no me guste comer y disfrutar los sabores y la saciedad, pero así como la borrachera da resaca, el atracón da empacho; y la borrachera reiterada da cirrosis, y el atracón continuo da obesidad, kilos, y de a muchos. Y es cierto que comer es un placer, pero decirle al cuerpo levantate y que obedezca también lo es, poder elegir correr es bello, aunque no lo haga, puedo elegirlo, un grado de libertad que recuperè. El problema no es comer, sino engordar, y no es problema por lo estético, no es problema por lo saludable o no del sobrepeso y el colesterol y los triglicéridos y el azúcar en sangre y la presión, el problema de la gordura, del que me he recuperado tras estudiar y conocer detenidamente el exceso, el problema es la dificultad creciente para hacer cosas porque el cuerpo se niega, se cansa, se agota.

Entre las numerosas ventajas que le encuentro a estar liviano, la principal, la que me convence completamente de esta nueva renuncia, es la de poder con mucha facilidad subir y bajar de la cama, acostarme y sentarme y arrodillarme, ir y venir, girar, voltear a un lado y al otro, levantar y empujar y sostener, doblarme y enderezarme, y así encontrar todos los ángulos y todos los encuentros posibles entre tu cuerpo y el mío, y ver que pierdes la cuenta de tus orgasmos y aun resisto, porque aun puedo moverme, porque aun tengo aire, y entonces el final no llega cuando mi cuerpo dice basta, sino cuando tu ser se sacia.

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