lunes, 17 de octubre de 2011

La vida es bella

La película es hermosa; una de esas películas que deben ser vistas, por lo menos para mi, y por mi satisfacción personal espero que coincidan conmigo las personas a las que aprecio. No se juega mi afecto en ello, en modo alguno, pero cuando uno encuentra algo tan especialmente iluminador lo menos que quiere es compartirlo.

Me acorde de la película el otro dia, volviendo del trabajo. Antes de contarles porque, quiero distraerme recordando algunos detalles que el azar de mi desmemoria registra con mas nitidez. Uno de ellos, el saludo, el saludo de él del que de algun modo me apropie o mejor dicho, copie para hacerlo propio de la persona a quien se lo destino, tanto el saludo como el termino, aunque a veces la asciendo, y el “Buenos días, princesa” se convierte en un “Buenos días, reina”; y la escena del colegio, donde haciéndose pasar por inspector se mofa de los aires arios, con la complicidad y el beneplácito de los niños, de los que deberiamos preservar la frescura y la inocencia, la capacidad de reírse y ser felices sin ningún cargo por ello.

Recuerdo también el escape en el caballo de colores, escape o rescate quizás, en las propias narices del idiota, montado en un caballo especialmente pintado, tomando para si la mujer a la que el otro esperaba poseer de otra manera, porque el si la ama, y sabe que del otro lado encontrara todo menos la felicidad, y de su propio la felicidad y que importa si algo mas; y la paradoja del asesino, preocupado mas por los juegos de palabras y las adivinanzas, por el silencio que se pierde apenas se lo nombra, que por la suerte de los miles de judíos condenados al silencio tan solo por que nos ofenden con su respiración, su aire y su existencia.

Recuerdo especialmente de la película la idea de él, como padre, ya en la segunda mitad del film, la intención de rescatar a su hijo del naufragio, de negarse el duelo y el llanto y el dolor, tan solo para que su hijo no perciba la hedionda realidad que lo rodea. Esta misma escena, 65 años después, fue la que vi el otro dia en Buenos Aires.

Volviendo, comodamente a casa, sentado en el auto, cruzo la barrera de Jorge Newbery y veo venir, desde Warnes, del lado oeste de Warnes, desandando el camino del cementerio, veo a un padre, arrastrando un carro mediano, repleto de cartones. ¿Habra sido un buen dia para el?. Tener que mover el carro lleno de cartones, ¿puede eso ser un buen dia?. Que relativo es todo, dude de mi propia comodidad al verlo, esforzado, arrastrando su carro, enfrentando la via, para lo cual le faltaba aun recorrer una cuesta arriba, empinada para el auto, empinada para el pie, quizás no fuera tan dificil de vencer para quien toda la vida es cuesta arriba, pero asi y todo le costaba.

No tuve tiempo ni capacidad de reacción. Unas cuadras después, un par de cuadras después termine de darme cuenta de que mi deber era frenar el auto y ayudarlo a empujar, al menos ofrecerle el favor, a modo de disculpa quizás. No tengo responsabilidad alguna en su infortunio, al fin y al cabo, que me haya hecho el distraído con algunos impuestos, que tenga en mi casa mas colchones de los que uso, que tenga en mi casa ropa y juguetes y cosas que no preciso, que coma mas de lo que mi cuerpo necesita, esos detalles no me permiten afirmar que yo tenga que ver con la situación de indigencia y pobreza extrema de este señor y de muchos otros, ni aca ni en ningún lado. Esto lo digo, lo escribo, lo releo y tratare de creerlo, para seguir durmiendo mas o menos tranquilo, arropado y sin apetito.

Este señor, este buen señor y buen padre, quizás fuera el esposo de la mujer que, del otro lado de la via, pasaba entre los autos con un bebe en brazos, buscando una moneda. Algo de conciencia tengo, me gusta dar monedas, pero no tuve, pero con la suerte de tener a mano dos pomelos que sobrevivieron al almuerzo. Pude dárselos, con una frase cortes, y una sonrisa no fingida. Venia teniendo un buen viernes, víspera del fin de semana, estaba de humor. Los agradeció contenta, sonrio al recibirlos, y sospecho que no le debe haber molestado que fuera una fruta amarga. Pensar que a esta mujer le mejore el dia, que gracias a estos pequeños detalles, con dos pomelos, una sonrisa y una frase, con tan poco, le hice el dia mejor, pensar esto no paga la omisión de ayudar al padre del carro, pero apaga un poco el grito de la conciencia.

Volviendo al padre, sobre el carro llevaba su preciada carga, todos los cartones con los cuales le faltaba desandar un camino, para llegar hasta Corrientes y luego doblar hasta Juan B. Justo, un par de kilometros quizás, para luego tomar el tren cartonero quien sabe hasta donde para luego vender su carga por quien sabe cuanto para luego comer quien sabe que y dormir quien sabe como, para el sábado o el domingo o quizás el lunes (¿esta gente no trabaja los fines de semana?), repetir la rutina.

Decía que llevaba su preciada carga sobre el carro, y sobre ella su carga mas inapreciable, dos niños pequeños, quizás de la edad de mis hijos menores. Ellos iban alegres, jugando quien sabe a que, viviendo quien sabe que aventuras dignas del Baron de Munchausen, ajenos por un rato a los esfuerzos del padre, ignorantes de un gobierno que elije no contarlos como pobres e indigentes y de otro gobierno que si los reconoce como tales y por eso mismo prefiere no verlos, y si bien no se permite las mismas soluciones que los alemanes, con distintos métodos desea lo mismo, subirlos a un tren y que no vuelvan, por que su aire y su olor y su antiestética pobreza no es Pro.

Pensaba entonces asi, el sacrificio de este padre, como el de tantos otros, que no tienen tiempo de maldecir, de lamentarse, que elaborar una queja. Gente que uno ve cubierta de problemas, que desde nuestra burguesa insatisfecha colección de necesidades de confort satisfechas vemos carentes de todo, y esta gente que no tiene ni aun la oportunidad de hacerse una lista de sus problemas, que no tiene tiempo de detenerse a pensar, porque primero debe asegurarse sobrevivir, ese supuesto que no todo el mundo comparte con nosotros, y entre esa bolsa de miserias y carencias y urgencias, este padre ni siquiera los baja del carro para que le resulte mas liviano cruzar la via, que ni siquiera noten ellos esta dificultad, que jueguen, por un momento que jueguen y se diviertan y sean felices, que ya estamos en primavera nuevamente y faltan meses para que el invierno nos haga sentir nuevamente el frio de las noches.

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