miércoles, 19 de septiembre de 2012

La vida y la palabra

Fue una lástima lo que pasó ayer a la mañana. Por cierta pereza no hice espacio, por pensar que lo que iba a decir iba a ser breve no hice espacio, y luego me puse a hablar durante unos veinte minutos de los que quedaron grabados los primeros quince. Hay varias lecturas posibles de esta anécdota (no me gusta la palabra moraleja, porque no me gusta la palabra moral: todo lo que suena a regla me genera una inmediata curiosidad de comprender que nos están queriendo ocultar, de que nos están queriendo proteger, o de que no quieren que nos demos cuenta).

Hace un tiempo le decía no sé si a una amiga en particular o si era una palabra destinada a un auditorio más general que uno debe evitar hablar de lo que ya sabe; si nos vamos a encontrar a conversar y nos vamos a decir lo que ya sabemos de la manera en que lo decimos siempre terminamos convertidos en una especie de tira cómica televisiva, en un programa de sketches y por ahí ni siquiera se genera la gracia en ese trato. Hay que hablar de lo que no se sabe.

Esta idea que siento como propia, de generación propia, de gestión propia, una idea que pienso que yo tuve, me llega ayer o anteayer en una postal electrónica acompañada de un texto atribuido a Marguerite Duras -de quien ha sido la primera cosa que leo- reflexionando sobre el acto de escribir, sobre el acto liberador de la escritura, liberador en el sentido de revelador. Escribimos y al escribir de pronto nos encontramos frente a algo que no sabíamos, o que sabíamos pero no sabíamos que sabíamos. Hay que tener cuidado, o mejor dicho hay que tener previsto cuando abrimos la boca que es muy difícil cuando la usamos no para servir una porción de palabras sino para descargar las que haya saber a priori el tamaño del recipiente que vamos a precisar.

La palabra expresada tiene que ver con una mezcla de ovillos desaliñados, de los que vamos a tomar una punta y vamos a tirar a ver cuánto sale, con por ahí una posible comparación también con esos juegos de revistas de pasatiempos donde hay varias entradas a unos caminos laberínticos de las cuales una llega a destino y otras terminan en ningún lado. Pensaba mientras decía, mientras describía el ejemplo, en qué orden debemos entender la comparación, si de un lugar en el cual empezamos un camino sin saber a dónde vamos a aparecer, si llegaremos a destino o a ningún lado, o el caso inverso, con la certeza de que vamos a salir empezamos desde abajo y andamos el camino marcando el trazo sin tener muy claro por dónde apareceremos cuando termine el juego.

Y este último ejemplo y sus dos maneras de recorrerlo lo encontré pensando en la palabra y pensándolo encontré la vida, como un lugar que uno sabe de dónde sale y no sabe adonde llega, y al mismo tiempo, un lugar donde uno entra pensando en que va a llegar a un destino que tiene al pie de la página y a veces llega y a veces no, y lo bueno es -si nos encontramos en el camino que no era- que nos quede un poco de tinta para empezar otro, y mientras tanto vamos escribiendo, la vida y la palabra, y de eso se trata todo esto.

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