lunes, 13 de agosto de 2012

Setenta veces siete

Cometo el error muchas veces de ponerle un título o un nombre a una idea antes de que la idea sea cierta, y en este caso este título, que es tan fuertemente bíblico, tiene que ver con la paradoja de que un espejo roto son siete años de mala suerte según una creencia popular que no miro con el mismo respeto que otras creencias populares: la parte de las supersticiones la tomo con cierto descrédito. Mientras voy guardando astillas largas de espejo, como puñales, de un espejo que un amigo me hizo saber que estaba tirado en la calle, un espejo grande, que a alguien se le habrá roto y tiró y supongo que en menos pedazos de los que yo encontré. Probablemente su ultimo dueño, su penúltimo dueño el último soy yo, su penúltimo dueño al día de hoy haya decidido deshacerse y dejar los pedazos y alguno de los que nunca faltan habrá sentido la necesidad de romperlo en pedazos más pequeños. Tengo tres pedazos grandes y estas astillas y tras haber confirmado anoche la suposición de que estaban todos los pedazos he decidido hacer algo con él, no sé exactamente que, tengo algunas ideas en las que seguramente me basaré a la hora de comenzar pero como siempre del dicho al hecho hay un largo trecho y conociendo mi habitual propensión a imaginarme cosas muy complejas y después en el momento en que eso que imaginé lo debo construir encontrar que me es necesario simplificar lo complejo que haya pensado para poder construirlo desde mis limitaciones. Esto que digo hoy recién ahora lo digo aplicado a la idea artística que tengo en mente pero cualquier psicoanalista y cualquier persona de las que me conocen un poco mejor sabrá que es una característica de mi vida: soñar en grande y hacer lo que se pueda.

El Setenta veces siete es un título que tiene punch, indudablemente. Quiero resistir la tentación de mencionar cuales son las ideas que tengo al respecto, las ideas técnicas, que es lo que voy a hacer con el espejo. Tomé este primer título como una reafirmación de mi descreimiento en aquello de los siete años de infortunio y entonces a quien me diga son siete años de mala suerte le diré que son setenta veces siete años de mala suerte, y vamos de frente contra ellos a ver que tan mala resulta ser la mala suerte. No recordaba muy bien a que venía el setenta veces siete de la biblia y entonces espié en internet que viene de algo que tiene que ver con el perdón. ¿Cuantas veces debo perdonar?, ¿siete veces?, y no, son setenta veces siete las que uno debe perdonar y también me cierra por ahí, también le encuentro una justificación a ese nombre que ya me parece, a medida que pienso en él, una visión. Alguien me dictó sin que yo supiera porque setenta veces siete, alguien me instruyó a perdonar setenta veces siete.

Empiezo la lista -otra de mis taras, la lista- empiezo la lista de las cosas a perdonar y la primera cosa, la primera cosa que encuentro necesario perdonar, que lo he hecho, permanentemente lo he hecho, la primera cosa que encuentro necesario perdonar es a mí mismo. Juan: perdonate, perdonate todo, perdonate los errores, perdonate las ofensas, perdonate las contradicciones, perdonate las dudas, perdonate los miedos. Pero no te perdones (me acuerdo de Benedetti, un poema precioso, su Padre Nuestro Latinoamericano) Juan no te perdones la esperanza, esa parte no, no te perdones un sueño, no te perdones nada que tenga que ver hacia el futuro. Perdonate todo tu pasado, todo lo que sea pasado perdonátelo pero el futuro no, al futuro hay que llevárselo puesto, hay que atropellarlo. Y cuando ese futuro que está más cerca sea pasado perdonátelo también, pero perdonátelo después.

He perdonado todo en la vida. No guardo rencores, es demasiado difícil. Algunas cosas me han dolido un poco, algunas me han dolido mucho. Hoy -es una situación personal- me cuesta perdonar que no me hayan perdonado lo que soy, que alguien me haya dicho todo bien con vos pero esto es imperdonable, no deja de ser algo que me cuesta perdonar aunque también lo perdono, cada día que pasa lo perdono y sé que terminaré de perdonarlo por completo tan pronto sienta que no soy yo solo el que perdona. No tengo ningún problema en perdonar, pero lo que hayamos hecho entre dos no debe perdonarlo uno solo.

Así que Setenta veces siete será el título de mi próxima obra artística, mal que le pese a Vargas Llosa, y si no le gusta la palabra artística pongámosle creación y quitémosle el título de arte. Setenta veces siete se va a llamar lo que voy a hacer con ese espejo, mejor dicho ya se llama lo que voy a hacer con ese espejo, aunque todavía no sepa exactamente que resultará de la combinación de mis ideas y mi torpeza.

El tema de los espejos ya es casi recurrente. El primer espejo que recuerdo con un valor distinto al de reflejar mi imagen fue aquel en el que en mi juventud escribí Quiero ser libre, absolutamente, mensaje que me dejé para entender que el absolutamente también incluía las válvulas de escape. Ser libre absolutamente no es escaparse, que es lo que yo hacía y es lo que me cuestionaba en ese espejo. Y después de ahí, hace creo que poco tiempo, le empecé a encontrar interés a los espejos, mas allá de las fábulas y las metáforas y de Alicia y del espejo, el interés de jugar con los reflejos de la luz, con esa capacidad que tienen los espejos de por un lado ocultarnos el otro lado, porque cuando uno quiere mirar el espejo es un cuerpo opaco que no deja ver a través, y que por otro lado nos deja ver lo que si no no se vería, que es lo que tenemos detrás nuestro, y a veces si podemos irnos un poco del otro lado, detrás del espejo, a ver qué hay de ese otro lado del espejo, donde están Alicia y el conejo tomando té, conociendo lo absurdo, conociendo lo onírico, conociendo lo que en algún lugar nuestro está escondido, está oculto.

Recuerdo haberme extasiado mirando una cosa llamada El escortscopio, una creación de Marta Minujin, una creación cuyo fin comercial no la desmerece, un automóvil que en su momento era llamativo como todo auto nuevo, un Ford Escort de un color rojo, rojo, rojo importante, un rojo violento, llamativo, encerrado en una pirámide toda espejada por dentro, a la cual uno se asomaba por una ventana y veía el auto y su reflejo partido en mil espejos y el reflejo del reflejo en los espejos.

Fui ganando confianza con los espejos, y entonces construí un caleidoscopio y un periscopio, -un periscopio no, sería un biperiscopio, porque permite ver al mismo tiempo hacia los dos lados o le permite a dos personas mirar al tiempo hacia el mismo lado-, construí otro caleidoscopio, armé un espejo, compré un lápiz de cortar vidrio y me puse a jugar con otro espejo pequeño, a hacer algo que aun no logré resolver de una forma que diga esto es lo que quería del espejo como fuente de imagen y esto es lo que quería del espejo como hecho artístico, una combinación que todavía no he logrado, el espejo del ventilador que es el último que puedo decir que terminé y este próximo, setenta veces siete, y los que sigan.

Al poco tiempo de mudado a esta casa, donde a ratos disfruto la ventaja de la soledad y a ratos la sufro, coloqué un espejo y me apuré a quitarle los elementos que lo mantenían seguro hasta que se terminara de fijar en la pared con el consecuente resultado de tener hoy, en una caja, muchos, muchos pedazos de espejo, pero cuando digo muchos son muchos. Volver a armarlo es una tarea que yo creo que ni siquiera un preso puede intentar, porque se rompió en pedazos medianos, pequeños y mínimos, cuando digo mínimos son mínimos de verdad y cuando digo muchos son muchos de verdad, y entonces intentar armar un espejo del cual puedo tener doscientas partes, sin ninguna referencia, es una tarea que va a ser muy difícil que quiera hacer.

Imagino. Imagino una próxima casa, cuando me vaya de esta que es un breve interinato, una morada de la que no me apropio, imagino mi próxima casa, una construcción espaciosa, no grande pero espaciosa, comunicada, con distintos planos pero todos interactuantes. Un gigantesco ventanal hacia el fondo, con estos ventanales de las casas viejas, estos ventanales que tenían un bordecito perimetral de vidrios pequeños y el gran cuerpo del ventanal vidrios como del tamaño de una hoja de papel, o quizás menos, que con el tiempo se van modificando, se van reemplazando los vidrios a medida que se van rompiendo y nunca se consigue el vidrio original, siempre se consigue un vidrio parecido y entonces los ventanales terminan siendo un collage de vidrios, a veces lisos, a veces labrados -con distintos motivos-, con distintos colores. Un gran ventanal, un gigantesco ventanal, de pared a pared y de piso a techo, aunque térmicamente no sea eficiente quiero eso, quiero esa visión, y quiero en alguna pared, en alguna pared o en dos paredes enfrentadas quizás, cubrirlas de espejos pero no de espejos enteros, sino de pedacitos, para eso estoy guardando los pedazos de aquel espejo que se rompió y para eso aceptaré cualquier espejo roto, de cualquier clase y por cualquier circunstancia, y probablemente también si la gesta colectiva no reúne los espejos lo suficientemente rápido fraguaré la historia y compraré espejos nuevos y los romperé para lograr la visión artística que quiero, que no niego sería muchísimo más valiosa si yo pudiera presumir de que todos esos pedazos de espejo son espejos que se han roto sin intención, tener una colección de malas suertes, donde cada una de las personas que diga No, rompí un espejo, tengo siete años de mala suerte encuentre la posibilidad en mi pared de producir un antídoto y que sus siete años de mala suerte sean siete años de suerte, no necesariamente mala.

Ya no sé, ahora pienso, si este Setenta veces siete será el título de lo que voy a hacer con este espejo que levanté, o si este espejo que levanté será una parte más de esa pared o mantendré la idea original para este espejo y el Setenta veces siete será el nombre de esta obra y de la casa, o quizás a la casa la llame Setecientas veces setenta veces siete. Ya no sé.

3 comentarios:

  1. Sólo los niños y los locos son totalmente libres. Me lo dijo un amigo que se fue a vivir a Catamarca, a un lugar en el medio de la montaña que se llama El Tesoro, a unos km de Santa María. no hay agua, luz ni gas. Viven como en el medioevo. PAra formar parte de la sociedad, lamentablemente hay libertades que uno resigna. Solamente que a veces ni siquiera somos conscientes de eso. Sin embargo, en medio de todo el revoltijo, hay una buena noticia: igual podés ser libre de seguir eligiendo, y ser feliz. Eso es suerte. Lo de los espejos rotos funciona para el que lo crea. Creer es la mejor empresa. Saludos:)

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    1. Algun amigo, ido de gira, me martillaba con un "Los niños y los locos son los unicos que dicen la verdad, por eso a los locos se los encierra y a los niños se los educa"; frase que no es exactamente la de tu amigo, aunque se superponen en varias interpretaciones. Me agrada que estes atenta.

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