martes, 7 de agosto de 2012

Caminando

Empecé otra vez, en Brasil al 800, este juego tan propio de hablar para mí mismo relatando el paisaje de una Buenos Aires horriblemente gris, triste, apagada. No sé si es la hora, quizás el frío, quizás un malhumor colectivo que invade a la gente: hace un rato largo que camino y no cruzo con nadie que se sonría; la gente va seria, circunspecta, distraída, concentrada, cada cual en lo suyo.

Voy a doblar. Me gusta caminar por las calles más vacías. Me desagrada especialmente el ruido de los colectivos, esos paquidermos que inventamos hace casi un siglo, uno más de los orgullos que tenemos los porteños (orgullo no sé de qué), esas monstruosidades donde la gente se hacina y se empeña en estar sola mientras la gente la rodea. Veinte soledades, treinta, cuarenta, cincuenta soledades, ¿quién da más?, soledades arriba de soledades, soledades que se buscan, hay solos que buscan en los colectivos, hay solos que encuentran, hay gente que esquiva. Se habla poco. El que habla en un colectivo es el raro. No es un lugar para hablar, es un lugar para viajar. La gente gusta de sufrir en esos viajes y se empecina en ir callada, mirando para afuera, mirando para arriba, mirando para abajo, mirando todo menos la persona de al lado.

Elegí la calle hoy, aprovechando cierta cantidad de tiempo, aprovechando ciertas ganas, aprovechando un espíritu que de alguna manera me rejuvenece, ir mirando. Una araucaria joven, veo de pronto acá en Perú y esta avenida, San Juan, una araucaria que tendrá no tantos años. Alguien más decidido que yo la habrá plantado hace quince, veinte años, quizás para la misma época en que conocí las araucarias y encontré que era un árbol que me gusta, me gusta su forma, la forma de sus hojas. Hay dos formas básicas del árbol de araucaria, yo las llamo la forma huevo y la forma paraguas: la forma huevo es un árbol que visto de lejos es un huevo con un pie, es un huevo verde, brillante, y la forma paraguas es un palo desgarbado, y unas ramitas en la punta que se van para arriba.

Algunas veces regalé pedazos de araucaria, para sorpresa de un amigo, para sorpresa de una candidata. Cuando a esta chica le regalé una rama de araucaria, no una rama, una hoja -o una rama, no se técnicamente como catalogarlo- , la miró y me dijo tiene pinches, y con una mirada socarrona, que mi timidez no me permitió traducir me dijo tiene pinches como si el hecho de que tuviera pinches le impidiera hacer algo en particular con ella. Y a mi amigo Julio, le regalé el extremo de una rama, una cosa que lo sorprendió. A mí me desilusionó un poco su sorpresa, cuando (para un cumpleaños creo que fue) le regalé eso que era una de mis cosas, era un adorno de mi casa, ni más ni menos, un adorno del departamento, del primer departamento de la calle O’Higgins, mi primer intento de volverme independiente.

Tuve y desgrané una piña de araucaria, un proyectil mortal en su caída al piso, muchos kilos, muchos kilos y muy duros, muy compactos. Tuve una piña, la desgrané y una por una extraje las semillas y tuve una fuente con las semillas de araucaria, también de adorno. Y alguna semilla se plantó y de ahí salió una araucaria que creció hasta adonde pudo condenada en una maceta estrecha. Llegó a tener unos cuarenta centímetros de alto, quizás menos, quizás cuarenta con la maceta. Caso raro, una araucaria bifurcada, una araucaria de doble tronco, y ahora cuando vi esta araucaria hace cuatro o cinco cuadras pensé ¿porque me gusta coleccionar estas pequeñas desilusiones?. Esa araucaria que acabo de ver tiene los mismos años probablemente que aquella de la maceta, y quizá menos. La araucaria de la maceta, la bifurcada, es una más de las cosas que pudieron ser y no fueron, y este empecinarse en no hacer lo que uno quiere: no me alcanzaron catorce años en una casa para plantar una araucaria. Planté una criptomeria, un liquidámbar, una camelia, planté jazmines, planté césped, planté un jacarandá y no sé cuantas plantas más, pero esta es la paradoja, el árbol que más me gusta, el árbol que si debiera elegir uno elegiría, este no lo planté. Es toda una metáfora. Es toda una metáfora esto que acabo de decir, y es absolutamente cierto, al mismo tiempo.

San Telmo es el lugar que desando ahora, porque quiso la fortuna, y probablemente la fortuna de la buena, que no haya subtes hoy. En vez de estar atrincherado en un colectivo hubiera estado atrincherado en un subte, pensando en leer si es que se puede, o mirando la gente. Hace unos años también caminaba por acá, no ha cambiado tanto en estos años. La última vez que caminé estas cuadras aun tenía tres hijos y un montón de proyectos de futuro sin enterrar. Buenos Aires ya no es tan bueno, no son tan buenos los aires, pero con todo lo que han cambiado algunos barrios hay una cosa en San Telmo que resiste, como resisten algunas plantas que me gusta ver, helechos, hierbas, y hasta algún arbolito que por la obra de un pájaro y del viento y de la lluvia y de la casualidad se empeña en poner sus raíces donde no estaba previsto. Temo a veces por la suerte de esos balcones viejos, descascarados, en los que una raíz se esmera por abrirse paso, encontrando donde asirse, encontrando como sostenerse, encontrando como crecer a pesar de lo impropio del lugar que le ha tocado.

Crecer es un poco un maleficio, crecer es una obligación, crecer es un ejercicio inevitable al que me resisto porque hay algo de Peter Pan en mí, hay un interés en no dejar que la civilización occidental y cristiana y los valores de la moral y las buenas costumbres y la educación y las maneras y los modos se cumplan. Me gusta mirar todo con ojos de niño, no por encontrarme la mirada infantil sino por permitir que las cosas me sorprendan, por permitir que una tapita de cerveza boca arriba en un charco se convierta en un navío o por considerar importante apostar conmigo mismo si un auto llega o no a cruzar la bocacalle de un semáforo verde o se detiene.

Me causa muchísima gracia ver como la gente me ve hablando solo por la calle a un auricular. De lejos tendrán la visión de una persona que se vale de la técnica y está hablando con alguien de cosas amenas, porque de pronto me sonrío, y el que me tiene cerca percibe que algo no está bien en mi cabeza, porque el movimiento podría ser el de la conversación telefónica larga y distendida, pero lo que hablo es otra cosa. Quien está al lado, quien escucha, quien tiene una presencia más cercana a mí mismo, mira en un estado que no sé si es de sorpresa o de confusión pero nunca va a ser de envidia, porque la gente normal no envidia la locura, la gente normal piensa que la locura es un castigo.

Yo no sé, nunca terminé de entender la clasificación en cronopios, famas y esperanzas. Digo mal cuando digo que no la entiendo, pero en la clasificación que entiendo, en la manera en que la entiendo, falta toda una categoría, que es el relleno, que es lo gris. Falta lo –entre comillas- normal, falta el día a día, falta no en la interpretación económica del término socioeconómico sino en la interpretación social del término socioeconómico, en esta clasificación de cronopios, famas y esperanzas me falta la clase media-media. Hay una importantísima cantidad de gente que para mí no es ninguna de estas tres cosas. Quizás sean un poco esperanzas, pero los esperanzas no debieran leer los diarios, mirar telenovelas y noticiosos por televisión.

Nos vamos acercando a destino. Llegamos a la parte peatonal de Florida, se pone linda, donde Florida se pone linda y empieza la varieté. Un poco temprano aun, acá en la primera cuadra no veo ni una guitarra ni un mimo ni una estatua viviente, casi que el único piantado que estoy viendo soy yo, y algunos artesanos que empiezan a armar.


¡Que árbol! ¿Quién abrigó este árbol con crochets y corazones?, ¿Y porque nadie lo mira?. Esto es una foto. Un fresno, no, no es un fresno, no sé que árbol es; sin una hoja, joven, flaco, desgarbado, con la corteza sucia de tanto hollín, vestido con una bufanda de colores simpatiquísima, y su silueta recostada contra un vidrio, el frente espejado de un edificio de oficinas, donde un montón de grises estarán llegando y saludando y tomando el café y hablando entre ellos: ¿viste lo que pasó con Fulano?, si y esto otro y aquello y Cristina y el presidente y el ministro y que pasará con este partido de futbol tan importante; fulanita se separó, los chicos bien, mañana el colegio y la nena con fiebre, y todo eso es importante, pero ver las nubes que se mueven entre un montón de cuadraditos de espejo, las nubes que van pasando, van pasando, van pasando, y entre todos esos espejos hay uno, un osado que da la nota, y abre un poquito la ventana. Ese debe ser mi lugar, probablemente.



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