martes, 14 de agosto de 2012

Ligeramente ebrio

Estoy ligeramente ebrio y me demoro en quitarme los anteojos que usé para escribir. La presbicia que he debido asumir ya más cerca de los cincuenta años que de los cuarenta hace este efecto y los anteojos que uso me permiten ver todo ligeramente borroso más allá de la intimidad de mi cuaderno cómplice. Me acostumbré a usarlos y me suelo sorprender caminando con estos anteojos puestos, con los que no veo bien; me permiten enfocar a corta distancia pero no me sirven para caminar, porque es como caminar con alguna cantidad de vino circulando por mi cuerpo, no veo del todo claro, veo ligeramente turbio y es curioso porque precisamente entre lo turbio veo más claro.

Pasé un día horriblemente incómodo, un día en el cual la falta de electricidad fue generando una forzosa e involuntaria retirada de las actividades en las que me distraigo o en o de las que me ocupo, según el grado de importancia o trascendencia que le queramos dar a buscar trabajo o a leer o a otros menesteres. La falta de electricidad me impidió durante gran parte del día hacer algunas de las cosas que me gustan; por lo que me obligué a leer un libro y terminé Rayuela, una lectura casi tan prolongada como mi estadía en este departamento. A consecuencia de no tener más batería en la computadora y ya anocheciendo el fastidio fue importante, porque no sólo no tenía la opción de la computadora e internet, tampoco tenía la opción de la luz, entonces tampoco podía leer, tampoco podía hacer, tampoco podía nada y me fui de paseo. Volví, porque no tomé todas las precauciones necesarias cuando me fui de paseo y por ejemplo omití la billetera con la documentación personal, lo cual puede ser un problema si uno quiere andar en auto y puede ser un problema más importante si uno por ejemplo piensa en sentarse en un bar a tomar un café o a mirar mujeres o a buscar una conversación cualquiera, por el solo hecho de conversar, porque ha sido un día demasiado largo para pasarlo solo.

Regresé a casa pensando en regresar más que en buscar la billetera. Había luz, ya me quedé. La luz cambia todo pero no cambia -nada va a poder cambiar- lo negro de unos versos que me salieron, valga la contradicción, unos versos que vieron la luz precisamente cuando luz no había, y me salieron unos versos negros, negros, negros, negros, negros, negros a los que se me dio la ocurrencia de llamar Velas negras.

Ya había comido y no tenía hambre pero quise enturbiarme y acometí contra un par de botellas de vino (aclaro para que no piensen mal o para que no piensen bien o para que piensen lo que quieran que no me tomé dos botellas de vino sino dos finales de botellas) que quedaron abiertas de alguna ocasión con algún resto y me tomé ambos restos y quien escuche esto o lea esto y vea unos versos llamados Botellas vacías entenderá que cuando digo Llueve otra vez y ya / no quedan restos en la botella / y pronto no quedarán / ni los rastros de la otra estoy haciendo una referencia que no tiene nada de metáfora a lo que pasó con los dos o tres vasos (¿o dos más tres vasos?) de vino que había entre ambas botellas, una ya sobreviviente de mi mudanza hace dos meses y la otra más reciente que sobrevivió a algún día en el que la empecé pero ya no podría decir cuál fue ese día sin esforzar la memoria o estirar la verdad en aras de un detalle que no aportará probablemente nada.

Los versos, como me ha pasado alguna vez, no son una metáfora o no nacen como metáfora, nacen como una descripción de la realidad, Llueve otra vez es porque llovía de nuevo, y no quedan restos en la botella fue porque el resto que había en la primera botella, un Luigi Bosca cortesía de mi hermano en algún asado cuando aún vivía en Guernica en la casa que fue mi casa familiar, fue consumido, y pronto no quedaran ni los rastros de la otra, el Don Valentín lacrado es un vino algo inferior al inicial pero como ya tenía la garganta tibia lo pude pasar sin mayores dificultades y hasta ahí, hasta ahí una descripción de la realidad puesta como versos. Para quien no conozca esta explicación será lícito pensar que es todo una metáfora, y reconozco que si, que después de haber escrito esa primera estrofa encontré una metáfora: yo sé cuál es la botella de la que no quedan restos y cuál es la botella de la que no van a quedar ni los rastros, lo sé, pero espero que no se haga cierto, espero que quede sólo en una declamación poética y que esa botella, a la cual molesté, a la cual incomodé, y a la cual le pedí perdón me perdone y tenga algún resto y los rastros de mi mismo, que soy la otra botella, aun queden, y podamos brindar juntos.

Ligeramente ebrio dije hace un rato, no sé qué tan ligeramente, esto lo sabré dentro de otro rato o mañana, cuando pase esta grabación de un teléfono al otro teléfono y del otro teléfono a la computadora y en la computadora me tome el tedioso trabajo de desgrabar mi voz, recién entonces sabré que tan ligeramente ebrio estaba.

En el momento en que escribí esos primeros versos, que era yo creo que antes de las ocho de la noche, una hora que es temprano para muchas cosas pero cuando se vive muy lejos de la ciudad importante ya no es tan así, cuando el día impone la conveniencia de quedarse en casa, la idea de manejar una hora, una hora y media hasta una ciudad o media hora hasta otra ciudad es excesiva, pero la idea de acostarse a dormir cuando uno aun no tiene sueño, cuando uno aun no ha logrado justificar este día que el metódico San Pedro nos descuenta con la eficiente rigurosidad de los ministerios tan sólo porque no tengo luz eléctrica, porque no tengo computadora, porque el teléfono es incómodo, porque no tengo otra cosa que hacer, no es una ecuación que me convenza. No me pareció oportuno ir a dormir a las ocho de la noche y tengo que reconocer que tenía razón en no ir a dormir.

Me terminé un salame, me terminé un pedazo de queso, me terminé dos botellas de vino y pulí aquellos versos que llamé Velas negras y pulí estos versos que parí después que llamé Botellas vacías, que deseo compartir con mis numerosos seguidores (tres o cuatro), o los que quieran, por mi parte los considero terminados, y lo que una persona que escribe hace con algo que considera terminado es publicarlo. Pero no tengo internet en este momento por lo cual esa tarea se demorará hasta el día de mañana; quizás mañana los lea ligeramente sobrio y me cuestione esta decisión que anuncio de publicarlos. Para mí ya están, para mí están bien, para mi haber logrado estos dos poemas justifica el día. Verán la luz mañana o pasado o cuando decida que ya es tiempo pero lo que en algún momento parecía un día infructuoso es en este momento un día fructífero.

Buenas noches. Hasta mañana.

2 comentarios:

  1. Lo bien que hiciste en publicarlos, especialmente "velas negras" me parece un poema de esos donde se puede oler el perfume y presentir la oscuridad del momento.

    Saludos!

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  2. la idea de acostarse a dormir cuando uno aun no tiene sueño, cuando uno aun no ha logrado justificar este día que el metódico San Pedro nos descuenta con la eficiente rigurosidad de los ministerios
    Brillante, me encantó esta frase poética
    tu hna menor.

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