martes, 20 de marzo de 2012

Las flechas

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.


Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.


Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.


La de la vida,

Allá, en algún momento del invierno de 1963, me convertí en flecha. Desde un casal que parecía una fuente inagotable, salieron millones de saetas –me gusta la palabra- entre las que estuve yo. No sé si fui la mejor o la más fuerte o la más hábil o la más rápida o la más longeva, pero ahí estaba yo atravesando el aire, en un vuelo que supo ser triunfal, inconscientemente confiado a la suerte de encontrar la hendija por donde vencer al escudo y tomar la fortaleza. Quiso el azar o el destino vestirme de peón coronado y regalarme el mundo, incluyendo una fugaz estadía en el paraíso, bajo la luz de un ombligo que hacía de sol.

La del amor,

Más adelante, comenzó un ejercicio que presagiaba la metamorfosis, aunque no fue tampoco en ese momento que entendí el peligro permanente en el que vivo. En aquel tiempo, en la era de Cupido, creía en la ilusión de que el cambio de forma era decisión mía, y respondiendo a un mandato que excede en mucho la combinación de instintos y necesidades con el que la zoología lo confunde, me hice blanco y cerré los ojos y abrí mis brazos cuanto pude, ofreciendo mi corazón vulnerable, y me hice flecha y tensé la cuerda del arco una y mil veces hasta lograr hacer centro, y jugué a ese juego de roles por el cual todos somos causa y casualidad hasta que la intuición de Dios se hace manifiesta en forma de amor reciproco.

La de la muerte,

Nacemos, vemos nacer a otros, nos casamos, tenemos hijos nosotros y nuestros hermanos y nuestros amigos y todo marcha bien. Cada tanto suena por ahí un ¿supiste lo de …? pero son cosas que nos llegan de lejos, y nos distraemos en la alegría de atender y compartir con los vivos, hasta que un día aparece una segunda generación por debajo, y alguien sale a festejar voceando “voy a ser abuelo” y claro si ya tiene cuantos años, o como si es tan joven, y en un momento como ese alzamos la vista, y vemos que San Pedro ha seguido trabajando, y hacia arriba tenemos una generación menos que hacia abajo, y ya no tenemos abuelos y tíos abuelos, y se va diezmando la fila de nuestros padres, y vamos entendiendo que, queramos o no, siguen lloviendo las flechas, y en cualquier momento nos toca a nosotros poner cara de valientes y jugar a ser soldados de infantería -si tenemos suerte en la primera fila-, cumpliendo nuestra función de blancos descartables para proteger a los de atrás, porque llegamos después de nuestros padres y debemos irnos antes de nuestros hijos.

1 comentario:

  1. ¿Ley de la vida?

    Tres heridas de las que no podemos ni debemos salir ilesos.

    Saludos!

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