martes, 6 de marzo de 2012

Febrero terminó

Febrero terminó.

Ningún día de la vida está de más, pero hay algunos de los que la justificación aparece escondida, encerrada bajo siete llaves. No sé, de ningún modo, cuantas son las noches que me tocaron en el reparto, pero cuando suena la retreta y me rindo ante la almohada, un fantasma personal pasa revista, y me mueve a preguntarme, a veces cómplice pero en general molestamente inquisidor, que obtuve a cambio de las veinticuatro horas que me debitaron del saldo.

No estoy del todo satisfecho con los últimos resultados. Tuvimos un mes bisiesto este año, pero aun escapa a mi entendimiento si el vigésimo noveno fue un día de yapa o un adicional imprevisto en la factura. En el esfuerzo del recuento no sé si la memoria no quiere ayudarme, o se contagio de la tarde oscura que sucedió a la tormenta de verano al mediodía, pero miro hacia atrás y veo lo que dejó el mes como lejanos restos fósiles en un televisor viejo, con lluvia y fantasmas, donde lo que no es gris es negro.

Un tipo de Tauro -no creo en estas cosas, pero tampoco reviento- amante de lo sólido y lo concreto, palabras puestas aquí como metáfora de obra y creación. Me gusta hacer, y tengo mala memoria, entonces hago listas de las cosas que me digo y me miento que tengo que hacer, porque al elegir el verbo tener le estoy dando un tinte de obligatoriedad que no es necesariamente cierto. Podría haber elegido decir quiero, o deseo, o preciso, o algún otro que en este momento no aparece, y ninguno sería exacto, creo que no hay un término tan versátil. ¿Que tiene que ver sacar unas sosas tradescantias verde liso que crecen e invaden y albergan mosquitos y ya me aburrieron con hacer la denuncia de venta de un auto que el comprador no transfiere o plastificar los pisos de los dormitorios de la planta baja o ... en total conté 80 "diligencias" pendientes si se me permite la palabra como expresión abarcadora del conjunto, en las que no incluyo la lista de detalles a reparar en mi fiel pero no confiable Renault 11 '87 ni tampoco algunos otros temas mayores que por ahora mantenemos en Say No More.

Me recuerdo a mi mismo haciendo listas poco menos que desde que vivo en esta casa, con la que a pesar de decirme su dueño tengo pendiente una discusión sobre quien le pertenece a quien, ya que a veces siento que ella tiene una vida independiente y la mía le pertenece. Allá por el lejano siglo XX, las listas eran en papel, lista tras lista, y como manda la ecuación, se traspapelaban. Cada tanto las rehacía, cada tanto encontraba alguna anterior y hacía el curioso ejercicio de ver como algunas cosas reencarnaron de lista en lista, con o sin mutaciones, otras se cumplieron, muchas, pero muchas, perdieron su oportunidad y cayeron en un olvido profundo, del que no las sacó ni siquiera el hallazgo de la hoja en el fondo de un cajón a la hora de mover un mueble. Hace no mucho tiempo, comencé a ponerle fecha a las listas, y a partir de entonces fue quedando más en evidencia la poca utilidad del método para la función: si hay algo que digamos que quiero hacer hace dos años y aun no lo hice, ... ¿de qué me sirve el recordatorio?.

Tema de discusión quizás, la costumbre de hacer listas para acordarme de las cosas pendientes. ¿Y si me olvido qué?. A la larga, si lo quería hacer y no lo hice, si lo tenía que hacer y no lo hice tampoco, debo dudar del deseo y de la obligación. ¿Realmente las quiero?. ¿Me estoy distrayendo detrás de ellas?. ¿Si no está en la lista, no es necesario?. ¿Es real que los deseos debo anotarlos para no olvidarlos?. Tomo esta costumbre de las listas sin tanto cuestionamiento. Me gusta hacer listas, y punto. Me gusta ver listas con cosas tachadas. A veces agrego en la lista cosas que estoy por hacer, y alguna vez agregué cosas ya hechas, solo por el gusto de tacharlas acto seguido, y ver que taché, y cuanto más taché más hice. Cuestión que pasó febrero, y me cuesta distinguir, entre las cosas tachadas, cuales taché cuando, pero taché pocas estas últimas semanas.

Hay millones de blogs. Hay millones de cosas para leer. Y para hacer. Y tan poco tiempo. Apenas tenemos una vida. Digamos que en este bingo virtual que es la blogósfera, estuvieron saliendo los números de mi cartón, durante un período en que estuve ausente o lejano. Sé que será difícil que recupere el atraso, mejor dicho imposible volver sobre las huellas de los pasos que haya dado cada una de las voces que escucho. No sé cuantas cosas me perdí. Entre cosas de relleno y otras quien sabe, seguro, pero seguro, que alguien habrá escrito algunos versos de esos que justifican la labor del buscador de pepitas de oro. Entre las ochenta diligencias, no incluí "leer los blogs que sigo". ¿Por qué será que me cuesta agarrar un blog y leerlo para atrás?. Salvo excepciones puntuales, nunca conoceré las palabras que me perdí, y si como decía antes soy las ideas y las voces que de algún modo sedimentaron en mi, bueno, seré distinto de lo que habría sido.

Me hace unos juegos de espejo la memoria, y de pronto me encuentro frente a mí mismo, cuestionándome esta sensación de no haber usado mi tiempo de un modo eficiente, de que me alcanzó para algunas cuantas cosas pero no para todas, y claro, queda claro que algunas cosas quedaron pospuestas por otras. Un relato imparcial dice que empezamos febrero despidiendo en Ezeiza a una hija adolescente afortunada, en el que hasta ahora fue el viaje más importante de su vida, busqué trabajo, planifiqué vacaciones, despedí a un ser querido hacia el otro viaje, nos fuimos de vacaciones –por los peques-, volvimos, volvió mi hija, nos aprontamos para el inicio de clases (primer grado y sala de tres), y entre todo eso, que no es poco, la noticia devastadora y el dolor de mi amada y los deseos y las urgencias a la mierda, que hay lágrimas cayendo y no puedo, de ningún modo, ausentarme de ella, y todo lo que parecía importante y todo lo que parecía urgente y todo lo que parecía necesario cobra una dimensión tan estúpidamente pequeña.

Me cuestiono más que nunca la costumbre. Erijo yo mismo la tarima a la cual subo la lista para que me mire como una margarita acusadora diciendo me tacha, no me tacha, me tacha, no me tacha, como si la vida se me fuera en hacer esto o lo otro, y me respondo sacando de contexto unos versos sencillos de Jorge Drexler:
Quien no lo sepa ya
lo aprenderá de prisa:
la vida no para,
no espera, no avisa.
Tantos planes, tantos planes
vueltos espuma...

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