Mis saludos al prócer
donde fundamos la noche
de la que no diré más.
Empezar un día naranja
como un viernes cítrico,
un cosquilleo,
una cuenta regresiva
imprecisa e incierta
esperando por el agua y el café
y la lucidez ausente
y la próxima corazonada
del chocolate con gusto a apuro
y de las calles tan largas o tan cortas,
pero siempre con dos veredas
y un brazo que no resiste.
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