En este momento comienza la otra parte de la noche, la parte en la que me quedo solo y en esa clase de soledad que disfruto, que es la soledad conmigo, el momento en que me encuentro con la palabra y la saludo, la cortejo, responde al juego y construye una historia inédita, incierta, una historia por aprender.
El claro convencimiento de estar equivocándome en la manera en la que ofrendo mi afecto, en la manera en la cual procuro complacer mis intereses, el estar haciendo mal y estar haciendo mal sin intención de hacer mal sino acorralado por algo en lo que confluyen varios factores, uno de ellos mi urgencia por comprobar que somos amables y podemos ser amantes, por quizás la necesidad de descubrir que para alguna persona está perfecto lo que somos, suerte que no tuve con las dos grandes mujeres de mi vida. Arrastro y es la cadena que rompo la condena de mi madre a la pena capital y le agrego el desprecio de la mujer que améque no pudo aceptar que no me alcanzara su amor para apagar el mío.
Me encuentro hablando claro. Salgo un poco de Juan y me pongo en el Juan que escucha lo que Juan dice y al Juan que escucha lo sorprende lo que dice el Juan que dice.
Está todo tan perfectamente claro: no tengo hoy ninguna certeza de hacia adonde va mi vida. No me atrevo a decir donde voy a estar en un año, no me atrevo a decir donde voy a estar siquiera en unos meses. No pongo la firma sobre ningún contrato, no reconozco ninguna hipoteca, no asumo ningún supuesto más que la vida, y es interesantísimo estar así.
Hasta creo -cuando otra vez vuelvo a escucharme- en el valor literario de lo que digo, condición de la espero esté claro que no me desintereso como valor agregado a la importancia de lo que expreso. Y lo que más, lo que más celebro de todo esto es que no elijo ni el contenido ni la forma, hablo y es así como hablo y digo lo que pienso en este momento en el que como tantas otras veces digo cosas que me sorprende notar que ya sabía.
Es la hora de corregir algunas cosas. Es urgente la necesidad de preservar lo que construyo, de edificar de una vez por todas en vez de jugar con los bloques de madera a construir y derruir sin darle tiempo a nada a que demuestra a donde llega. Cierta necesidad de destruir lo que estoy haciendo bien es hoy el motivo de mis desvelos. Esta necesidad de destruir, de negarme al éxito sigue siendo parte de una condena sobre amplificada. La prohibición de ser lo que soy se convirtió en la prohibición de ser feliz, y a partir de ahí cuando no me doy cuenta aquellas cosas que me están haciendo feliz son destinatario directo de mi traición aunque no hayan sido enumeradas en lo prohibido.
Yo he tenido un día felicísimo y aprendí, aprendí hoy, estos días pero hoy, la necesidad de ver al otro, de aceptar las reglas que propone en la misma mesa de negociación a la que presento las mías.
Va por mis amigos, va por mis amigas. No puedo cambiar nada de lo que pasó excepto la forma de mirarlo. Estamos llegando a destino, estamos llegando al lugar al que necesitamos llegar. Y una vez allí, mañana será otro día y trataremos de acordarnos de lo que aprendimos hoy.
El claro convencimiento de estar equivocándome en la manera en la que ofrendo mi afecto, en la manera en la cual procuro complacer mis intereses, el estar haciendo mal y estar haciendo mal sin intención de hacer mal sino acorralado por algo en lo que confluyen varios factores, uno de ellos mi urgencia por comprobar que somos amables y podemos ser amantes, por quizás la necesidad de descubrir que para alguna persona está perfecto lo que somos, suerte que no tuve con las dos grandes mujeres de mi vida. Arrastro y es la cadena que rompo la condena de mi madre a la pena capital y le agrego el desprecio de la mujer que améque no pudo aceptar que no me alcanzara su amor para apagar el mío.
Me encuentro hablando claro. Salgo un poco de Juan y me pongo en el Juan que escucha lo que Juan dice y al Juan que escucha lo sorprende lo que dice el Juan que dice.
Está todo tan perfectamente claro: no tengo hoy ninguna certeza de hacia adonde va mi vida. No me atrevo a decir donde voy a estar en un año, no me atrevo a decir donde voy a estar siquiera en unos meses. No pongo la firma sobre ningún contrato, no reconozco ninguna hipoteca, no asumo ningún supuesto más que la vida, y es interesantísimo estar así.
Hasta creo -cuando otra vez vuelvo a escucharme- en el valor literario de lo que digo, condición de la espero esté claro que no me desintereso como valor agregado a la importancia de lo que expreso. Y lo que más, lo que más celebro de todo esto es que no elijo ni el contenido ni la forma, hablo y es así como hablo y digo lo que pienso en este momento en el que como tantas otras veces digo cosas que me sorprende notar que ya sabía.
Es la hora de corregir algunas cosas. Es urgente la necesidad de preservar lo que construyo, de edificar de una vez por todas en vez de jugar con los bloques de madera a construir y derruir sin darle tiempo a nada a que demuestra a donde llega. Cierta necesidad de destruir lo que estoy haciendo bien es hoy el motivo de mis desvelos. Esta necesidad de destruir, de negarme al éxito sigue siendo parte de una condena sobre amplificada. La prohibición de ser lo que soy se convirtió en la prohibición de ser feliz, y a partir de ahí cuando no me doy cuenta aquellas cosas que me están haciendo feliz son destinatario directo de mi traición aunque no hayan sido enumeradas en lo prohibido.
Yo he tenido un día felicísimo y aprendí, aprendí hoy, estos días pero hoy, la necesidad de ver al otro, de aceptar las reglas que propone en la misma mesa de negociación a la que presento las mías.
Va por mis amigos, va por mis amigas. No puedo cambiar nada de lo que pasó excepto la forma de mirarlo. Estamos llegando a destino, estamos llegando al lugar al que necesitamos llegar. Y una vez allí, mañana será otro día y trataremos de acordarnos de lo que aprendimos hoy.
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