He decidido hacerme cargo de una buena vez, y de la parte de verdad que me toca sobre aquello de que todos tenemos un muerto en el placard he decidido liberarme. Así las cosas deben ser le decía Rose a James P. Sullivan en la película favorita de mi hija menor, cuando lo instruye a dejar atrás una situación, un afecto que no se puede sostener. Lo digo como referencia no del quebranto, no del distanciamiento, sino por la moraleja de que uno es de un mundo o de otro mundo, que uno debe saber cuál es el que le corresponde. Hay un mundo que es de los vivos y hay un mundo que es de los muertos, el que nos toca es este, tan sólo es entenderlo antes de llegar al otro y no después de haber estado en él.
Noto que la palabra merodea generosa en mis orillas, noto un estado de liviandad, como si me hubiera olvidado la letra completamente y me encontrara forzado a improvisar sin espacio para ninguna maniobra. Una pesada responsabilidad puede ser tan gozosa, hacernos cargo de todo, de todo lo que nos pasa, de todo lo que somos, y a partir de ahí sacar provecho.
Nos han inundado con espejos de colores, lo cual no necesariamente es malo, si el mundo de uno es de espejos y colores, si no será difícil sentirnos a gusto. Entonces a cada quien lo suyo, que cada uno elija si quiere espejos de colores, o quiere espejos, o quiere colores, o no quiere nada de todo eso. Pareciera que se trata de elegir, pero el dado no elige que cara muestra, el dado no elije su valor, el dado no elige ser un cubo, el dado es dado y que otra cosa se le puede pedir. Hay lo que se elige y hay lo que no y no entenderlo no cambia nada, no entenderlo no aporta nada.
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