A veces me equivoco al responder desde cuando escribo y digo que escribo hace un poco más de un año o un poco menos. Este error no es en un intento de mentir o de contar algo distinto de lo que es, sino debido a que muy recientemente me tomé esto de escribir con algo que no sé si es adecuado identificar con la palabra seriedad pero que al menos me permite pensar en la palabra constancia.
De joven -de joven en años- escribí algunas cosas de las que me quedan recuerdos, sobre los que se dibuja una mancha de tinta dantesca, que es haber convalidado la opinión de otra persona -celosa quizás de un pasado del que no fue parte- a la cual no me supe oponer respecto a que no tenía sentido conservar algunas cosas de aquella época. No es que tuviera mucho escrito y no es tampoco que tuviera un gran valor literario pero me gustaría hoy poder releer las cosas que escribía hace treinta años o alguno más.
Recuerdo tres poemas de los cuales solo atesoro algunos versos y la intención o el hecho que me llevaron a escribir. No sé si es el primero en orden cronológico, un poema llamado Elegía, que tiene que ver con la perdida de un amigo fundacional de mi vida, un amigo de la juventud, un amigo de esos que no sólo por su ausencia prematura e inesperada se incrusta en mi historia sino por todo lo que ocurrió en mi vida a partir de la amistad con él, entre muchas otras cosas conocer otros amigos. En este poema me lamentaba de su muerte, absurda como toda muerte a destiempo, capricho del azar, una trampa tendida por un ánimo alegre y un traicionero segundo tren. Todo lo que recuerdo es que decía en algún lado:
Rueda que ruedas avanza,
Vas trayendo vida nueva,
Rueda que ruedas detente,
Vas dejando vida yerma,
Rueda, maldita rueda, porque
Llamaste hoy a mi puerta
El segundo recuerdo es de una poesía larga, de versos cortos, con un intento de rima y un trasfondo de queja sobre la suerte de muchos niños anónimos y pobres en el interior del país. Empezaba (esta parte recuerdo):
Su nombre tal vez sea Juan,
Tal vez Pérez su apellido,
Quizás sea rubio y pecoso,
Más probable morochito,
Con los ojos oscuros
Y la piel color de limo.
Y de como terminaba recuerdo el antepenúltimo verso La suerte de haber nacido y el último En este suelo argentino y tratando de completar, de reconstruir este remate, el penúltimo verso se resiste a regresar, y la memoria y la amnesia me hacen juegos de luces, como queriéndome decir que su final era simplemente ese:
La suerte de haber nacido
En este suelo argentino.
Mis neuronas bibliotecarias tienen vida propia y estados de ánimo variables, a veces son voluntariosas, a veces desganadas, se empecinan en archivar sin mayor orden ni adecuado registro, de lo que resultan estas confusas situaciones de no saber si están recuperando fielmente los originales o están haciendo una puesta en escena confiando en volver pronto a sus quehaceres y deshaceres.
Y el tercer poema tenía que ver con la llegada a Buenos Aires de una jovencita entrerriana que venía a estudiar, a quien me iban a presentar y me presentaron, una chica con la que no pasó nada, como era de suponer (un joven entre tímido y miedoso no pudo decirle lo que le quería decir). Se llamaba Elogio (a fulana de tal)(1) recuerdo partes sueltas, era también una poesía larga de versitos cortos y estrofas cortas, son pocas las partes que más o menos voy recordando, hablaba de ella, de su apariencia física, una chica menuda, bonita, y arrancaba:
Has venido de lejos
y pude ya verte,
que suerte la mía,
Tendría que hacer un esfuerzo mejor por recordar y presentar un relato más llevadero, esfuerzo que quizás haga en la fase de desgrabación de esto que estoy escribiendo ahora (2). Hablaba de su sonrisa, sus pechos pequeños, y sus mejillas, sus ojos claros, sus pupilas, y su cintura y su … y su … , era todo así, un catálogo de méritos estéticos, de lugares comunes o de piropos, habría que ver como se considera todo eso. Cerraba algo así como:
… mi fantasía,
musa celeste
que no sea en vano
mi poesía.
Tenía un ritmo muy llevadero, muy de poder leerse ágilmente. Me hace acordar al Dejeuner du matin de Prevert por su manera de leerse, aunque este último poema sugiere una lectura más lenta y menos alegre. Mis versitos eran más de tararán, tararán, tararán, tararán, aptos inclusive para acompañar una marcha forzada a pie.
Estos son los tres primeros que recordé. El Juan Perez murió en una carpeta, el Elegía no tuve el valor de dárselo a la mamá de este amigo, y el Elogio a FDT tampoco tuve el valor, que vamos a hacer. Escribir era algo que ya hacía en aquel momento, estoy hablando de Elegía que es del año 83, el Elogio es también de esa época y el Juan Perez es anterior, un par de años menos.
Recuerdo también a una compañera de Inglés, con la cual teníamos una capacidad de charla y comunicación impresionante, y a la que alguna noche debí besar en la boca y no lo hice, a quien sí recuerdo haberle regalado (sin explicarle el gesto) un poemita:
Abres la puerta
Y sonríes,
Me recibes
Y sonríes,
Cierras la puerta
Y corres a tu cuarto
A llorar tu tristeza
Con 95 % de probabilidades estos eran los versos. Si a mi me escriben algo así me hago pipí encima, con 95% de probabilidades, fue su respuesta. Si hay un premio nobel de timoratez lo reclamo para mí.
Estas cosas hacia en mi adolescencia, no recuerdo mucho haber escrito después, no tenía ni método ni constancia, en aquel momento era tengo ganas de escribir y escribo algo, pero eran cosas puntuales, así que, ¿desde cuando escribo?. Creo que hasta podría responder que escribo desde que hablo, pero tiene mucho que ver lo hecho este último año con este reencontrarme conmigo mismo que comentaba en otro artículo.
(1) Fulana de Tal era un nombre real de iniciales BG que prefiero omitir aquì.
(2) Confieso que no lo hice
Me hiciste reír con lo de la "timoratez" yo creo que los que nos expresamos a través de algo artístico, tenemos un poco bastante de ese intríngulis. Uno comparte algo muy profundo, algo que pertenece a su intimidad, de alguna manera desnuda el alma y no deja de ser un momento "ese momento del compartir" en el que nos volvemos vulnerables.
ResponderEliminarLas personas que encontramos en la escritura una especie de cauce comunicacional, lo venimos haciendo desde lejos, pasa que hay un determinado momento en que ese cauce se llena de agua que sale a borbotones y se nos vuelve necesidad el relato, el poema, el decirnos. No importa si eso tiene un valor literario o no (todavía no sé cómo se manifiesta eso, ni quién decide qué cosa es valiosa y qué cosa es para el descarte) lo que importa es dejarse llevar por la escritura, escribir, escribir, escribir. Encontrar el método, el estilo propio, que el acto de escribir se vuelva casi tan normal como respirar.
(si no podés bajar las fotos del CAP, avisame que te las envío)
Saludos!!
No soy de responder mucho los comentarios.
ResponderEliminarNo se si seremos poco originales, si tendremos en comun ademas de otras comuniones esa situacion. Yo personalmente juego mucho con la idea de Alicia, el espejo, el conejo, Humpty Dumpty, la reina de corazones. ¡Hay gente que cree que ese es un libro para niños!