Es un problema mío que deberé aprender a solucionar, el de tener cierta preocupación al llegar a la casa de unos amigos sobre si estoy llegando en un momento, en una situación y en un contexto adecuado, o por ahí, conocedores de mi interés, me reciben a pesar de que la hora puede ser tarde y de que llegar con dos niños dormidos o casi puede ser poco oportuno. Lo que me gusta es darme cuenta del gran error, y es de esos errores que uno preferiría no cometer, pero que no se entienda mal, preferiría no cometer no porque el temor sea cierto sino preferiría no partir de esa posibilidad, no tenerla tan presente. El correr de la noche lo dejó claro, ver a los chicos jugando amenísimamente, entrar un poquito en su mundo, ese tipo de cosas son las que hacen la diferencia.
Yo no tuve la sensación -sino la certeza- de que pasaron tantas cosas que no tuve tiempo de darme cuenta de todas, y sé que no soy el único. En algún momento seguí a mi amiga con el libro en la mano intentando apoderarme de un poco de su atención y leerle las primeras palabras, el primer párrafo del capítulo 12 de Rayuela porque se estaba produciendo en ese momento, se estaba materializando la imagen que yo tengo de ese libro y de ese conjunto de capítulos en los que transcurre la reunión del club: nosotros tres turnándonos para elegir música y atendiendo a nuestros Rocamadoures. Yo sé que quizás se dio cuenta de que estaba con el libro y quizás se dio cuenta del interés en leerle unas hojas, de lo que no se dio cuenta es de la enmienda en la dedicatoria, o si se dio cuenta yo no me di cuenta de que se hubiera dado cuenta. Corregí aquel permiso para no devolver el libro en una orden. Los regalos no se devuelven, así que ahora se lo va a tener que quedar. Me alegra muchísimo hacerle el obsequio, me alegra muchísimo que se lo tenga que quedar, y hasta me alegraría más saber que ya había decidido quedárselo.
Que montaña de lentejas que hicieron. Que extraña coincidencia que ambas familias hayan decidido cocinar lentejas en una cantidad que sobrepasa el límite de lo razonable y me consolaba hace un rato pensando en que seguramente nos puede resultar ventajoso un intercambio de lentejas en algún de la semana siguiente para no comer tantas veces seguidas las mismas.
Pensé en un momento algunos versos, me los olvidé, pensaba para mí mismo como uno podría (uno soy yo) escribir algunos versos ahora y como yo podría casi conocer el significado que en esos versos van a encontrar las personas que compartieron la noche conmigo y cualquier otro que los lea podrá entender pero nunca podrá entender de qué manera me refiero a las cosas que solo nosotros vimos pasar. Encontrarme a los 48 años de mi vida un sábado a la noche haciendo algo que nunca jamás en mi vida había hecho y que nunca pensé que podría hacer un sábado a la noche. No viene al caso y voy a resistir la tentación de dejar por escrito de que estoy hablando para que pase lo mismo que hubiera pasado con esos versos, solo tres personas sabemos de qué estoy hablando y el resto es libre de entender lo que quiera. De lo que más gracia podría decir me hace es saber que probablemente nadie más en el mundo jamás pueda saberlo. Una actividad insólita, pero la sensación de estar haciendo algo por primera vez en la vida es incomparable. Sé que es un algo trivial, nadie debe ponerse a pensar en grandes logros, quizás el gran logro haya sido convertir en importantísimo algo que pocas personas entendemos por qué podría serlo.
Me quedé con ganas de haber llegado un poco más temprano para disfrutar un rato más. Voy a lamentar más de una vez mi torpeza al querer grabar la primera improvisación de Mía con la armónica. ¡Ay! ese botón mal apretado no solo perdió el registro sino que también me distraje en pos de la memoria de lo que estaba ocurriendo, no lo suficiente como para no darme cuenta de que tiene un don pero repartí la atención entre el acto y su registro, y algún detalle es irrecuperable.
Quizás no deba sorprenderme tanto el microclima que se genera, ver a los niños después de la hora del descanso, cuando es habitual que el cansancio los ponga incómodos o fastidiosos, verlos tan compenetrados en sus intereses -infantiles o no-, jugando plácidos sin disputas ni desacuerdos, contagiándonos y todos contagiados de un clima festivo y de alegría.
Recuerdo un verso, carne de bosque, y recuerdo que en un momento llovían versos.
Me distraje, un rato largo. Eso quería.
Quizás no deba sorprenderme tanto el microclima que se genera, ver a los niños después de la hora del descanso, cuando es habitual que el cansancio los ponga incómodos o fastidiosos, verlos tan compenetrados en sus intereses -infantiles o no-, jugando plácidos sin disputas ni desacuerdos, contagiándonos y todos contagiados de un clima festivo y de alegría.
Recuerdo un verso, carne de bosque, y recuerdo que en un momento llovían versos.
Me distraje, un rato largo. Eso quería.
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