jueves, 11 de abril de 2013

Bicicleta Nocturna

Hay una hora,
un momento del día en la noche
en que Buenos Aires se vacía
cuando la gente normal desaparece
y sólo quedan los restos,
lo que sobra,
lo que se esconde mal,
lo que no debemos desear ver,
una oferta de sexo dudoso,
corrillos de drogones por Constitución
buscando la manera
de conseguir otro porro
o una bolsa de merca
o quien sabe que, o una cerveza
y algunos homosexuales
que nadan esperanzados
conocedores
de que se acaba la baraja
y aun no completaron juego.

Me siento impune e inmune
como si mi bicicleta me volviera invisible
de la gente que se baja de los taxis
y los taxistas que peregrinan
buscando un pasajero trasnochado,
algún borracho con plata
o una puta particular
con servicio a domicilio.

Mis piernas
en piloto automático
disfrutan
la falsa como todas las promesas
y falsa como todas las seguridades
promesa de seguridad
de una senda reservada
en la que sólo me crucé
con una persona mujer
en quien mi voz y mi pose de poeta
no hacen blanco ni sombra.

Un giro de noventa grados
sugerido
por una marca en el pavimento,
una plaza vacía y enrejada
por un cinturón de castidad municipal
que la preserva
del ultraje
de la gente que vive a las estrellas.

Aprovecho la cuesta
pedaleo y acelero
la bicicleta y yo barranca abajo
favorecidos por el azar de los semáforos,
alcanzo a ver una rata valiente
peregrinar
de un escondite a otro.

Cerca del Once
aparecen más personas,
padres con niños, parejas
y más hombres,
se ve el miedo
en los ojos asustados
de la gente cuyo refugio
está en las oficinas
al cruzarse
con los revolvedores de basura,
con los seres que desprecian
su lugar en el sistema,
más travestis, más ebrios,
mas drogados, desahuciados
de una ciudad oculta que no duerme,
gente inmóvil que mira
con los ojos del águila
buscando un provecho
que algunos llaman injusto
y para otros es apenas
un plato de comida.

Buenos Aires de noche
por las calles escondidas,
por los lugares
que recomiendan evitar,
donde anida
lo sucio y lo malo,
la escoria y el descarte,
las almas
cuyo cartón de lotería
es un abecedario de ceros,
condenadas al desprecio,
a vivir entre la mugre,
a comer de la basura,
a dormir en los rincones,
a vestirse con las sobras
y a exigirnos la moneda.

Ya dejo atrás
la primera mitad del Once,
pedaleo, pedaleo
por una calle flanqueada
de edificios apagados
donde se evita la luz
y se arrugan las sábanas
y se duerme pensando
en las obligaciones de un mañana
de comercio, de oficina, de colegio
o de otras formas del engaño,
o en salir de putas a premiarse
o en salir a pagar premios
chupando vergas y negando besos.

Le pregunto
por la calle a la que voy
a un extranjero
que atiende un quiosco
en su propio país,
le pregunto de nuevo
a una mujer sola
que exhibe impúdica su miedo
previsor de un ataque
al que teme
como excepción y como norma.

Esquivo gentes en las veredas
paseadores de perros
que buscan complicidades,
proyectos de burgueses
que hacen fila en un Mc Donalds
para agradecer
un redondel de mierda o carne,
unas papas fritas
y un vaso de gaseosa, hielo y agua
con las burbujas perfectas,
esféricas y cronometradas.

La calle Gascón
es una promesa cierta,
llego al lugar
donde yo y mi insomnio y mi conciencia
nos refugiamos de nosotros mismos.

2 comentarios:

  1. Casi nunca comento porque me sale algo cliché, como "que buena tu poesía". PEro bueno, no está mal lo cliché de vez en cuando. Saludos!

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