viernes, 18 de mayo de 2012

El fin del mundo

Decía hace un tiempo que, en la eternidad del tiempo, todas las profecías son apuestas seguras a futuro, por lo que la advertencia de que el mundo tiene fin, no por vistosa o grandilocuente, deja de ser absolutamente irrelevante.

Claro, los mayas dijeron que sería en 2012. Bueno, en realidad, alguien dice que los mayas dijeron, y para ser más estricto en la semántica, oí y creo que vi –no digo ni miré ni escuché- noticias de relleno y comentarios tan prescindibles como la misma televisión; entre todo eso, alguien aportó alguna reflexión sobre la finitud de las cosas que justificó su lectura, mérito que mi voz no precisa pero espero que comparta.

¿Cuál es el 2012?. Ah, que pregunta. Si existieran los mayas, podríamos preguntarles que quisieron decir. Quizás nos corrigieran, quizás nos enseñaran, quizás le echarían la culpa de todo el entuerto a un grupo de vanguardia al que se le dio de abusar por algo prohibido, o a  alguno que tomó algo de más, o a algún pasquín de la época que inventó todo, como nos hicieron después con el informe Roswell, el monstruo del lago Loch Ness, el filipino embarazado, y tantas otras promesas.

El concepto de 2012 es muy relativo. ¿2012 para los cristianos, o para los judíos, o para los musulmanes?. ¿Contado desde cuándo?. ¿Y esos 2012 años, son convertibles 1 a 1 como el peso y el dólar –otra fábula que nos hicieron creer- o hay que sacar la tabla de logaritmos y la calculadora trigonométrica.

No tengo el dato preciso de cuando cae el 2012 de los mayas. Sé cómo obtenerlo, pero no tengo ganas, así que le dejo la inquietud a algún curioso o a algún ex estudiante que haya aprovechado mejor que yo los años de colegio. El dichoso año, mejor dicho no el dichoso sino el desdichado año, ocurrió algún tiempo después del año 1492, este ultimo si contado desde nuestra visión occidental y cristiana. 2012, y se acabaron los mayas, y fue el fin del mundo para ellos.

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Mucho antes de ahora, cuando fui adolescente, me enfrenté varias veces al fin del mundo, en forma de novela, en forma de guerra. Por si la pista no apunta, aclaro, encaré varias veces la lectura de “La guerra del fin del mundo”, de Mario Vargas Llosa. Debo haber leído media docena de veces el primer capítulo, pero no tenía aun el aplomo y el consejo de los años, y sucumbía en manos de la impaciencia y el descrédito en algún momento del intento.

No debiera cantar victoria, pero llevo ya un mes o mas de perseverancia, y llegué anoche a la página 400 de las más de 600 que tiene esta edición, que salió a la venta acompañando al diario La Nación hace poco tiempo y que hace menos tiempo aun, de casualidad, encontré a la venta en una librería escolar a la cual caí poco después del inicio de clases, en busca de los consabidos libros de colegio de reposición anual (tema para otro día, la hijaputez y no solo comercial de generar libros descartables, libros que no se leen sino se usan, y una vez usados ya no sirven, el absurdo de un libro).

Un libro hermoso. Denso, espeso en su redacción, de párrafos largos, historias paralelas, un entramado en el que durante muchas páginas no logré hacer pie, pero continué leyendo con la confianza ciega de entender, en algún momento y no me importa de qué manera, de que venía la cosa, lo que por suerte sucedió. Situado en Brasil, en el norte, a fines del siglo XIX, con algún parentesco en su forma con los 100 años de Garcia Márquez. Lectura recomendada.

Cerrando el punto, en 2012, el año del fin del mundo, de casualidad me encuentro con este libro, la guerra del fin del mundo. No deja de ser una coincidencia casual. Compré el libro solo para reintentar vencerlo, rememorando aquellas frustraciones, sin pensar –o sin tomar consciencia- de la causalidad latente.

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Viendo la evolución de algunas situaciones personales, comencé hace poco a hacer algunos chistes sobre el fin del mundo, y lo seria que se había puesto mi vida en demostrarme la vigencia del asevero, e iba por ahí repitiendo una frase así como “si el 2012 es el año del fin del mundo, conmigo empezó con el pie derecho”.

Comencé enero con una situación premonitoria. No me sorprendió el hecho - me llegó el despido- pero sí que se adelante un par de meses a mi previsión. La noticia en si es abstracta, no fue ni buena ni mala, ni la tomo con la capa de barniz de y-ahora-que-voy-a-hacer a-mi-edad-con-lo-dificil-que-es-conseguir-trabajo-y-encima-con-cuatro-chicos. Tampoco hay nada que pueda hacer para cambiar los hechos, y vino con un cheque interesante.

Estaba un poco hastiado de la compañía, disconforme con algunas cosas, recibiendo un trato que no me parecía el que ameritaba, con una relación desgastada a base de irnos conociendo las mañas y los defectos. Confortablemente adormecido, cantaría Pink Floyd. No estaba satisfecho, quizás conforme, mejor dicho acostumbrado, con una alegría cada tanto, y cada otro tanto un escape.

Más inesperado aun, en febrero el corazón de mi suegro dijo basta, sin ningún preaviso. La noticia te choca, la realidad te pega un tortazo en la cara, una patada en los testículos, una piña en la boca del estomago, y te deja dolorido, sin aire y sin reacción, y te das cuenta de golpe de que la muerte es otra profecía de la que no te vas a escapar. El 2012 de mi suegro cayó en 2012. Llevo meses planteándome a mí mismo la angustiosa certeza de la muerte. Como escuché en Belleza Americana, todos los días empieza el resto de tu vida, menos el día que vas a morir. Ese día es el del fin del mundo. Y si no, si no lo entendés aun, preguntale a tus ausentes, y hacete cargo.

Apenas digerida la noticia, la decisión. Cuando aun me debato entre lo que quiero y lo que no, cuando aun no termino de convencerme de poner el ser delante del parecer y poner el deseo delante del quiero, me dan noticia del próximo despido. Me resisto, hago mis duelos, proceso, digiero, consiento, acepto.

Estábamos un poco hastiados de la compañía, disconformes con algunas cosas, recibiendo un trato que no nos parecía el que ameritábamos, con una relación desgastada a base de irnos conociendo las mañas y los defectos. Confortablemente adormecidos, cantaría Pink Floyd. No estábamos satisfechos, quizás conformes, mejor dicho acostumbrados, con una alegría cada tanto, y cada otro tanto un escape.

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Decir que el fin del mundo puede ser cualquier día de estos, es otra manera de decir que todos los días es 2012. Y entrando el año, veo que la vida, tal como la supe conocer, se está acabando.

Y estoy así, alistándome para mi fin del mundo personal, sin poder saber hoy, cuando el fénix renazca y yo termine de reencarnarme, ni de que voy a trabajar, ni bajo que techo voy a vivir, ni a quien dedicaré mi amor, ni a quien entregaré mi cuerpo.

No está mal para llamarlo el fin del mundo. Si no lo es, es un simulacro importante.

2 comentarios:

  1. Pffff justo ayer leyendo otro post me reía de las historias que se tejen acerca del fin del mundo y de los mayas y bla bla bla blaaa blaaa.

    Tanto que terminé viendo unos videos por youtube dignos de una peli de terror clase b.

    Tema aparte, el fin de tu mundo personal que suena a verdadera catástrofe, pero te leo y no te veo en medio de un naufragio. Me da la sensación que despertaste de un gran adormecimiento que pareciera barrer con todo y tal vez solo sacuda las cosas que ya había terminado antes del 2012, fijate bien el tema de los afectos, eso si que me parece doloroso y delicado de que lo pierdas en medio de esta sensación de fin del mundo

    te deseo toda la fuerza y la calma para atravesar esta parte del camino

    saludos

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  2. acuerdese, los apocalipsis no son finales, son comienzos de algo nuevo.

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