viernes, 3 de febrero de 2012

Picazón de manos

Decidí hace un rato darme un respiro a mí mismo, o de mí mismo, y dedicarme a lo que no es importante, desde el punto de vista del siglo XXI en el que estamos, desde el momento especial en que estoy –sin trabajo-, y por qué no, desde la precaria situación en la que se encuentra mi vida, tal como puede ser entendida por muchos, de cuarentón casi al borde, páter-familia, en plena crisis existencial, en gran parte autogenerada como escape a una situación de feliz normalidad que por momentos resulta apacible y cada tanto, precisamente por apacible, se hace insoportablemente adormecedora.

Abandoné la cama recién. Antes, poco antes, me acosté con un nuevo libro, ya que los que tengo en la mesa de luz no me están llamando la atención, quizás por llevar varios días –semanas tal vez- intentando o esperando su turno, y eso ha hecho que el ojo los incorpore y los devalúe. Entre ellos alguno del que dudo a pesar de que me vino recomendado, de una letra demasiado pequeña, que no sobrevive a la distancia que le impone la presbicia sin lentes, otro medio existencialista que no sé si estoy releyendo aún o ya dejando de releer y creo que también hay otro de Neruda, que le saqué a mi suegra junto con el anterior sin que ella lo sepa ni sospeche, que me gustó leer, sobre todo para darme cuenta de la inmensa distancia que hay entre mis torpes intentos –que yo leo con hipócrita indulgencia- y lo que podríamos decir poemas mayores, o poemas de un poeta mayor.

Avancé unas cuantas páginas de un libro que mencioné como tarea pendiente bien al principio de este blog: La vuelta al día en 80 mundos, de Julio Cortázar. No sé cuantas hojas llegué a leer, quizás una docena. Claro, como explicarlo, Perogrullo diría “Que pedazo de escritor”. Salvando el talento y probablemente la erudición, en ambos casos mayores en él que en mí, leo y digo no solo como me gusta, sino como me gustaría escribir así. Oraciones largas, ideas que van y vienen, salta de tema -en eso me parezco- pero luego vuelve y lo cierra magistralmente, o eso parece. Entonces, en pocas páginas ya habló de tantas cosas, que no voy a repetir, ni tratar de inventariar. Desde ya recomiendo el libro. Quizás cuando me adentre vea algo distinto, pero hasta ahora veo un libro que parece un blog, claro que escrito muchos años antes de Internet y sus opciones, la única referencia que puedo dar, sin ir a ver la fecha de edición, es que es posterior a Rayuela, porque la nombra. Es un poco autobiográfico, o mejor formulado, auto referenciado, habla de él o a partir de él o de cosas que supo o de cosas que conoció o escuchó o vivió, un título y un texto y otro título y otro texto, con citas y menciones, y el único hilo conductor entre las partes es el mismo Cortázar.

Delicioso, notables hallazgos, como la Nube Magritte o el método para desaparecer ciudades o el origen del nombre de un gato –Teodoro W. Adorno- y lo que importa hasta tanto encuentre una mejor interpretación no es lo que cuenta sino como lo cuenta, como elige las palabras y las frases y las combinaciones y uno –ese uno soy yo- lee rápido y con avidez, dándose plena cuenta de que si fuera más lento vería más detalles pero a pesar de ello no logra sacar el pie del acelerador y deja que la vista vaya deslizándose de palabra en palabra y de línea en línea y en el medio de ese trance me digo a mí mismo que el respiro que necesito es aún mayor, hace poco tiempo descubrí o redescubrí que puedo ponerme a escribir porque si, sin un planteo previo, sin una intención más trascendente que el mero acto de hablar por escrito, y si bien pude hacer un cuento y lo hice y pude pensar en otro cuento que luego se volvió novela (proyecto que no abandoné pero se me escabulló en algún pliegue del cerebro, en la parte que resuelve la voluntad, que no me hace acordar del tema ni desear acometer la obra), hago una autocrítica de mis últimas expresiones (casi digo creaciones, pero como todo esta creado, en realidad expresión me da una voz más fidedigna y publicación más exacta pero a la vez más fría) y creo que en muchos casos fue más importante la idea que la forma, y precisamente este intento es un respiro a eso: no sé cuál es la idea, lo que me propuse hacer es elegir una forma –que ojalá alguien piense es parecida a la de quien me inspira- y dejar que las ideas la invadan.

Acabo de releer. Tengo una mala costumbre con respecto a los acentos, tara que le agrega al acto de escribir la obligación de esta primera revisión, y en esa segunda recorrida además vemos palabras reiteradas, como si no pudiéramos usar un sinónimo o escribir la idea de otra forma, evitando la repetición, que no sé porque pero me suena a defecto. Esta relectura tiene además una consecuencia adicional, que es recordarme un poco de donde venía la cosa, o hacia donde la quería llevar, que son diferentes manifestaciones de la improvisación que dejo que me gane, lo que no sé tampoco si es bueno o es malo, supongo que es mejor que revise y corrija un poco, que acepte que esto –tal como está hasta ahora- es un gran borrador y debe ser pulido, en nombre del buen gusto y de la técnica, o por lo menos en una demostración de respeto hacia quienes tengan la suerte –en la versión neutra de la palabra- de encontrarse ante estas líneas.

¿Y qué tal si me voy a dormir? Hago mía la pregunta y pienso que no quiero, sé que en la cama me esperan tu compañía y un libro o la compañía del libro o la tuya o nada de eso, pero me ganó la pulseada este afán de escribir porque si y de esta manera, anárquica, caótica, desprolija, lo que digas pero auténtica, tratando de sacar de algún lado una metáfora o una anécdota o algo que premie a los pacientes o a los constantes. Creo que escribo casi como si estuviera respirando ahora, con la misma automaticidad, palabras y palabras que me recuerdan al boxeador del cuento, dan vueltas y vueltas y no tiran ningún golpe, te entretienen y adormecen, y cuando te das cuenta, se fue otro round.

Me empieza a ganar la desazón, la sensación de que no logré lo que quería cuando me senté. Tenía poco para decir, tenía poco pensado para decir ahora, y lo agoté. No hay acá un estilo que me salve, tampoco una idea, ni siquiera una cita. Voy y vengo, en la misma baldosa. Había una lista de posibilidades en el aire, como en los bailes de pueblo a temprana hora, todas las candidatas estaban ahí esperando el cabezazo que las invite, y mientras dimos la vuelta eligiendo con cual, se fueron desvaneciendo, y lo poco que quedó alcanzó apenas para esto. Que no es poco, porque le doy el valor del ejercicio. No tengo tema, últimamente no tengo tema, pero me picaban las manos de ganas de escribir.

3 comentarios:

  1. Me encuentro ante tu escrito, tu respiración hecha pensamiento escrito y digo, ahhhhh qué alivio, no estoy sola en este mundo de baldosa donde las chicas esperan que uno las cabecee y salgan así como así, porque las muy turras miran para otro lado y se hacen las indiferentes, cuando vos sabés que están ahí, una al lado de la otra esparando tu mano que pica, tu sangre que quema, tu aliento que les da vida.

    Estoy igual que vos, ultimamente no tengo tema, o si pero lo evito porque me duele y no sé cómo hacer que sangre menos si lo escribo, podría abordar el humor, tal vez...

    Quien sabe.

    A mi tb me pican las manos de ganas de escribir, este ejercicio ha valido enormemente la pena, no sólo por mi que me he visto en un espejo, sino por vos, porque le ganaste a tu enano maldito que te mandaba a dormir.

    Saludos!

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  2. (...me quedé pensando, necesariamente hay que tener un tema para escribir o hay que sentarse a escribir y el tema fluye?)

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  3. Pues siga usted escribiendo porque lo hace maravillosamente bien

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