Tres vertebras hilvanadas
forman la cerviz de un árbol,
una luz mortecina chorrea y se derrama
sobre el lomo galáctico de espinas
del paisaje de dinosaurio corteza
en la piel de un palo borracho,
el paraíso del fotógrafo inspirado
se guarda en la matriz de unas plantas,
una gruesa inquisición
de palos con espinas, medievales,
un cactus que es un falo
de seis aristas
y el racimo de saludos desde un tronco
de una cantera de personas verdes
en un metro cuadrado de multitud.
Un farol de hierro desdentado
pare y abandona resortes por ahí,
las macetas montan guardia
a la sombra del camino del exilio,
al flanco del poste dormitado
por la fanfarria del porro horizontal,
encerrado en pentagramas de colores,
hay un piano de bancos a cubierto
y una Mafalda de lunares
que me desafía al juego
de sembrar adivinanzas infinitas.
La foto del cartón de lotería
entre tanta coincidencia coincidida,
cara casualidad de personas,
el capitán al timón en su puente de su arca,
los actores impúdicos posando
o protegidos en japonés
detrás de una bandera,
gente sin filtro,
oportunistas de la existencia,
dueños perseguidos por valijas,
un par de padres en su día
y algún simulacro de impostor
sobreviviendo a su propia letra.
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