sábado, 13 de abril de 2013

Estupidez y orgullo

Una vez más me olvido el monólogo que quería dar. Algo empecé a escribir, y me acuerdo retazos. Hablaba del orgullo y la estupidez, pensando en nosotros, pensando que me cabe más la estupidez que el orgullo. No quiero cambiar la palabra estupidez, me parece muy fuerte, muy poco literaria; podría decir timoratez, tibieza, pero a esta altura esas palabras se quedan cortas. Siempre creo que nos hablamos, sin mirarnos, nos mandamos mensajes, nos cruzamos canciones. Lo que dice Girondo lo sentí como munición gruesa. Me tienta hacer una especie de alquimia entre el álgebra y la memoria, como si tuviera alguna utilidad poder argumentar haber hecho intentos antes de justificar mi deserción, de la que estaba más o menos seguro. No hay mucha distancia entre el odio y el amor, y respirar ese enojo logra cualquier cosa menos convencerme de haber estado equivocado. No soy la misma persona de hace tantos años, no soy la misma persona de la de hace unos meses o unas semanas o unos días. No soy la misma persona de hace tres horas y tampoco soy la misma persona de mañana. Muchas veces le tuve temor al no. Hace un tiempo le tuve temor al sí. Sentir que yo quiero y vos querés, y dudar de si merezco. Sigo acumulando palabras y frustraciones, errores, omisiones. A la estupidez de no decirte lo que siento le sumo la estupidez de pensar que tu orgullo te impide hacer un gesto, como si tuviera prohibido hacerlo yo, como si no pudiera tomar el teléfono sin ninguna otra excusa. Me demoro pensando en la ocasión, el momento adecuado, el pertinente, hoy no porque no, si mañana, y mañana porque si, porque no, porque otro día. Me resulta tan difícil ser cobarde, y decir basta para siempre, y a otra cosa, y no me importa, y ya no quiero, y mejor así, y si no fue no fue, porque no tuvo que ser, porque no era, no correspondía. Escribir cien veces en la pared no debo, no debo, no debo, no debo. ¿Y porque no? creérmelo, darlo por cierto, emborracharme, olvidarte veinte años otra vez. Al fin y al cabo, nadie nos obliga a ser felices.


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