Olvidarme
lo que estaba por decir
sobre un escenario y una noche,
recordar palabras sueltas,
la idea de escribir,
el verso recurrente
que nos visita
y se retira.
Memoria de la noche que no fue,
la conversión del momento en otra cosa,
lo imposible de nombrar el origen
o la ventaja de olvidarlo,
un viaje de ida que recuerdo
desde antes de partir,
la satisfacción de lo eterno
puesto a prueba
y derrotado,
de un paso más,
y de otro más
después del último,
el drama griego,
el ser o estar,
ese viaje interior
tantas veces caminado,
la alegría desenfrenada,
la pasión puesta en escena,
el porqué si y el porqué no
tan jubilados.
Paso al ser del estar
y deshago el andén
con la duda del destino,
me subo al tren que me devuelve,
tomo contacto con lo real,
con un reloj que acusa
como la abuela bondadosa
que simula retar al niño
que pellizca golosinas.
Querer levantar vuelo una vez más,
que la noche no termine,
que la función siga,
y siga,
y siga siguiendo
cuando se cierren las puertas
y se haga la cuenta de las opciones,
cuando se pase revista
a los fantasmas y a los muertos,
cuando no queden testaferros,
mientras desangra la herida
cuyo parto no sabemos.
Presentarme con aplomo,
tomar nota
de que soy alguien más,
de que me escuchan,
la noche
tiene mucho de desierto
con sus oasis,
la verdad
es que nada ha sucedido,
todas estas medidas
son una cara de mi pasado
fresco y reciente
desde hace apenas,
sobrevivientes de un sueño
que aun no he conciliado,
distracciones en el aire,
espuma,
una colección
completa de sorpresas,
lo inesperado
puesto a la vista,
un designio,
un nuevo olvido
en la estéril búsqueda
de lo que no trajimos.
Pendiente de la cuenta regresiva
hasta el final de los colapsos,
la espera se hace tedio,
la noche se apaga,
suena la bocina
del barco sobre los rieles,
en una estación de trenes
que numera los muelles
se huele hasta el silencio
y mi voz retumba
en el plástico, el vidrio y el metal,
no temo a nada,
ni siquiera a la promiscuidad
de una oreja
que se peina desatenta
y acerca su espalda
hasta la mía.
No quiero recordar
la conjugación del verbo estar
mientras escribo un poema
pero el ser
tira y afloja
en la pulseada
y ahora pienso
en cuando lea esto,
quizás en unas horas
o mañana,
estoy o soy
es la pregunta
que me hace
el padre de la lengua inglesa
con una calavera en la mano,
o con un globo terráqueo,
o un pollo muerto,
o una ristra de ajo,
la pregunta traducida
en todos los idiomas,
hasta el de los peces y las plantas.
Camperas negras
del color del miedo,
ganas de callar los ojos
y asegurar dos cosas,
o tres, o cuatro,
la tentación de mantenerme en pie
cuando lo diferente se impone,
cierro la puerta,
cruje la quilla
al abrirse paso
y el agua se permite
como Salomón y Moisés,
me esmero en hacerme
la crítica de hoy,
en conocer los detalles
pero la opción es fluir, fluir
viento en popa,
máscaras a proa.
Contar la primera de las cuatro estaciones
y saber que faltan tantas
o una menos,
sin necesidad
interrumpo el silencio necesario
en la tercera respuesta a la pregunta,
un sitio donde no sé
si soy o estoy,
el recuerdo de algunos nombres
y algunas intenciones,
la certeza de una cama vacía
en todos los lugares que no ocupo,
pasajeros que suben y que bajan,
gente que circula por su espacio
como los pavos reales en invierno.
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