Todos los días, desde el alba
vivimos un día que está empezado
y yo no puedo prometerte nada
que dure después del próximo anochecer,
ese puñado de horas
son las que pienso
sin temor a equivocarme
que pueden ser tuyas,
por todo lo que me pasa cuando estoy contigo,
por todo lo que me ha pasado
desde que te conocí,
en cada una de esas veces
hubo un encuentro
y de cada una de esas veces
salí mejor.
No tengo manera de disimular esto,
no tengo manera de olvidar
una colección de casualidades en las que creo
como hechos y como colección
y de las que tengo una duda razonable
sobre su carácter de fortuitas:
si hay situaciones determinantes,
si una persona nos hace encontrar
adentro de nosotros una versión mejor de nosotros mismos
¡que tentación la de ponerle un nombre a todo esto!.
Le temo a algunas palabras
y no las pronuncio
pero las huelo, están ahí, cercanas,
hay algo en el aire,
hay un rumor como de piedras sacudidas en el lecho de un río caudaloso,
como a veces hay olor
a pasto humedecido por el rocío en el campo,
es algo así
como el olor a pan tostado en una cuadra de panadería,
hay una fuerte, fuerte convicción de amanecer en el ambiente.
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