Desde que Arthur Cravan nació y murió hasta que yo supe de él pasó un siglo y varias generaciones, entre las que incluyo varias transcurridas sobre mí mismo.
No sé que hacían estos amigos míos en Lomas de Zamora esa mañana o esa tarde, antes de ser mis amigos. Apenas me llegó una película absurda y delirante que -de casualidad, cuando no- me llamó la atención. Un tipo pintón y un tipo pintoresco, y esos versos recitados que me causaron algo que me trajo hasta aquí, donde enhebro esto en la confianza de ser una cuenta más en una carrera de postas que hoy te alcanza.
haganme el favor de tirar a la basura toda esa dignidad,
vayan a correr por el campo,
atraviesen las planicies a galope tendido como un caballo,
salten la cuerda, y cuando tengan seis años de vuelta
ya no sabrán nada, y verán cosas extraordinarias
¡Hie!
¿Qué alma disputará mi cuerpo?
Oigo la música:
¿me arrastrará?
Me gusta tanto el baile
y las locuras físicas
que siento con evidencia
que, de haber sido jovencita,
habría acabado mal.
Pero desde que estoy sumergido
en la lectura de esta revista ilustrada
juraría no haber visto en mi vida
fotografías tan maravillosas:
el océano perezoso meneando las chimeneas,
veo en el puerto, sobre el puente de los vapores,
entre mercancías imprecisas,
mezclarse los chóferes con los marineros;
cuerpos lisos como máquinas,
mil objetos de la China,
las modas y los inventos;
luego, dispuestos a atravesar la ciudad,
en la suavidad de los automóviles,
los poetas y los boxeadores.
¿Cuál es esta noche mi error?
¿Qué entre tanta tristeza
todo me parece bello?
El dinero que es real,
la paz, las vastas empresas,
los autobuses y las tumbas;
los campos, el deporte, las queridas,
hasta la vida inimitable de los hoteles.
Quisiera estar en Viena y en Calcuta.
Tomar todos los trenes y todos lo navíos,
fornicar con todas las mujeres y engullir todos los platos.
Mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata, actor;
viejo, niño, estafador, granuja, ángel y juerguista; millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo;
cobarde, héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino, cazador, industrial,
fauna y flora:
¡soy todas las cosas, todos lo hombres y todos los animales!
¿Qué hacer?
Probaré con el aire libre,
¡quizás ahí podría prescindir
de mi funesta pluralidad!
Y mientras la luna
más allá de los castaños,
unce sus lebreles,
e, igual que un caleidoscopio
mis abstracciones
elaboran las variaciones
de los acordes
de mi cuerpo,
que mis dedos pegados
a la delicia de mis llaves
absorben frescos síncopes,
bajo mociones inmortales
mis tirantes vibran;
y, peatón ideal
del Palacio Real,
me embriago de candor
incluso con los malos olores.
Repleto de una mezcla
de elefante y de ángel,
lector mío, paseo bajo la luna
tu futura no fortuna,
armada con tanta álgebra
que, sin deseos sensuales,
entreveo, fumadero del beso
coño, mamada, agua, África y descanso fúnebre,
detrás de los estores ya tranquilos,
la calma de los burdeles.
Bálsamo, ¡oh mi razón!
Todo París es atroz y yo odio mi casa.
Los cafés ya están oscuros.
Sólo queda, ¡oh mis histerias!
Los claros establos
de los urinarios.
Ya no puedo seguir quedándome fuera.
Esta es tu cama; sé tonto y duerme.
Pero, último inquilino
que se rasca tristemente los pies,
y, aunque cayendo a medias,
si yo oyese sobre la tierra
retumbar las locomotoras,
¡cuán atentas podrían volverse mis almas!
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