Solo,
detrás de las defensas,
tengo miedo, aun, a pesar,
Con los ojos abiertos
me abro paso en la vigilia
estirando la agonía de la noche,
mientras me acompaña
el pensamiento de lo ausente.
Me seduce un sopor dulce
y caigo preso de la araña.
Quisiera poder olvidar
mi colección de fracasos
y abrazar mi propia causa,
apropiarla, abrazarla.
miércoles, 29 de agosto de 2012
martes, 28 de agosto de 2012
Ausente
lunes, 20 de agosto de 2012
Laberinto
Ya es un ejercicio reiteradamente predecible esta costumbre de grabar mi voz, desgrabarla y ponerla por escrito a ver si encuentro en lo que digo alguna perla. Como los mineros que buscaban las pepitas de oro en la arena que bajaba de los ríos en las películas del oeste, miro pasar palabras y palabras por un colador esperando encontrar una expresión, una frase, una idea que valga la pena el esfuerzo.
Pasé un gran día. Me pude dar el gusto de recibir en casa a una pareja de amigos; amigos recientes pero amigos profundos. Amigos ante los que me siento muy cómodo, porque una de mis máscaras descansa cuando estoy con ellos. Tienen la capacidad de perturbarme, en el mejor sentido de la palabra.
La magia que se produce al tratar con ellos tiene que ver con el cuestionamiento sano sobre el curso de las cosas. Me encuentro pensando que quiero hacer, y el factor que digo me perturba es el que hace que incorpore una variable más en la ecuación. Hay una puerta más en el laberinto, hay una opción más que me negué durante muchos años y se me hace evidente. No es que esta negación haya sido consciente, en modo alguno. Una negación consciente sería casi una decisión. No digo lo pensé y no, digo ni se me pasó por la cabeza. Yo, que siempre he dicho que tengo una deformación profesional de los años y años de dedicarme al análisis de sistemas, que es el instinto de evaluar todas las opciones identificadas, aun aquellas que a priori parecen inadecuadas, aquellas que uno ya sabe que no van a ser pero de cualquier manera las pone sobre la mesa y las mira y ratifica el prejuicio, o para decirlo de una manera menos cuestionable y quizás más fidedigna, uno juzga, evalúa, y ese juicio y esa evaluación enteramente nuevos coinciden con aquel juicio previo, que es una manera de decir prejuicio un poco más elegante.
No tuve en cuenta nunca seriamente la posibilidad de ganarme la vida de una manera que no tuviera que ver con la informática, los sistemas, la tecnología, la gestión de proyectos. Y sería injusto que la reiterada negativa del mercado laboral a considerar útil mi capacidad profesional me obligue en un acto de arrojo producto no del valor sino de la desesperación a tomar un camino que siento muy posible como mi propio camino. Se me ocurren (recuerdo) algunas frases comunes: el corazón tiene razones que la razón no entiende, que no tiene que ver en la interpretación que hago y a partir de la cual voy a plantear la analogía con el corazón y el amor y las razones del amor, tema que podría desarrollar pero no viene al caso ahora, sino con que hay cosas que pasan y no sabemos por qué pasan, hay cosas que pasan de una manera y no sabemos qué fue lo que hizo que esa sea la manera de que pasen las cosas, o si sabemos pero encontramos que hemos llegado a donde había que llegar pero por un camino que no era ni el previsto ni el previsible. Voy a contradecir aquello de que el fin no justifica los medios, porque en este caso en particular no le hace mal a nadie que yo encuentre mi lugar y mi camino de una forma inapropiada (lo miro de más lejos y digo: si estoy encontrando mi lugar y mi camino, la manera en la cual lo encontré necesariamente es la apropiada). Otra frase que me acordaba al mismo tiempo que decía lo del corazón y las razones (antes de decirla ya me acordé de su versión católica): los designios de Ala son inescrutables / los caminos del Señor son misteriosos. Yo tengo la sensación de estar llegando a mi lugar y no voy a cuestionarme si la manera de llegar fue o está siendo la que tendría que ser. Pregúntenle a un naufrago, cuando llega a una isla, si le parece bien la manera en que se salvó, como si cambiara algo que haya llegado nadando, agarrado a un palo o cabalgando sobre un delfín. Cuando uno está en riesgo, cualquier solución sirve. No veo nada objetable en descubrir mi vocación por descarte.
Podría reprocharle a alguien haberme persuadido de deshacerme de algunos intentos de poesía escritos hace muchos años, no porque pudiera presumir de un valor literario -muy cuestionable- sino porque ese deshacerme … ¡que palabra acabo de decir! … pensaba hablar de ese deshacerme de lo que escribí, pero ese deshacerme podría pensar que es de mi mismo, me des-hice.
Hablaba con uno de estos amigos los perturbadores de algo que le estorbaba porque correspondía a una parte de su pasado de la que no quería tener testimonios, y la duda era sobre cómo escribir deshacer, y la repregunta era si era des-hacer del verbo hacer o des-asir del verbo asir. Este reproche que podría hacer a otra persona y que en realidad debiera hacerme cargo y reprocharme a mí mismo, haber consentido algo que por ahí no quería sin resistirme, esto que en todo caso debió ser un des-asirme de unos escritos se convirtió en un des-hacerme de la afición por escribir. Llevo cerca de un año escribiendo, ahora que caigo en la cuenta. Lo que empezó como un juego de seducción a una vieja amiga de la juventud, una de las mujeres que en mi vida no fue, hoy se me ha convertido en una necesidad visceral de escribir, escribir y escribir; sobre esto, sobre aquello y sobre lo otro; sobre alguna noticia en el diario, alguna situación personal o sencillamente algo que no tiene que ver conmigo, o al menos no tiene ninguna connotación visible entre mi presente, mi pasado y lo escrito. Es probable que esté cumpliendo un año en estos días del piropo con el que empezó todo. Debiera revisar un poco y en todo caso mandarle un saludo a esta mujer. Cuando digo en este espacio en el cual dejo escrita mi voz Gracias a vos que vas echando chispas por el monte, esto tiene que ver con por un lado un dicho que entiendo es oriental, una chispa pequeña puede incendiar un monte de leña, y (por otro lado) pequeñeces, muchas veces son pequeñeces, las que despiertan la palabra. Algunos de mis escritos fueron consecuencia de una voz mínima, una palabra suelta, un apenas fugaz comentario. Si algo tienen los incendios es la dificultad de saber cuánto se van a propagar hasta que se apaguen, uno pone una palabra y atrás de esa palabra viene otra y atrás viene otra más y otra más y otra más y por ahí fueron cinco y por ahí fueron quinientas. Vos, que vas echando chispas por el monte, vos podes ser cualquiera. No ha sido cualquiera pero cualquiera tiene la posibilidad de decir algo que me provoque esta vocación. Vamos a ver que surge de todo esto. Veremos a que puerto llega este navío que aun no zarpa.
viernes, 17 de agosto de 2012
Un sinsentido sobre los sentidos
Vista, oido, tacto, olfato y gusto.
Y el sexto sentido, real o imaginario, al cual le adjudicamos temores confirmados y le confiamos las esperanzas cumplidas; cuando no podemos racionalizar una idea, cuando no sabemos por que pero sabemos, cuando el inconsciente nos quiere dar un mensaje, cuando no podemos hacernos responsables del rayo de luz que nos sorprende de la nada, aparece en escena, a explicar lo inexplicable.
Es curiosa la valoracion de los sentidos. ¿Cual es el que mas tememos perder?. ¿Y el segundo mas temido?. La naturaleza, en su mas sabia producción, nos ha dotado de todos los sentidos necesarios, y como lo básico parece asegurado, solo tememos perder más lo accesorio.
Claro que es hermoso ver. Paisajes, caras, lugares, gentes. Tu cara, por ejemplo. Me urge ver tu cara. Y tu cuerpo. Y espero contagiarte la emergencia. Pero algún día sere(mos) ancianos, y el espejo nos mostrará canas y arrugas y debilidades y torpezas, y no me será tan crítico verme y verte, mientras pueda sentirte.
¿Como será tu voz?. Hace años que no la escucho, quizás ni la recuerde. La mía se gastó, a base de cigarrillos y noches, algo nasal, muy ligeramente rasposa, a veces suave, las mas alta, para oírme mejor. ¿Llegará un día en que sepamos en que estamos sin hablarnos?. ¿Con los años, reconoceremos nuestras presencias y nuestros pesares por telepatìa? ¿Sabrás si tengo hambre o fastidio o excitación solo por la vibración de mis pasos sobre el piso?
¿Podremos prescindir de esto?. Ojalá no, aunque al menos, por un rato, de tanto en tanto, amarte, en la mas absoluta oscuridad, sin escuchar una palabra, confiado en los sentidos mas elementales, los primeros, los mínimos necesarios. Reconocer las partes de tu cuerpo por su forma; entender si estas pronta, por tu olor; saborear nuestros cuerpos entre tus piernas y en tu boca, detectar tus cambios de temperatura y de textura, imaginar el color de tus mejillas agitadas, sentir tus uñas clavadas en mi carne. Saber donde y como estas sin verte, saber que precisamos sin nombrarlo ni decirlo, saber cuando es cuando y donde es donde y como es como, aprendido en las vidas que nos permitamos festejar.
No imagino al gusto mas importante que el olfato. Quizás un poco al revés. Ambos hermanos, mayor y menor o mellizos, mejor siameses inseparables. ¿Cual es la mayor diferencia que la técnica encuentra entre estos y los dos mas valiosos (¿aun?)?. No es evidente, pero lo entenderás. La vista y el oído pueden trabajar a distancia. Puedo verte de cerca y hablarte al oído, o desde lejos, o desde mas lejos aun. Puedo estar lejos y a distancia, y hacerte llegar mi voz y mi vista. Puedo envolverme en un mensaje, y llegarte sin estar. Puedo grabar y reproducir a voluntad. Hasta podría no estar mas y estar presente. La transmisión, ahora si es técnico el término, es física. Ondas. No son mas que ondas.
¿Has oído decir de dos almas que "tienen química"?. Esta es la explicación. Aquí no hay tu tia, no hay quien salve lo que no puede salvarse. Tu saliva y mi sudor, tu humedad y mi saliva, reacciones químicas, átomos fusionándose con átomos (recuerdo a Whitman ahora), moléculas contra moléculas, carne contra carne, alma contra alma, vida contra vida. Sin gusto y sin olfato, ¿que seria de esto?. ¿Como hacer el amor sin estas sensaciones?. Que sería entonces, sino una película barata y burda, una revista descartable, un simple ejercicio físico.
Y el último, el más básico de todos. Piel. Piel contra piel. Básico, en el sentido de basal, de basamento. ¿Imaginas la vida sin tacto?. ¡No hay manera!. No se trata de beber lo que gotea, se trata de ir a la fuente a consumirla; hundir mi boca en ti, y llevarme todo cuanto encuentre. La gloria esta aqui. Los tres primeros sentidos, los primeros que usamos al nacer, intactos, renovados, plenos de significado y proposito. Tu sabor y tu olor y tu gusto y tu humedad y tu calor y tu suavidad y tu firmeza, todos, todos juntos, alimentando mi urgencia.
Escuche decir, a una tía muy anciana, que es lindo llegar ahí, pero es duro estar ahí. El precio que pagan los que llegan, es ver irse a muchos, incluso a los que lo hacen antes de tener su tiempo puesto. ¿Que le queda, a un anciano, hasta el final?. Cuando ya no ve, cuando no escucha o no entiende, cuando no puede acercarse lo suficiente para besar ni fuerzas para respirar profundo y capturar olores. Solo le quedan las manos. Tomar tu mano entre mis palmas, con ternura, hacer un dibujo con el indice, jugar con tus dedos, acomodar un mechon de tu cabello, rozar tu mejilla, acariciar tu frente, sentir tu sangre latiendo en tu sien. Solo eso queda. Y eso alcanza.
Animals
Un par de noticias me recuerdan hoy este álbum de Pink Floyd.
Quizás sea útil una pequeña introducción. Animals fue el último disco de la segunda etapa de esta banda, posterior a El lado oscuro de la luna y a Wish you were here, y anterior a The Wall, con el que se inicia la -breve- tercera etapa. En este trabajo desarrollan una metáfora de la sociedad absolutamente vigente 35 años después (¡y desde siempre!), dividiéndola en cerdos, perros y ovejas. Entre los cerdos encontraremos a los dueños de todo y sus empleados los políticos y dirigentes, entre los perros a los que sabiéndolo o no trabajan armados para mantener la ventaja de los cerdos -militares y policías- y las ovejas, donde militamos todos los demás.
Noticia número 1: La policía de Nueva York mata un perro. En un episodio del que no conozco todos los detalles, un agente de policía mata -por error y por miedo- a un perro, que se encontraba ladrando al costado de su dueño, del que no sé si estaba desmayado o dormido o muerto en una vereda. Visto así, un perro (el policía) mata sin que quede clara la necesidad a una oveja (el perro), desatando la indignación de las ovejas transeúntes, que se apuran a solidarizarse con la oveja-perro asesinada, a criticar y cuestionar la actuación del perro-policía, y a sacar fotos y filmar con sus teléfonos celulares, para compartirlo en la oficina, enviarlo por mail, y si alguno tiene suerte (y me consta que alguno la tuvo, por que el video está en la página de un diario) a vender su filmación a alguna cruza de cerdo-oveja que trabaja en algún medio periodistico, lo que le vale al afortunado beneficiario de la venta un mérito en la conversión evolutiva de oveja a cerdo, mutación que tiene más adeptos de los que lo reconocen, especialmente en el gran país del norte, donde la gente duerme ¿o vive? ¿o muere? el American Dream soñando con despertarse y verlo convertido en realidad, donde llegar a cerdo es motivo de alegría para algunos y de admiración y envidia para otros muchos.
Noticia número 2: La policía de Sudáfrica mata con armas de fuego automáticas a un número indeterminado de mineros en huelga armados con palos y machetes. No conozco el origen de la expresión “los mataron como perros”, pero el video es espantoso, unos perros (ovejas disfrazadas de) vaciando cargadores sobre una manada de ovejas. No me consta como habrán sido los hechos de la Patagonia Rebelde, pero no puedo dejar de imaginarme varios niveles de coincidencia. Sudáfrica es un país en el que su población blanca y minoritaria consintió la abolición del apartheid después de asegurarse de que seguiría siendo dueña de todo y de que la población negra seguiría siendo numerosa y pobre, entronizando la ley de la oferta y la demanda. En un país con esa matriz, más violentamente desigual que en otros lados, los cerdos son mucho más cerdos y los perros son mucho más perros, y estas ovejas, inoportunas e insolentes, querían un poco mas de pasto para comer, lo que no se debe conceder mientras se pueda evitar, aunque sea al costo de contratar y capacitar nuevos empleados para reemplazar a los que tuvieron la desafortunada idea de ponerse en el camino de las balas, con lo peligrosas que son.
Antes de seguir leyendo, busque una bolsa o un cesto donde vomitar.
Advertido.
A continuación, las preocupaciones de los cerdos (Fuente: La Nacion) (el resaltado es mio)
Quizás sea útil una pequeña introducción. Animals fue el último disco de la segunda etapa de esta banda, posterior a El lado oscuro de la luna y a Wish you were here, y anterior a The Wall, con el que se inicia la -breve- tercera etapa. En este trabajo desarrollan una metáfora de la sociedad absolutamente vigente 35 años después (¡y desde siempre!), dividiéndola en cerdos, perros y ovejas. Entre los cerdos encontraremos a los dueños de todo y sus empleados los políticos y dirigentes, entre los perros a los que sabiéndolo o no trabajan armados para mantener la ventaja de los cerdos -militares y policías- y las ovejas, donde militamos todos los demás.
Noticia número 1: La policía de Nueva York mata un perro. En un episodio del que no conozco todos los detalles, un agente de policía mata -por error y por miedo- a un perro, que se encontraba ladrando al costado de su dueño, del que no sé si estaba desmayado o dormido o muerto en una vereda. Visto así, un perro (el policía) mata sin que quede clara la necesidad a una oveja (el perro), desatando la indignación de las ovejas transeúntes, que se apuran a solidarizarse con la oveja-perro asesinada, a criticar y cuestionar la actuación del perro-policía, y a sacar fotos y filmar con sus teléfonos celulares, para compartirlo en la oficina, enviarlo por mail, y si alguno tiene suerte (y me consta que alguno la tuvo, por que el video está en la página de un diario) a vender su filmación a alguna cruza de cerdo-oveja que trabaja en algún medio periodistico, lo que le vale al afortunado beneficiario de la venta un mérito en la conversión evolutiva de oveja a cerdo, mutación que tiene más adeptos de los que lo reconocen, especialmente en el gran país del norte, donde la gente duerme ¿o vive? ¿o muere? el American Dream soñando con despertarse y verlo convertido en realidad, donde llegar a cerdo es motivo de alegría para algunos y de admiración y envidia para otros muchos.
Noticia número 2: La policía de Sudáfrica mata con armas de fuego automáticas a un número indeterminado de mineros en huelga armados con palos y machetes. No conozco el origen de la expresión “los mataron como perros”, pero el video es espantoso, unos perros (ovejas disfrazadas de) vaciando cargadores sobre una manada de ovejas. No me consta como habrán sido los hechos de la Patagonia Rebelde, pero no puedo dejar de imaginarme varios niveles de coincidencia. Sudáfrica es un país en el que su población blanca y minoritaria consintió la abolición del apartheid después de asegurarse de que seguiría siendo dueña de todo y de que la población negra seguiría siendo numerosa y pobre, entronizando la ley de la oferta y la demanda. En un país con esa matriz, más violentamente desigual que en otros lados, los cerdos son mucho más cerdos y los perros son mucho más perros, y estas ovejas, inoportunas e insolentes, querían un poco mas de pasto para comer, lo que no se debe conceder mientras se pueda evitar, aunque sea al costo de contratar y capacitar nuevos empleados para reemplazar a los que tuvieron la desafortunada idea de ponerse en el camino de las balas, con lo peligrosas que son.
Antes de seguir leyendo, busque una bolsa o un cesto donde vomitar.
Advertido.
A continuación, las preocupaciones de los cerdos (Fuente: La Nacion) (el resaltado es mio)
- Los precios mundiales del platino saltaron hasta 30 dólares la onza, más de un 2 por ciento, a un máximo de seis días a medida que la extensión de la violencia se hizo notoria en el país que posee el 80 por ciento de las reservas conocidas.
- Los disturbios han obligado a los dueños de Marikana en Londres a detener la producción de todas sus operaciones en Sudáfrica, que corresponden al 12 por ciento de la producción mundial de platino.
- Lonmin dijo que ha perdido el equivalente a 15.000 onzas de platino por la paralización de seis días y que es poco probable que alcance su meta de producción anual de 750.000 onzas.
- Sus acciones cayeron a mínimos de cuatro años, perdiendo un 6,7 por ciento en Londres y un 7,3 por ciento en Johannesburgo. En total, han perdido más de un 13 por ciento desde que comenzaron los disturbios el fin de semana.
¿Te cuesta creerlo?
¿Mi opinión es tendenciosa?
http://www.lanacion.com.ar/1499884-sudafrica-la-policia-mata-a-balazos-a-un-grupo-de-mineros-armados-con-machetes-y-palos¿Mi opinión es tendenciosa?
miércoles, 15 de agosto de 2012
Botellas vacías
Llueve otra vez y ya
no quedan restos en la botella,
y pronto no quedarán
ni los rastros de la otra.
Debiera emprender la retirada
renunciando a todos los halagos,
la fama y el aplauso son tan sólo impostores
y el éxito un espejismo seco
como la arena que obstruye mi garganta.
Todos los esfuerzos serán vanos
-vanas vanidades de poeta-
no existe nada entre todos mis papeles,
sólo palabras entre pentagramas,
garabatos confusos y vacíos.
no quedan restos en la botella,
y pronto no quedarán
ni los rastros de la otra.
Debiera emprender la retirada
renunciando a todos los halagos,
la fama y el aplauso son tan sólo impostores
y el éxito un espejismo seco
como la arena que obstruye mi garganta.
Todos los esfuerzos serán vanos
-vanas vanidades de poeta-
no existe nada entre todos mis papeles,
sólo palabras entre pentagramas,
garabatos confusos y vacíos.
Velas negras
y una penumbra absoluta devora todo.
El fastidio de mis huesos y mi carne
-intranquilos y expectantes,
añorando la humedad de la seda-
se hace presente una vez más
resistiendo al entierro y la ceniza.
Hay nombres que no puedo pronunciar,
una parte de mí muere esta noche,
y otra morirá mañana, y luego más;
mientras espero tus visitas me desnudo
porque la oscuridad llamó a la puerta:
viene el sastre a probarme la mortaja.
No me extrañes ni me llores,
no lamentes nada, finge estar mejor,
saluda a todos de mi parte
y tráeme lavandas los domingos.
martes, 14 de agosto de 2012
Ligeramente ebrio
Estoy ligeramente ebrio y me demoro en quitarme los anteojos que usé para escribir. La presbicia que he debido asumir ya más cerca de los cincuenta años que de los cuarenta hace este efecto y los anteojos que uso me permiten ver todo ligeramente borroso más allá de la intimidad de mi cuaderno cómplice. Me acostumbré a usarlos y me suelo sorprender caminando con estos anteojos puestos, con los que no veo bien; me permiten enfocar a corta distancia pero no me sirven para caminar, porque es como caminar con alguna cantidad de vino circulando por mi cuerpo, no veo del todo claro, veo ligeramente turbio y es curioso porque precisamente entre lo turbio veo más claro.
Pasé un día horriblemente incómodo, un día en el cual la falta de electricidad fue generando una forzosa e involuntaria retirada de las actividades en las que me distraigo o en o de las que me ocupo, según el grado de importancia o trascendencia que le queramos dar a buscar trabajo o a leer o a otros menesteres. La falta de electricidad me impidió durante gran parte del día hacer algunas de las cosas que me gustan; por lo que me obligué a leer un libro y terminé Rayuela, una lectura casi tan prolongada como mi estadía en este departamento. A consecuencia de no tener más batería en la computadora y ya anocheciendo el fastidio fue importante, porque no sólo no tenía la opción de la computadora e internet, tampoco tenía la opción de la luz, entonces tampoco podía leer, tampoco podía hacer, tampoco podía nada y me fui de paseo. Volví, porque no tomé todas las precauciones necesarias cuando me fui de paseo y por ejemplo omití la billetera con la documentación personal, lo cual puede ser un problema si uno quiere andar en auto y puede ser un problema más importante si uno por ejemplo piensa en sentarse en un bar a tomar un café o a mirar mujeres o a buscar una conversación cualquiera, por el solo hecho de conversar, porque ha sido un día demasiado largo para pasarlo solo.
Regresé a casa pensando en regresar más que en buscar la billetera. Había luz, ya me quedé. La luz cambia todo pero no cambia -nada va a poder cambiar- lo negro de unos versos que me salieron, valga la contradicción, unos versos que vieron la luz precisamente cuando luz no había, y me salieron unos versos negros, negros, negros, negros, negros, negros a los que se me dio la ocurrencia de llamar Velas negras.
Ya había comido y no tenía hambre pero quise enturbiarme y acometí contra un par de botellas de vino (aclaro para que no piensen mal o para que no piensen bien o para que piensen lo que quieran que no me tomé dos botellas de vino sino dos finales de botellas) que quedaron abiertas de alguna ocasión con algún resto y me tomé ambos restos y quien escuche esto o lea esto y vea unos versos llamados Botellas vacías entenderá que cuando digo Llueve otra vez y ya / no quedan restos en la botella / y pronto no quedarán / ni los rastros de la otra estoy haciendo una referencia que no tiene nada de metáfora a lo que pasó con los dos o tres vasos (¿o dos más tres vasos?) de vino que había entre ambas botellas, una ya sobreviviente de mi mudanza hace dos meses y la otra más reciente que sobrevivió a algún día en el que la empecé pero ya no podría decir cuál fue ese día sin esforzar la memoria o estirar la verdad en aras de un detalle que no aportará probablemente nada.
Los versos, como me ha pasado alguna vez, no son una metáfora o no nacen como metáfora, nacen como una descripción de la realidad, Llueve otra vez es porque llovía de nuevo, y no quedan restos en la botella fue porque el resto que había en la primera botella, un Luigi Bosca cortesía de mi hermano en algún asado cuando aún vivía en Guernica en la casa que fue mi casa familiar, fue consumido, y pronto no quedaran ni los rastros de la otra, el Don Valentín lacrado es un vino algo inferior al inicial pero como ya tenía la garganta tibia lo pude pasar sin mayores dificultades y hasta ahí, hasta ahí una descripción de la realidad puesta como versos. Para quien no conozca esta explicación será lícito pensar que es todo una metáfora, y reconozco que si, que después de haber escrito esa primera estrofa encontré una metáfora: yo sé cuál es la botella de la que no quedan restos y cuál es la botella de la que no van a quedar ni los rastros, lo sé, pero espero que no se haga cierto, espero que quede sólo en una declamación poética y que esa botella, a la cual molesté, a la cual incomodé, y a la cual le pedí perdón me perdone y tenga algún resto y los rastros de mi mismo, que soy la otra botella, aun queden, y podamos brindar juntos.
Ligeramente ebrio dije hace un rato, no sé qué tan ligeramente, esto lo sabré dentro de otro rato o mañana, cuando pase esta grabación de un teléfono al otro teléfono y del otro teléfono a la computadora y en la computadora me tome el tedioso trabajo de desgrabar mi voz, recién entonces sabré que tan ligeramente ebrio estaba.
En el momento en que escribí esos primeros versos, que era yo creo que antes de las ocho de la noche, una hora que es temprano para muchas cosas pero cuando se vive muy lejos de la ciudad importante ya no es tan así, cuando el día impone la conveniencia de quedarse en casa, la idea de manejar una hora, una hora y media hasta una ciudad o media hora hasta otra ciudad es excesiva, pero la idea de acostarse a dormir cuando uno aun no tiene sueño, cuando uno aun no ha logrado justificar este día que el metódico San Pedro nos descuenta con la eficiente rigurosidad de los ministerios tan sólo porque no tengo luz eléctrica, porque no tengo computadora, porque el teléfono es incómodo, porque no tengo otra cosa que hacer, no es una ecuación que me convenza. No me pareció oportuno ir a dormir a las ocho de la noche y tengo que reconocer que tenía razón en no ir a dormir.
Me terminé un salame, me terminé un pedazo de queso, me terminé dos botellas de vino y pulí aquellos versos que llamé Velas negras y pulí estos versos que parí después que llamé Botellas vacías, que deseo compartir con mis numerosos seguidores (tres o cuatro), o los que quieran, por mi parte los considero terminados, y lo que una persona que escribe hace con algo que considera terminado es publicarlo. Pero no tengo internet en este momento por lo cual esa tarea se demorará hasta el día de mañana; quizás mañana los lea ligeramente sobrio y me cuestione esta decisión que anuncio de publicarlos. Para mí ya están, para mí están bien, para mi haber logrado estos dos poemas justifica el día. Verán la luz mañana o pasado o cuando decida que ya es tiempo pero lo que en algún momento parecía un día infructuoso es en este momento un día fructífero.
Buenas noches. Hasta mañana.
Pasé un día horriblemente incómodo, un día en el cual la falta de electricidad fue generando una forzosa e involuntaria retirada de las actividades en las que me distraigo o en o de las que me ocupo, según el grado de importancia o trascendencia que le queramos dar a buscar trabajo o a leer o a otros menesteres. La falta de electricidad me impidió durante gran parte del día hacer algunas de las cosas que me gustan; por lo que me obligué a leer un libro y terminé Rayuela, una lectura casi tan prolongada como mi estadía en este departamento. A consecuencia de no tener más batería en la computadora y ya anocheciendo el fastidio fue importante, porque no sólo no tenía la opción de la computadora e internet, tampoco tenía la opción de la luz, entonces tampoco podía leer, tampoco podía hacer, tampoco podía nada y me fui de paseo. Volví, porque no tomé todas las precauciones necesarias cuando me fui de paseo y por ejemplo omití la billetera con la documentación personal, lo cual puede ser un problema si uno quiere andar en auto y puede ser un problema más importante si uno por ejemplo piensa en sentarse en un bar a tomar un café o a mirar mujeres o a buscar una conversación cualquiera, por el solo hecho de conversar, porque ha sido un día demasiado largo para pasarlo solo.
Regresé a casa pensando en regresar más que en buscar la billetera. Había luz, ya me quedé. La luz cambia todo pero no cambia -nada va a poder cambiar- lo negro de unos versos que me salieron, valga la contradicción, unos versos que vieron la luz precisamente cuando luz no había, y me salieron unos versos negros, negros, negros, negros, negros, negros a los que se me dio la ocurrencia de llamar Velas negras.
Ya había comido y no tenía hambre pero quise enturbiarme y acometí contra un par de botellas de vino (aclaro para que no piensen mal o para que no piensen bien o para que piensen lo que quieran que no me tomé dos botellas de vino sino dos finales de botellas) que quedaron abiertas de alguna ocasión con algún resto y me tomé ambos restos y quien escuche esto o lea esto y vea unos versos llamados Botellas vacías entenderá que cuando digo Llueve otra vez y ya / no quedan restos en la botella / y pronto no quedarán / ni los rastros de la otra estoy haciendo una referencia que no tiene nada de metáfora a lo que pasó con los dos o tres vasos (¿o dos más tres vasos?) de vino que había entre ambas botellas, una ya sobreviviente de mi mudanza hace dos meses y la otra más reciente que sobrevivió a algún día en el que la empecé pero ya no podría decir cuál fue ese día sin esforzar la memoria o estirar la verdad en aras de un detalle que no aportará probablemente nada.
Los versos, como me ha pasado alguna vez, no son una metáfora o no nacen como metáfora, nacen como una descripción de la realidad, Llueve otra vez es porque llovía de nuevo, y no quedan restos en la botella fue porque el resto que había en la primera botella, un Luigi Bosca cortesía de mi hermano en algún asado cuando aún vivía en Guernica en la casa que fue mi casa familiar, fue consumido, y pronto no quedaran ni los rastros de la otra, el Don Valentín lacrado es un vino algo inferior al inicial pero como ya tenía la garganta tibia lo pude pasar sin mayores dificultades y hasta ahí, hasta ahí una descripción de la realidad puesta como versos. Para quien no conozca esta explicación será lícito pensar que es todo una metáfora, y reconozco que si, que después de haber escrito esa primera estrofa encontré una metáfora: yo sé cuál es la botella de la que no quedan restos y cuál es la botella de la que no van a quedar ni los rastros, lo sé, pero espero que no se haga cierto, espero que quede sólo en una declamación poética y que esa botella, a la cual molesté, a la cual incomodé, y a la cual le pedí perdón me perdone y tenga algún resto y los rastros de mi mismo, que soy la otra botella, aun queden, y podamos brindar juntos.
Ligeramente ebrio dije hace un rato, no sé qué tan ligeramente, esto lo sabré dentro de otro rato o mañana, cuando pase esta grabación de un teléfono al otro teléfono y del otro teléfono a la computadora y en la computadora me tome el tedioso trabajo de desgrabar mi voz, recién entonces sabré que tan ligeramente ebrio estaba.
En el momento en que escribí esos primeros versos, que era yo creo que antes de las ocho de la noche, una hora que es temprano para muchas cosas pero cuando se vive muy lejos de la ciudad importante ya no es tan así, cuando el día impone la conveniencia de quedarse en casa, la idea de manejar una hora, una hora y media hasta una ciudad o media hora hasta otra ciudad es excesiva, pero la idea de acostarse a dormir cuando uno aun no tiene sueño, cuando uno aun no ha logrado justificar este día que el metódico San Pedro nos descuenta con la eficiente rigurosidad de los ministerios tan sólo porque no tengo luz eléctrica, porque no tengo computadora, porque el teléfono es incómodo, porque no tengo otra cosa que hacer, no es una ecuación que me convenza. No me pareció oportuno ir a dormir a las ocho de la noche y tengo que reconocer que tenía razón en no ir a dormir.
Me terminé un salame, me terminé un pedazo de queso, me terminé dos botellas de vino y pulí aquellos versos que llamé Velas negras y pulí estos versos que parí después que llamé Botellas vacías, que deseo compartir con mis numerosos seguidores (tres o cuatro), o los que quieran, por mi parte los considero terminados, y lo que una persona que escribe hace con algo que considera terminado es publicarlo. Pero no tengo internet en este momento por lo cual esa tarea se demorará hasta el día de mañana; quizás mañana los lea ligeramente sobrio y me cuestione esta decisión que anuncio de publicarlos. Para mí ya están, para mí están bien, para mi haber logrado estos dos poemas justifica el día. Verán la luz mañana o pasado o cuando decida que ya es tiempo pero lo que en algún momento parecía un día infructuoso es en este momento un día fructífero.
Buenas noches. Hasta mañana.
lunes, 13 de agosto de 2012
Setenta veces siete
Cometo el error muchas veces de ponerle un título o un nombre a una idea antes de que la idea sea cierta, y en este caso este título, que es tan fuertemente bíblico, tiene que ver con la paradoja de que un espejo roto son siete años de mala suerte según una creencia popular que no miro con el mismo respeto que otras creencias populares: la parte de las supersticiones la tomo con cierto descrédito. Mientras voy guardando astillas largas de espejo, como puñales, de un espejo que un amigo me hizo saber que estaba tirado en la calle, un espejo grande, que a alguien se le habrá roto y tiró y supongo que en menos pedazos de los que yo encontré. Probablemente su ultimo dueño, su penúltimo dueño el último soy yo, su penúltimo dueño al día de hoy haya decidido deshacerse y dejar los pedazos y alguno de los que nunca faltan habrá sentido la necesidad de romperlo en pedazos más pequeños. Tengo tres pedazos grandes y estas astillas y tras haber confirmado anoche la suposición de que estaban todos los pedazos he decidido hacer algo con él, no sé exactamente que, tengo algunas ideas en las que seguramente me basaré a la hora de comenzar pero como siempre del dicho al hecho hay un largo trecho y conociendo mi habitual propensión a imaginarme cosas muy complejas y después en el momento en que eso que imaginé lo debo construir encontrar que me es necesario simplificar lo complejo que haya pensado para poder construirlo desde mis limitaciones. Esto que digo hoy recién ahora lo digo aplicado a la idea artística que tengo en mente pero cualquier psicoanalista y cualquier persona de las que me conocen un poco mejor sabrá que es una característica de mi vida: soñar en grande y hacer lo que se pueda.
El Setenta veces siete es un título que tiene punch, indudablemente. Quiero resistir la tentación de mencionar cuales son las ideas que tengo al respecto, las ideas técnicas, que es lo que voy a hacer con el espejo. Tomé este primer título como una reafirmación de mi descreimiento en aquello de los siete años de infortunio y entonces a quien me diga son siete años de mala suerte le diré que son setenta veces siete años de mala suerte, y vamos de frente contra ellos a ver que tan mala resulta ser la mala suerte. No recordaba muy bien a que venía el setenta veces siete de la biblia y entonces espié en internet que viene de algo que tiene que ver con el perdón. ¿Cuantas veces debo perdonar?, ¿siete veces?, y no, son setenta veces siete las que uno debe perdonar y también me cierra por ahí, también le encuentro una justificación a ese nombre que ya me parece, a medida que pienso en él, una visión. Alguien me dictó sin que yo supiera porque setenta veces siete, alguien me instruyó a perdonar setenta veces siete.
Empiezo la lista -otra de mis taras, la lista- empiezo la lista de las cosas a perdonar y la primera cosa, la primera cosa que encuentro necesario perdonar, que lo he hecho, permanentemente lo he hecho, la primera cosa que encuentro necesario perdonar es a mí mismo. Juan: perdonate, perdonate todo, perdonate los errores, perdonate las ofensas, perdonate las contradicciones, perdonate las dudas, perdonate los miedos. Pero no te perdones (me acuerdo de Benedetti, un poema precioso, su Padre Nuestro Latinoamericano) Juan no te perdones la esperanza, esa parte no, no te perdones un sueño, no te perdones nada que tenga que ver hacia el futuro. Perdonate todo tu pasado, todo lo que sea pasado perdonátelo pero el futuro no, al futuro hay que llevárselo puesto, hay que atropellarlo. Y cuando ese futuro que está más cerca sea pasado perdonátelo también, pero perdonátelo después.
He perdonado todo en la vida. No guardo rencores, es demasiado difícil. Algunas cosas me han dolido un poco, algunas me han dolido mucho. Hoy -es una situación personal- me cuesta perdonar que no me hayan perdonado lo que soy, que alguien me haya dicho todo bien con vos pero esto es imperdonable, no deja de ser algo que me cuesta perdonar aunque también lo perdono, cada día que pasa lo perdono y sé que terminaré de perdonarlo por completo tan pronto sienta que no soy yo solo el que perdona. No tengo ningún problema en perdonar, pero lo que hayamos hecho entre dos no debe perdonarlo uno solo.
Así que Setenta veces siete será el título de mi próxima obra artística, mal que le pese a Vargas Llosa, y si no le gusta la palabra artística pongámosle creación y quitémosle el título de arte. Setenta veces siete se va a llamar lo que voy a hacer con ese espejo, mejor dicho ya se llama lo que voy a hacer con ese espejo, aunque todavía no sepa exactamente que resultará de la combinación de mis ideas y mi torpeza.
El tema de los espejos ya es casi recurrente. El primer espejo que recuerdo con un valor distinto al de reflejar mi imagen fue aquel en el que en mi juventud escribí Quiero ser libre, absolutamente, mensaje que me dejé para entender que el absolutamente también incluía las válvulas de escape. Ser libre absolutamente no es escaparse, que es lo que yo hacía y es lo que me cuestionaba en ese espejo. Y después de ahí, hace creo que poco tiempo, le empecé a encontrar interés a los espejos, mas allá de las fábulas y las metáforas y de Alicia y del espejo, el interés de jugar con los reflejos de la luz, con esa capacidad que tienen los espejos de por un lado ocultarnos el otro lado, porque cuando uno quiere mirar el espejo es un cuerpo opaco que no deja ver a través, y que por otro lado nos deja ver lo que si no no se vería, que es lo que tenemos detrás nuestro, y a veces si podemos irnos un poco del otro lado, detrás del espejo, a ver qué hay de ese otro lado del espejo, donde están Alicia y el conejo tomando té, conociendo lo absurdo, conociendo lo onírico, conociendo lo que en algún lugar nuestro está escondido, está oculto.
Recuerdo haberme extasiado mirando una cosa llamada El escortscopio, una creación de Marta Minujin, una creación cuyo fin comercial no la desmerece, un automóvil que en su momento era llamativo como todo auto nuevo, un Ford Escort de un color rojo, rojo, rojo importante, un rojo violento, llamativo, encerrado en una pirámide toda espejada por dentro, a la cual uno se asomaba por una ventana y veía el auto y su reflejo partido en mil espejos y el reflejo del reflejo en los espejos.
Fui ganando confianza con los espejos, y entonces construí un caleidoscopio y un periscopio, -un periscopio no, sería un biperiscopio, porque permite ver al mismo tiempo hacia los dos lados o le permite a dos personas mirar al tiempo hacia el mismo lado-, construí otro caleidoscopio, armé un espejo, compré un lápiz de cortar vidrio y me puse a jugar con otro espejo pequeño, a hacer algo que aun no logré resolver de una forma que diga esto es lo que quería del espejo como fuente de imagen y esto es lo que quería del espejo como hecho artístico, una combinación que todavía no he logrado, el espejo del ventilador que es el último que puedo decir que terminé y este próximo, setenta veces siete, y los que sigan.
Al poco tiempo de mudado a esta casa, donde a ratos disfruto la ventaja de la soledad y a ratos la sufro, coloqué un espejo y me apuré a quitarle los elementos que lo mantenían seguro hasta que se terminara de fijar en la pared con el consecuente resultado de tener hoy, en una caja, muchos, muchos pedazos de espejo, pero cuando digo muchos son muchos. Volver a armarlo es una tarea que yo creo que ni siquiera un preso puede intentar, porque se rompió en pedazos medianos, pequeños y mínimos, cuando digo mínimos son mínimos de verdad y cuando digo muchos son muchos de verdad, y entonces intentar armar un espejo del cual puedo tener doscientas partes, sin ninguna referencia, es una tarea que va a ser muy difícil que quiera hacer.
Imagino. Imagino una próxima casa, cuando me vaya de esta que es un breve interinato, una morada de la que no me apropio, imagino mi próxima casa, una construcción espaciosa, no grande pero espaciosa, comunicada, con distintos planos pero todos interactuantes. Un gigantesco ventanal hacia el fondo, con estos ventanales de las casas viejas, estos ventanales que tenían un bordecito perimetral de vidrios pequeños y el gran cuerpo del ventanal vidrios como del tamaño de una hoja de papel, o quizás menos, que con el tiempo se van modificando, se van reemplazando los vidrios a medida que se van rompiendo y nunca se consigue el vidrio original, siempre se consigue un vidrio parecido y entonces los ventanales terminan siendo un collage de vidrios, a veces lisos, a veces labrados -con distintos motivos-, con distintos colores. Un gran ventanal, un gigantesco ventanal, de pared a pared y de piso a techo, aunque térmicamente no sea eficiente quiero eso, quiero esa visión, y quiero en alguna pared, en alguna pared o en dos paredes enfrentadas quizás, cubrirlas de espejos pero no de espejos enteros, sino de pedacitos, para eso estoy guardando los pedazos de aquel espejo que se rompió y para eso aceptaré cualquier espejo roto, de cualquier clase y por cualquier circunstancia, y probablemente también si la gesta colectiva no reúne los espejos lo suficientemente rápido fraguaré la historia y compraré espejos nuevos y los romperé para lograr la visión artística que quiero, que no niego sería muchísimo más valiosa si yo pudiera presumir de que todos esos pedazos de espejo son espejos que se han roto sin intención, tener una colección de malas suertes, donde cada una de las personas que diga No, rompí un espejo, tengo siete años de mala suerte encuentre la posibilidad en mi pared de producir un antídoto y que sus siete años de mala suerte sean siete años de suerte, no necesariamente mala.
Ya no sé, ahora pienso, si este Setenta veces siete será el título de lo que voy a hacer con este espejo que levanté, o si este espejo que levanté será una parte más de esa pared o mantendré la idea original para este espejo y el Setenta veces siete será el nombre de esta obra y de la casa, o quizás a la casa la llame Setecientas veces setenta veces siete. Ya no sé.
El Setenta veces siete es un título que tiene punch, indudablemente. Quiero resistir la tentación de mencionar cuales son las ideas que tengo al respecto, las ideas técnicas, que es lo que voy a hacer con el espejo. Tomé este primer título como una reafirmación de mi descreimiento en aquello de los siete años de infortunio y entonces a quien me diga son siete años de mala suerte le diré que son setenta veces siete años de mala suerte, y vamos de frente contra ellos a ver que tan mala resulta ser la mala suerte. No recordaba muy bien a que venía el setenta veces siete de la biblia y entonces espié en internet que viene de algo que tiene que ver con el perdón. ¿Cuantas veces debo perdonar?, ¿siete veces?, y no, son setenta veces siete las que uno debe perdonar y también me cierra por ahí, también le encuentro una justificación a ese nombre que ya me parece, a medida que pienso en él, una visión. Alguien me dictó sin que yo supiera porque setenta veces siete, alguien me instruyó a perdonar setenta veces siete.
Empiezo la lista -otra de mis taras, la lista- empiezo la lista de las cosas a perdonar y la primera cosa, la primera cosa que encuentro necesario perdonar, que lo he hecho, permanentemente lo he hecho, la primera cosa que encuentro necesario perdonar es a mí mismo. Juan: perdonate, perdonate todo, perdonate los errores, perdonate las ofensas, perdonate las contradicciones, perdonate las dudas, perdonate los miedos. Pero no te perdones (me acuerdo de Benedetti, un poema precioso, su Padre Nuestro Latinoamericano) Juan no te perdones la esperanza, esa parte no, no te perdones un sueño, no te perdones nada que tenga que ver hacia el futuro. Perdonate todo tu pasado, todo lo que sea pasado perdonátelo pero el futuro no, al futuro hay que llevárselo puesto, hay que atropellarlo. Y cuando ese futuro que está más cerca sea pasado perdonátelo también, pero perdonátelo después.
He perdonado todo en la vida. No guardo rencores, es demasiado difícil. Algunas cosas me han dolido un poco, algunas me han dolido mucho. Hoy -es una situación personal- me cuesta perdonar que no me hayan perdonado lo que soy, que alguien me haya dicho todo bien con vos pero esto es imperdonable, no deja de ser algo que me cuesta perdonar aunque también lo perdono, cada día que pasa lo perdono y sé que terminaré de perdonarlo por completo tan pronto sienta que no soy yo solo el que perdona. No tengo ningún problema en perdonar, pero lo que hayamos hecho entre dos no debe perdonarlo uno solo.
Así que Setenta veces siete será el título de mi próxima obra artística, mal que le pese a Vargas Llosa, y si no le gusta la palabra artística pongámosle creación y quitémosle el título de arte. Setenta veces siete se va a llamar lo que voy a hacer con ese espejo, mejor dicho ya se llama lo que voy a hacer con ese espejo, aunque todavía no sepa exactamente que resultará de la combinación de mis ideas y mi torpeza.
El tema de los espejos ya es casi recurrente. El primer espejo que recuerdo con un valor distinto al de reflejar mi imagen fue aquel en el que en mi juventud escribí Quiero ser libre, absolutamente, mensaje que me dejé para entender que el absolutamente también incluía las válvulas de escape. Ser libre absolutamente no es escaparse, que es lo que yo hacía y es lo que me cuestionaba en ese espejo. Y después de ahí, hace creo que poco tiempo, le empecé a encontrar interés a los espejos, mas allá de las fábulas y las metáforas y de Alicia y del espejo, el interés de jugar con los reflejos de la luz, con esa capacidad que tienen los espejos de por un lado ocultarnos el otro lado, porque cuando uno quiere mirar el espejo es un cuerpo opaco que no deja ver a través, y que por otro lado nos deja ver lo que si no no se vería, que es lo que tenemos detrás nuestro, y a veces si podemos irnos un poco del otro lado, detrás del espejo, a ver qué hay de ese otro lado del espejo, donde están Alicia y el conejo tomando té, conociendo lo absurdo, conociendo lo onírico, conociendo lo que en algún lugar nuestro está escondido, está oculto.
Recuerdo haberme extasiado mirando una cosa llamada El escortscopio, una creación de Marta Minujin, una creación cuyo fin comercial no la desmerece, un automóvil que en su momento era llamativo como todo auto nuevo, un Ford Escort de un color rojo, rojo, rojo importante, un rojo violento, llamativo, encerrado en una pirámide toda espejada por dentro, a la cual uno se asomaba por una ventana y veía el auto y su reflejo partido en mil espejos y el reflejo del reflejo en los espejos.
Fui ganando confianza con los espejos, y entonces construí un caleidoscopio y un periscopio, -un periscopio no, sería un biperiscopio, porque permite ver al mismo tiempo hacia los dos lados o le permite a dos personas mirar al tiempo hacia el mismo lado-, construí otro caleidoscopio, armé un espejo, compré un lápiz de cortar vidrio y me puse a jugar con otro espejo pequeño, a hacer algo que aun no logré resolver de una forma que diga esto es lo que quería del espejo como fuente de imagen y esto es lo que quería del espejo como hecho artístico, una combinación que todavía no he logrado, el espejo del ventilador que es el último que puedo decir que terminé y este próximo, setenta veces siete, y los que sigan.
Al poco tiempo de mudado a esta casa, donde a ratos disfruto la ventaja de la soledad y a ratos la sufro, coloqué un espejo y me apuré a quitarle los elementos que lo mantenían seguro hasta que se terminara de fijar en la pared con el consecuente resultado de tener hoy, en una caja, muchos, muchos pedazos de espejo, pero cuando digo muchos son muchos. Volver a armarlo es una tarea que yo creo que ni siquiera un preso puede intentar, porque se rompió en pedazos medianos, pequeños y mínimos, cuando digo mínimos son mínimos de verdad y cuando digo muchos son muchos de verdad, y entonces intentar armar un espejo del cual puedo tener doscientas partes, sin ninguna referencia, es una tarea que va a ser muy difícil que quiera hacer.
Imagino. Imagino una próxima casa, cuando me vaya de esta que es un breve interinato, una morada de la que no me apropio, imagino mi próxima casa, una construcción espaciosa, no grande pero espaciosa, comunicada, con distintos planos pero todos interactuantes. Un gigantesco ventanal hacia el fondo, con estos ventanales de las casas viejas, estos ventanales que tenían un bordecito perimetral de vidrios pequeños y el gran cuerpo del ventanal vidrios como del tamaño de una hoja de papel, o quizás menos, que con el tiempo se van modificando, se van reemplazando los vidrios a medida que se van rompiendo y nunca se consigue el vidrio original, siempre se consigue un vidrio parecido y entonces los ventanales terminan siendo un collage de vidrios, a veces lisos, a veces labrados -con distintos motivos-, con distintos colores. Un gran ventanal, un gigantesco ventanal, de pared a pared y de piso a techo, aunque térmicamente no sea eficiente quiero eso, quiero esa visión, y quiero en alguna pared, en alguna pared o en dos paredes enfrentadas quizás, cubrirlas de espejos pero no de espejos enteros, sino de pedacitos, para eso estoy guardando los pedazos de aquel espejo que se rompió y para eso aceptaré cualquier espejo roto, de cualquier clase y por cualquier circunstancia, y probablemente también si la gesta colectiva no reúne los espejos lo suficientemente rápido fraguaré la historia y compraré espejos nuevos y los romperé para lograr la visión artística que quiero, que no niego sería muchísimo más valiosa si yo pudiera presumir de que todos esos pedazos de espejo son espejos que se han roto sin intención, tener una colección de malas suertes, donde cada una de las personas que diga No, rompí un espejo, tengo siete años de mala suerte encuentre la posibilidad en mi pared de producir un antídoto y que sus siete años de mala suerte sean siete años de suerte, no necesariamente mala.
Ya no sé, ahora pienso, si este Setenta veces siete será el título de lo que voy a hacer con este espejo que levanté, o si este espejo que levanté será una parte más de esa pared o mantendré la idea original para este espejo y el Setenta veces siete será el nombre de esta obra y de la casa, o quizás a la casa la llame Setecientas veces setenta veces siete. Ya no sé.
sábado, 11 de agosto de 2012
Yo Soy, Yo Hoy
Del derecho y del revés,
uno solo es lo que es,
y anda siempre con lo puesto.
Soy.
Tenía interés y algunas ideas que quería dejar registradas para poder compartirlas, si después de una tarea de desgrabación y ajuste fino aun las encuentro interesantes. Esta es una confesión innecesaria -la que acabo de hacer- porque el sólo hecho de que esté leyendo esto demostrará que si las consideré interesantes, o que no me importó nada y decidí exhibirlas igual, aunque en este caso no será con cierto orgullo sino con cierta impudicia.
Hablar de lo que soy es tan difícil, pero no porque esta sea una pregunta que nunca antes me haya hecho; de hecho me la he hecho en muchísimas oportunidades. No recuerdo muy bien las respuestas que me he dado o que he encontrado cuando analicé la sencilla pregunta de qué soy, pero es muy probable que las respuestas hayan cambiado y no sólo por aquella fábula del río y uno y que todo cambia. No quiero poner el énfasis en los cambios de uno mismo, sea lo que sea que soy hoy no soy lo mismo que hace un tiempo y no soy lo mismo que seré dentro de un tiempo si la vida me concede algo más que el día que comenzó más temprano, sino en que uno tiende a ver las cosas en función de lo último que le haya pasado, uno tiende a entender las preguntas en función del entorno en el cual las recibe, y entonces uno es en función del auditorio y del contexto. En una entrevista profesional, en una reunión profesional, uno puede ser un arquitecto o puede ser un médico o puede ser un profesor o un albañil, y en otra situación uno puede ser simpatizante enfermizo de un club de futbol y ser bostero o ser gallina o ser millonario o ser canalla(1) o ser leproso o lo que fuera. Uno puede ser tantas cosas de tantas maneras posibles y uno es tantas cosas de tantas maneras posibles que cualquier intento de condensar la descripción en algunos pocos vocablos es necesariamente insuficiente, es necesariamente infructuoso y es necesariamente inútil.
Hace un tiempo, en algun texto o algunos versos seguramente de mala factura hablaba de una esfera como un poliedro regular de infinitas caras. (Para acercar esto a quien lo precise, un poliedro es un cuerpo de muchas caras y un poliedro recto es un cuerpo de muchas caras planas; el ejemplo más simple de un poliedro recto regular, un poliedro cuyas caras son todas idénticas, es el tetraedro, un poliedro de cuatro caras, una pirámide de la que tanto su base como cada una de sus –otras- tres caras es un triangulo equilátero; el poliedro regular más conocido es el cubo(2), aunque su nombre matemático seria hexaedro. Hay otros poliedros regulares, el octaedro, de ocho caras, el dodecaedro de doce, y seguramente debe haber una lista larguísima si no infinita de poliedros regulares). La analogía que planteaba es que uno dice “soy algo”, y cada uno de esos algo que uno encuentre para decir de si mismo ocupa una cara del poliedro, y tenemos tantas cosas que somos que cualquier poliedro cuyo número de caras pueda ser precisado será insuficiente. Me gusta pensar que somos esferas, poliedros regulares de infinitas caras, y en cada una de estas caras dice algo que somos.
Soy. Soy muchas cosas, una de las cosas que soy, quizás todas las cosas que soy, soy mis ideas. He leído, no quiero decir que he leído mucho porque quisiera haber leído mucho más de lo que leí, pero soy un poco Benedetti, soy un poco Borges, soy un poco Mark Twain, soy un poco cada una de las voces que leí, y estos días estoy siendo Cortázar, que es el último escritor que descubrí, con el cual encuentro una serie de coincidencias que –soy pretencioso también- quiero ver como semejanzas
Cuando leía Borges el año pasado y escribía algunos poemas, yo sé que esos poemas y otras cosas que escribí en aquel momento traían algo de Borges, podría decir olor a Borges (aunque quizás exagere en mi vanidad). Leí Benedetti, y algunas cosas que escribí podrían parecerse. Pero si hoy debiera hacer un ejercicio y plagiar a un escritor, escribir algo tratando de que parezca escrito por algún otro escritor, mi elección sería Cortázar. En su manera de hablar y de escribir, que son indudablemente similares, hay una serie de detalles y de cosas que me fascinan y que me animaría a asumir como propias. Yo pienso, por poner ejemplos de lo que digo, que me gustaría escribir como Borges pero creo que no me saldría escribir como Borges, me gustaría escribir como algunos otros escritores y no sé si me saldría, pero tengo la sensación de que si quisiera escribir como Cortázar si podría, aunque no podría ciertamente igualar su genialidad y quizás no podría siquiera igualar su factor sorpresa, en el sentido de que no sé si podría inventar una manera de escribir que sea una sorpresa para alguien. Hoy terminé de leer un cuento, La señorita Cora, donde lo curioso no es que el cuento está narrado todo el tiempo en primera persona -esto es habitual- sino que la primera persona en un momento es un niño púber, en un momento es la madre, en un momento es un médico, en un momento es una enfermera, en un momento es el amante de una enfermera que también trabaja en un hospital. Aparte de que el cuento en si es muy lindo la técnica en si es sorprendente, y no sé si se me va a ocurrir alguna idea tan original como esa o como escribir un texto que después debe leerse salteando un renglón, donde se leen primero los renglones impares y luego los renglones pares, o tomar el diccionario en una página cualquiera y escribir un párrafo con las palabras de esa hoja sacadas de contexto y de significado; no sé si podría, no se me ocurre como hacer algo que la gente diga “pero mirá, mirá vos, lo que ha escrito Juan”, no sé si podría sorprender así, pero salvando las distancias, el dejar que una lengua vaya y venga y lleve y traiga, y que un texto parezca perderse en algún lado y volver sobre sí mismo, creo que eso podría imitarlo porque lo hago hasta sin intención, normalmente hablo así llevando un discurso que recorre distintos hilos y contrapone situaciones y organiza silogismos sin que yo me de cuenta, de la misma manera en que él sin darse cuenta recubrió el costado de una biblioteca con fotos, postales y dibujos durante un año para percatarse de casualidad de que había dibujado una línea imaginaria desde lo alto del tablón hasta lo bajo, desde la niña que hacía no sé que hasta la cara de Armstrong, el excelentísimo cronopio, haciendo otra cosa.
Hablo con la penosa duda de no saber si lo que estoy diciendo lo dije antes o aun no lo dije. Si estuviera escribiendo sobre papel podría acudir a una relectura de las cosas anteriores, y si estuviera escribiendo sobre papel probablemente tampoco me hubiera pasado esto que me pasó. Por poder dejar mi palabra registrada a la misma velocidad a la cual florece en vez de escribir elegí grabar mi voz, lo cual me obliga después al tedioso ejercicio de la desgrabación, con resultado incierto, porque hasta que no lo desgrabe no conoceré realmente el posible valor que tenga esto para un tercero, evaluación que si usted está leyendo ya hice y fue positiva, y si no será tan sólo un borrador guardado en algún lado, inédito, del cual perderé dominio y control. Debiera si no me convence destruirlo, pero uno quiere tener siempre el testimonio de sus errores, se niega a olvidarlos; sé que si no me gustara debiera romperlo, pero no lo voy a hacer, porque soy inseguro también, y quizás a mi me parezca que no tiene valor pero de todas maneras no confío mucho en mi juicio y dejaré abierta la posibilidad de que alguien algún día lo encuentre y diga ¡mirá!, quién sabe si alguna de mis hijas, quizás la mayor, mi hija la mayor que es tan lectora. Si algún día puedo escribiré en una de las caras de mi esfera soy escritor de profesión, y hago la aclaración porque escritor ya soy, pero hago la aclaración de de profesión porque esa es una de las cosas que no se si seré, si tendré la fortuna de ganarme el sustento a través de la palabra, lo cual sería una alegría importantísima, prescindir de las obligaciones de un mercado laboral impiadoso de horarios y etiquetas y modales, un mercado laboral pretencioso de ritmos predecibles y normas respetadas; la alegría de poder ganarse el sustento haciendo lo que a uno más le gusta y siendo de todo lo que uno es lo que uno más desea.
Hay una idea que quería explicar. La había explicado en una grabación que no se hizo, porque apreté en algún momento sin darme cuenta el botón de interrupción. Decía en eso que ya grabé, y por eso hablo en este momento con miedo, y dudando de si voy a repetir y generar un texto en el cual la gente encuentre duplicidades innecesarias y en el peor de los casos molestas reiteraciones. En eso que ya grabé, o que ya hablé y no grabé para ser más precisos, le había rendido homenaje a un par de cronopios que conozco hace unos meses y considero amigos desde hace poco. Estuve escuchando una larga entrevista a Julio Cortázar hecha por un periodista español hace unos años, unos cuantos años más de los que lleva muerto, escuchando su voz, sus anécdotas, las reiteradas referencias a Paris, ciudad omnipresente en gran parte de Rayuela y en otras muchas de las otras cosas que hasta ahora he conocido. Él ha vivido Paris de la manera en la cual me parece que Paris merece ser vivida, él ha vivido el Paris subterráneo, el Paris oculto, el Paris de los inmigrantes, de los intelectuales, de los marginales –es una palabra que mucho no me gusta, menos aun me gusta la palabra marginalidad, me suena casi una voz policial- él ha vivido el Paris de las almas que se encuentran a compartir cultura, cultura en el sentido más amplio de la palabra y cultura en el sentido más valioso de la palabra, y digo valioso en la acepción que un cronopio le daría a esa palabra. No es lo mismo lo valioso para un cronopio, que puede ser el pez fosforescente del que habla en el Elogio de la idiotez que lo que puede ser valioso para un fama, quizás un auto, de lo que puede ser valioso para un esperanza, que no se me ocurre que pero seguramente debiera poner aquí algún ejemplo doméstico y familiar. Él ha conocido ese Paris y este par de amigos, con los que he recordado viejas épocas y he desempolvado viejos Juanes, también. Este Paris es un Paris que no está tan a la vista, no imagino nunca a un turista japonés o americano con su cámara de fotos descubriendo este Paris. Cuando le comentaba a mi amiga Bárbara el Elogio de la idiotez y la imagen de Cortázar mirando los patos en el Bois de Boulogne sin saber yo que sería el Bois de Boulogne, el bosque de Boulogne me tradujo ella, y escuchar que me dice que lo cruzaba todos los días, digo, eso es conocer Paris, de la misma manera que conocer Buenos Aires no es ir a la calle Caminito, sino vivir a cuatro cuadras de la calle Caminito. Paris no es la tour Eiffel, Paris es otra cosa, que Cortázar conoció y mis amigos conocieron y que yo –apenas- supongo imaginar.
Me hubiera encantado cuando abandonamos a la carrera el archipiélago nipón con mi hermano recordar lo que me había propuesto poco antes de comenzar esa carrera de regreso a la seguridad que me parecía cómoda del Buenos Aires donde vivían mis afectos, y acometer la gesta de llegar a Europa, con 27 años, soltero, con un poco de dinero, en ese momento de la vida en el cual a uno no le preocupa la calidad de un techo o la cantidad de una comida y donde dormir en algo que no sea una cama no representa un dolor de espaldas a la mañana siguiente. Esta es una de las cosas que no fue, pero que me hubiera gustado que sea. Hoy se me hace como más difícil cruzar un puente cuando de este lado del puente hay unas jóvenes almas, mis hijos, mis proyectos de cronopios, a quienes no quisiera extrañar y a quienes no quisiera confiar en mi ausencia a una mujer que tiene en partes iguales y mayoritarias las características de fama y esperanza.
Yo siento como un vacío en mi vida que es no haber vivido una vida más cortazariana. No sé cómo fue la vida de Borges, no sé cómo fue la vida de Kafka, no sé cómo fue la vida de nadie, pero sospecho un poco como ha sido la vida de Cortázar, por lo poco que escuché de su reportaje y por las inferencias y deducciones que hago de lo que leo, digo esa vida, una vida así me hubiera encantado. Hoy una amiga de la juventud, corrijo la expresión, una ex compañera de colegio de la juventud, de la que no fui amigo en aquel momento pero si quisiera ser amigo hoy (voy a dejar una pista, le gusta escribir, igual que a mí, y voy a dejar una pista inconfundible: si, vos, la que tocaba la flauta traversa y me hacia volar en el aire aunque yo el mérito se lo haya asignado a la persona de quien recordaba cantar en francés La vie en rose); hoy –venia diciendo- esta amiga Pato, sube una foto de Cortázar, donde él habla de sí mismo diciendo que no hace prácticamente nada más que cultivar algunas amistades y admirar algunas mujeres y que cada tanto todo eso hace plop y se cae como un castillo de naipes y entonces el junta los naipes y recomienza. Me encantaría que el resto de mi vida fuera así, ya que la anterior no fue de esa manera, o fue de esa manera hasta un determinado momento, y en un determinado momento me dediqué a falsificar la realidad para que fuera como yo necesitaba y cuando me di cuenta del error me fui hacia el otro extremo del péndulo, y hoy quiero ser un poco más cronopio.
Soy entonces un poco de esto, un poco de aquello, un poco de lo otro. Entre la larga lista de cosas que soy soy un poco cronopio, soy un poco fama, aunque esta parte no es de las que reconozco con orgullo sino mas bien con cierta indulgencia, soy un poco esperanza también; yo creo que soy más esperanza que fama, y soy más cronopio que esperanza, aunque haya estado intentando otra cosa durante tanto tiempo.
Todo lo que uno es ¿por que hace falta decirlo?. Que queremos hacer cuando decimos soy una cosa o soy otra. Según el auditorio al cual me dedique soy distintas cosas. Si me pusieran como ejercicio definirme en tres, cuatro atributos, me dijeran: señor Ceferino conjugue en tiempo presente en primera persona del singular el verbo ser y atrás diga las cuatro primeras palabras que se le ocurran, y diga soy esto aquello y lo otro, soy esto aquello y lo otro no van a ser lo mismo si se lo digo a un amigo, a una amiga, a una pareja, a un vecino, a un turista, a un sacerdote o a quien fuera. Entonces, a partir del momento en el cual empezamos a decir soy algo empezamos a mentir, porque destacamos una cosa y escondemos las otras, quizás entre famas y esperanzas tenga mucho sentido decir soy esto, soy aquello, soy lo otro; un fama seguramente nombrara su profesión, un esperanza seguramente nombrara su estado civil y su edad, y yo, que, digamos, soy presumido de lo que considero mis virtudes, soy cronopio, digo esto considerando ser cronopio una virtud, yo solo digo que soy esta voz, y agrego esta voz en este cuerpo, para quienes me conozcan personalmente.
(1) La palabra canalla también tiene otras connotaciones, y uno puede ser canalla o no, pero en general un canalla desconoce su condición hasta que sus víctimas lo anotician de su clase, momento a partir del cual ratificará el juicio popular negando serlo.
(2) La forma de cubo es fácilmente reconocible en elementos generalmente plásticos o acrílicos, popularmente asociados al azar, de aristas sutilmente suavizadas, cuyas caras tienen distintas identificaciones, siendo la convención más usual numerarlas del uno al seis, aunque hay ejemplos con plumas y coronas y otros sistemas de valorización. El común de la gente los denomina dados.
martes, 7 de agosto de 2012
Caminando
Empecé otra vez, en Brasil al 800, este juego tan propio de hablar para mí mismo relatando el paisaje de una Buenos Aires horriblemente gris, triste, apagada. No sé si es la hora, quizás el frío, quizás un malhumor colectivo que invade a la gente: hace un rato largo que camino y no cruzo con nadie que se sonría; la gente va seria, circunspecta, distraída, concentrada, cada cual en lo suyo.
Voy a doblar. Me gusta caminar por las calles más vacías. Me desagrada especialmente el ruido de los colectivos, esos paquidermos que inventamos hace casi un siglo, uno más de los orgullos que tenemos los porteños (orgullo no sé de qué), esas monstruosidades donde la gente se hacina y se empeña en estar sola mientras la gente la rodea. Veinte soledades, treinta, cuarenta, cincuenta soledades, ¿quién da más?, soledades arriba de soledades, soledades que se buscan, hay solos que buscan en los colectivos, hay solos que encuentran, hay gente que esquiva. Se habla poco. El que habla en un colectivo es el raro. No es un lugar para hablar, es un lugar para viajar. La gente gusta de sufrir en esos viajes y se empecina en ir callada, mirando para afuera, mirando para arriba, mirando para abajo, mirando todo menos la persona de al lado.
Elegí la calle hoy, aprovechando cierta cantidad de tiempo, aprovechando ciertas ganas, aprovechando un espíritu que de alguna manera me rejuvenece, ir mirando. Una araucaria joven, veo de pronto acá en Perú y esta avenida, San Juan, una araucaria que tendrá no tantos años. Alguien más decidido que yo la habrá plantado hace quince, veinte años, quizás para la misma época en que conocí las araucarias y encontré que era un árbol que me gusta, me gusta su forma, la forma de sus hojas. Hay dos formas básicas del árbol de araucaria, yo las llamo la forma huevo y la forma paraguas: la forma huevo es un árbol que visto de lejos es un huevo con un pie, es un huevo verde, brillante, y la forma paraguas es un palo desgarbado, y unas ramitas en la punta que se van para arriba.
Algunas veces regalé pedazos de araucaria, para sorpresa de un amigo, para sorpresa de una candidata. Cuando a esta chica le regalé una rama de araucaria, no una rama, una hoja -o una rama, no se técnicamente como catalogarlo- , la miró y me dijo tiene pinches, y con una mirada socarrona, que mi timidez no me permitió traducir me dijo tiene pinches como si el hecho de que tuviera pinches le impidiera hacer algo en particular con ella. Y a mi amigo Julio, le regalé el extremo de una rama, una cosa que lo sorprendió. A mí me desilusionó un poco su sorpresa, cuando (para un cumpleaños creo que fue) le regalé eso que era una de mis cosas, era un adorno de mi casa, ni más ni menos, un adorno del departamento, del primer departamento de la calle O’Higgins, mi primer intento de volverme independiente.
Tuve y desgrané una piña de araucaria, un proyectil mortal en su caída al piso, muchos kilos, muchos kilos y muy duros, muy compactos. Tuve una piña, la desgrané y una por una extraje las semillas y tuve una fuente con las semillas de araucaria, también de adorno. Y alguna semilla se plantó y de ahí salió una araucaria que creció hasta adonde pudo condenada en una maceta estrecha. Llegó a tener unos cuarenta centímetros de alto, quizás menos, quizás cuarenta con la maceta. Caso raro, una araucaria bifurcada, una araucaria de doble tronco, y ahora cuando vi esta araucaria hace cuatro o cinco cuadras pensé ¿porque me gusta coleccionar estas pequeñas desilusiones?. Esa araucaria que acabo de ver tiene los mismos años probablemente que aquella de la maceta, y quizá menos. La araucaria de la maceta, la bifurcada, es una más de las cosas que pudieron ser y no fueron, y este empecinarse en no hacer lo que uno quiere: no me alcanzaron catorce años en una casa para plantar una araucaria. Planté una criptomeria, un liquidámbar, una camelia, planté jazmines, planté césped, planté un jacarandá y no sé cuantas plantas más, pero esta es la paradoja, el árbol que más me gusta, el árbol que si debiera elegir uno elegiría, este no lo planté. Es toda una metáfora. Es toda una metáfora esto que acabo de decir, y es absolutamente cierto, al mismo tiempo.
San Telmo es el lugar que desando ahora, porque quiso la fortuna, y probablemente la fortuna de la buena, que no haya subtes hoy. En vez de estar atrincherado en un colectivo hubiera estado atrincherado en un subte, pensando en leer si es que se puede, o mirando la gente. Hace unos años también caminaba por acá, no ha cambiado tanto en estos años. La última vez que caminé estas cuadras aun tenía tres hijos y un montón de proyectos de futuro sin enterrar. Buenos Aires ya no es tan bueno, no son tan buenos los aires, pero con todo lo que han cambiado algunos barrios hay una cosa en San Telmo que resiste, como resisten algunas plantas que me gusta ver, helechos, hierbas, y hasta algún arbolito que por la obra de un pájaro y del viento y de la lluvia y de la casualidad se empeña en poner sus raíces donde no estaba previsto. Temo a veces por la suerte de esos balcones viejos, descascarados, en los que una raíz se esmera por abrirse paso, encontrando donde asirse, encontrando como sostenerse, encontrando como crecer a pesar de lo impropio del lugar que le ha tocado.
Crecer es un poco un maleficio, crecer es una obligación, crecer es un ejercicio inevitable al que me resisto porque hay algo de Peter Pan en mí, hay un interés en no dejar que la civilización occidental y cristiana y los valores de la moral y las buenas costumbres y la educación y las maneras y los modos se cumplan. Me gusta mirar todo con ojos de niño, no por encontrarme la mirada infantil sino por permitir que las cosas me sorprendan, por permitir que una tapita de cerveza boca arriba en un charco se convierta en un navío o por considerar importante apostar conmigo mismo si un auto llega o no a cruzar la bocacalle de un semáforo verde o se detiene.
Me causa muchísima gracia ver como la gente me ve hablando solo por la calle a un auricular. De lejos tendrán la visión de una persona que se vale de la técnica y está hablando con alguien de cosas amenas, porque de pronto me sonrío, y el que me tiene cerca percibe que algo no está bien en mi cabeza, porque el movimiento podría ser el de la conversación telefónica larga y distendida, pero lo que hablo es otra cosa. Quien está al lado, quien escucha, quien tiene una presencia más cercana a mí mismo, mira en un estado que no sé si es de sorpresa o de confusión pero nunca va a ser de envidia, porque la gente normal no envidia la locura, la gente normal piensa que la locura es un castigo.
Yo no sé, nunca terminé de entender la clasificación en cronopios, famas y esperanzas. Digo mal cuando digo que no la entiendo, pero en la clasificación que entiendo, en la manera en que la entiendo, falta toda una categoría, que es el relleno, que es lo gris. Falta lo –entre comillas- normal, falta el día a día, falta no en la interpretación económica del término socioeconómico sino en la interpretación social del término socioeconómico, en esta clasificación de cronopios, famas y esperanzas me falta la clase media-media. Hay una importantísima cantidad de gente que para mí no es ninguna de estas tres cosas. Quizás sean un poco esperanzas, pero los esperanzas no debieran leer los diarios, mirar telenovelas y noticiosos por televisión.
Nos vamos acercando a destino. Llegamos a la parte peatonal de Florida, se pone linda, donde Florida se pone linda y empieza la varieté. Un poco temprano aun, acá en la primera cuadra no veo ni una guitarra ni un mimo ni una estatua viviente, casi que el único piantado que estoy viendo soy yo, y algunos artesanos que empiezan a armar.
¡Que árbol! ¿Quién abrigó este árbol con crochets y corazones?, ¿Y porque nadie lo mira?. Esto es una foto. Un fresno, no, no es un fresno, no sé que árbol es; sin una hoja, joven, flaco, desgarbado, con la corteza sucia de tanto hollín, vestido con una bufanda de colores simpatiquísima, y su silueta recostada contra un vidrio, el frente espejado de un edificio de oficinas, donde un montón de grises estarán llegando y saludando y tomando el café y hablando entre ellos: ¿viste lo que pasó con Fulano?, si y esto otro y aquello y Cristina y el presidente y el ministro y que pasará con este partido de futbol tan importante; fulanita se separó, los chicos bien, mañana el colegio y la nena con fiebre, y todo eso es importante, pero ver las nubes que se mueven entre un montón de cuadraditos de espejo, las nubes que van pasando, van pasando, van pasando, y entre todos esos espejos hay uno, un osado que da la nota, y abre un poquito la ventana. Ese debe ser mi lugar, probablemente.
Voy a doblar. Me gusta caminar por las calles más vacías. Me desagrada especialmente el ruido de los colectivos, esos paquidermos que inventamos hace casi un siglo, uno más de los orgullos que tenemos los porteños (orgullo no sé de qué), esas monstruosidades donde la gente se hacina y se empeña en estar sola mientras la gente la rodea. Veinte soledades, treinta, cuarenta, cincuenta soledades, ¿quién da más?, soledades arriba de soledades, soledades que se buscan, hay solos que buscan en los colectivos, hay solos que encuentran, hay gente que esquiva. Se habla poco. El que habla en un colectivo es el raro. No es un lugar para hablar, es un lugar para viajar. La gente gusta de sufrir en esos viajes y se empecina en ir callada, mirando para afuera, mirando para arriba, mirando para abajo, mirando todo menos la persona de al lado.
Elegí la calle hoy, aprovechando cierta cantidad de tiempo, aprovechando ciertas ganas, aprovechando un espíritu que de alguna manera me rejuvenece, ir mirando. Una araucaria joven, veo de pronto acá en Perú y esta avenida, San Juan, una araucaria que tendrá no tantos años. Alguien más decidido que yo la habrá plantado hace quince, veinte años, quizás para la misma época en que conocí las araucarias y encontré que era un árbol que me gusta, me gusta su forma, la forma de sus hojas. Hay dos formas básicas del árbol de araucaria, yo las llamo la forma huevo y la forma paraguas: la forma huevo es un árbol que visto de lejos es un huevo con un pie, es un huevo verde, brillante, y la forma paraguas es un palo desgarbado, y unas ramitas en la punta que se van para arriba.
Algunas veces regalé pedazos de araucaria, para sorpresa de un amigo, para sorpresa de una candidata. Cuando a esta chica le regalé una rama de araucaria, no una rama, una hoja -o una rama, no se técnicamente como catalogarlo- , la miró y me dijo tiene pinches, y con una mirada socarrona, que mi timidez no me permitió traducir me dijo tiene pinches como si el hecho de que tuviera pinches le impidiera hacer algo en particular con ella. Y a mi amigo Julio, le regalé el extremo de una rama, una cosa que lo sorprendió. A mí me desilusionó un poco su sorpresa, cuando (para un cumpleaños creo que fue) le regalé eso que era una de mis cosas, era un adorno de mi casa, ni más ni menos, un adorno del departamento, del primer departamento de la calle O’Higgins, mi primer intento de volverme independiente.
Tuve y desgrané una piña de araucaria, un proyectil mortal en su caída al piso, muchos kilos, muchos kilos y muy duros, muy compactos. Tuve una piña, la desgrané y una por una extraje las semillas y tuve una fuente con las semillas de araucaria, también de adorno. Y alguna semilla se plantó y de ahí salió una araucaria que creció hasta adonde pudo condenada en una maceta estrecha. Llegó a tener unos cuarenta centímetros de alto, quizás menos, quizás cuarenta con la maceta. Caso raro, una araucaria bifurcada, una araucaria de doble tronco, y ahora cuando vi esta araucaria hace cuatro o cinco cuadras pensé ¿porque me gusta coleccionar estas pequeñas desilusiones?. Esa araucaria que acabo de ver tiene los mismos años probablemente que aquella de la maceta, y quizá menos. La araucaria de la maceta, la bifurcada, es una más de las cosas que pudieron ser y no fueron, y este empecinarse en no hacer lo que uno quiere: no me alcanzaron catorce años en una casa para plantar una araucaria. Planté una criptomeria, un liquidámbar, una camelia, planté jazmines, planté césped, planté un jacarandá y no sé cuantas plantas más, pero esta es la paradoja, el árbol que más me gusta, el árbol que si debiera elegir uno elegiría, este no lo planté. Es toda una metáfora. Es toda una metáfora esto que acabo de decir, y es absolutamente cierto, al mismo tiempo.
San Telmo es el lugar que desando ahora, porque quiso la fortuna, y probablemente la fortuna de la buena, que no haya subtes hoy. En vez de estar atrincherado en un colectivo hubiera estado atrincherado en un subte, pensando en leer si es que se puede, o mirando la gente. Hace unos años también caminaba por acá, no ha cambiado tanto en estos años. La última vez que caminé estas cuadras aun tenía tres hijos y un montón de proyectos de futuro sin enterrar. Buenos Aires ya no es tan bueno, no son tan buenos los aires, pero con todo lo que han cambiado algunos barrios hay una cosa en San Telmo que resiste, como resisten algunas plantas que me gusta ver, helechos, hierbas, y hasta algún arbolito que por la obra de un pájaro y del viento y de la lluvia y de la casualidad se empeña en poner sus raíces donde no estaba previsto. Temo a veces por la suerte de esos balcones viejos, descascarados, en los que una raíz se esmera por abrirse paso, encontrando donde asirse, encontrando como sostenerse, encontrando como crecer a pesar de lo impropio del lugar que le ha tocado.
Crecer es un poco un maleficio, crecer es una obligación, crecer es un ejercicio inevitable al que me resisto porque hay algo de Peter Pan en mí, hay un interés en no dejar que la civilización occidental y cristiana y los valores de la moral y las buenas costumbres y la educación y las maneras y los modos se cumplan. Me gusta mirar todo con ojos de niño, no por encontrarme la mirada infantil sino por permitir que las cosas me sorprendan, por permitir que una tapita de cerveza boca arriba en un charco se convierta en un navío o por considerar importante apostar conmigo mismo si un auto llega o no a cruzar la bocacalle de un semáforo verde o se detiene.
Me causa muchísima gracia ver como la gente me ve hablando solo por la calle a un auricular. De lejos tendrán la visión de una persona que se vale de la técnica y está hablando con alguien de cosas amenas, porque de pronto me sonrío, y el que me tiene cerca percibe que algo no está bien en mi cabeza, porque el movimiento podría ser el de la conversación telefónica larga y distendida, pero lo que hablo es otra cosa. Quien está al lado, quien escucha, quien tiene una presencia más cercana a mí mismo, mira en un estado que no sé si es de sorpresa o de confusión pero nunca va a ser de envidia, porque la gente normal no envidia la locura, la gente normal piensa que la locura es un castigo.
Yo no sé, nunca terminé de entender la clasificación en cronopios, famas y esperanzas. Digo mal cuando digo que no la entiendo, pero en la clasificación que entiendo, en la manera en que la entiendo, falta toda una categoría, que es el relleno, que es lo gris. Falta lo –entre comillas- normal, falta el día a día, falta no en la interpretación económica del término socioeconómico sino en la interpretación social del término socioeconómico, en esta clasificación de cronopios, famas y esperanzas me falta la clase media-media. Hay una importantísima cantidad de gente que para mí no es ninguna de estas tres cosas. Quizás sean un poco esperanzas, pero los esperanzas no debieran leer los diarios, mirar telenovelas y noticiosos por televisión.
Nos vamos acercando a destino. Llegamos a la parte peatonal de Florida, se pone linda, donde Florida se pone linda y empieza la varieté. Un poco temprano aun, acá en la primera cuadra no veo ni una guitarra ni un mimo ni una estatua viviente, casi que el único piantado que estoy viendo soy yo, y algunos artesanos que empiezan a armar.
¡Que árbol! ¿Quién abrigó este árbol con crochets y corazones?, ¿Y porque nadie lo mira?. Esto es una foto. Un fresno, no, no es un fresno, no sé que árbol es; sin una hoja, joven, flaco, desgarbado, con la corteza sucia de tanto hollín, vestido con una bufanda de colores simpatiquísima, y su silueta recostada contra un vidrio, el frente espejado de un edificio de oficinas, donde un montón de grises estarán llegando y saludando y tomando el café y hablando entre ellos: ¿viste lo que pasó con Fulano?, si y esto otro y aquello y Cristina y el presidente y el ministro y que pasará con este partido de futbol tan importante; fulanita se separó, los chicos bien, mañana el colegio y la nena con fiebre, y todo eso es importante, pero ver las nubes que se mueven entre un montón de cuadraditos de espejo, las nubes que van pasando, van pasando, van pasando, y entre todos esos espejos hay uno, un osado que da la nota, y abre un poquito la ventana. Ese debe ser mi lugar, probablemente.
sábado, 4 de agosto de 2012
Adivinanza
¿Es o se hace?
y cuando devuelvo la pregunta
la sopesan ignorantes los oscuros,
¿acaso se hace el tiempo, o el agua?
No se hace, sólo es
como un distraído olor a lavandas en el aire
que de pronto se diluvia sobre uno;
amanece la cara, la luna se hace verbo,
y el péndulo va y viene de lo eterno a lo fugaz;
mientras el espejo nos desnuda urgidos y desiertos
una obstinada presencia nos sigue como sombra
y cuando devuelvo la pregunta
la sopesan ignorantes los oscuros,
¿acaso se hace el tiempo, o el agua?
No se hace, sólo es
como un distraído olor a lavandas en el aire
que de pronto se diluvia sobre uno;
amanece la cara, la luna se hace verbo,
y el péndulo va y viene de lo eterno a lo fugaz;
mientras el espejo nos desnuda urgidos y desiertos
una obstinada presencia nos sigue como sombra
repitiéndonos un nombre en cada lugar vacío,
hasta que el milagro condensa sobre dos
y el eco y la voz se confunden y se hermanan.
Es cuando quiere,
cuando no quiere no,
es cuando sabe, y él sabe cuando,
vaya si lo sabe, o venga,
es igual,
aparece cuando no se lo nombra,
y se encuentra donde y cuando no se busca.
Se recibe,
se descubre,
se comparte,
se acepta y se niega,
se esconde y se muestra,
se tiene y se declara,
es y no se hace, se celebra,
es y se celebra y se hace carne.
hasta que el milagro condensa sobre dos
y el eco y la voz se confunden y se hermanan.
Es cuando quiere,
cuando no quiere no,
es cuando sabe, y él sabe cuando,
vaya si lo sabe, o venga,
es igual,
aparece cuando no se lo nombra,
y se encuentra donde y cuando no se busca.
Se recibe,
se descubre,
se comparte,
se acepta y se niega,
se esconde y se muestra,
se tiene y se declara,
es y no se hace, se celebra,
es y se celebra y se hace carne.
viernes, 3 de agosto de 2012
Viernes gris
Es viernes, y me asalta un humor de perros. En un primer momento, paso revista al día, y no ha sucedido nada especialmente serio o grave o malo para que me gane esta sensación de disgusto; alguna que otra contrariedad, pero cosas nimias. Poco me importa en realidad que el perro del vecino ensucie y que el vecino no limpie, tampoco me afecta no haber tenido la suerte de ser atendido sin demoras en ese local, ni haberme dejado ganar por la impaciencia y retirarme, ni el encono de mi hija mayor por no tener hoy su nuevo teléfono. Podría darle entidad a las lombrices a las que la humedad obliga a salir del piso, prestas a solidarizarse entre ellas y estorbar revolcándose en mi camino, inoportunas, o al reiterado y previsible –comprensible quizás- destrato que recibo en cuotas, pero mi ánimo esta templado en todas estas agonías y no reconozco en nada de eso un filo capaz de lastimarme.
No ha sido un mal día, en modo alguno. Pude terminar o casi un nuevo espejo, con un nivel de prolijidad y paciencia dedicada que me sorprende, y cerré la tarde con importantes avances en uno de los dos costados que mas me duelen, aunque no pueda aplicar aquí el saber popular –lo urgente no deja tiempo a lo importante- porque es un costado urgente e importante y necesario también, aunque en menor medida que el otro, el que no logro sanar, lo mire por donde lo mire.
Quizás esta promesa de luz al final del túnel sea lo que acaba de aclarar las causas de este malestar, tal vez causa única, y cruel paradoja, esta sensación áspera se debe a la falta que me hace ver el sol. Todas las horas fueron grises, y en el momento del día en que el sol está más alto, a la hora de asomarse y entibiarse, un eclipse inoportuno me privó de sus caricias, y la peligrosa perspectiva de no verlo un par de días lo explican todo.
No ha sido un mal día, en modo alguno. Pude terminar o casi un nuevo espejo, con un nivel de prolijidad y paciencia dedicada que me sorprende, y cerré la tarde con importantes avances en uno de los dos costados que mas me duelen, aunque no pueda aplicar aquí el saber popular –lo urgente no deja tiempo a lo importante- porque es un costado urgente e importante y necesario también, aunque en menor medida que el otro, el que no logro sanar, lo mire por donde lo mire.
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