Supe, hace muchos años, escribir en un espejo que hoy no existe: “Quiero ser libre. Absolutamente”. Lo escribí una vez, y lo leí muchas veces. Fue un instante de lucidez, en el que me dejé a mí mismo el recordatorio, y verme al espejo, la rutina de mirarme, era al mismo tiempo la rutina de ver a una persona –un yo visto por mí mismo, desde afuera de él- y ese mensaje, una más de las tantas anclas y referencias que me dejé, para el día que volviera, una colección de símbolos y señales, algunos permanentes, otros de impredecible utilidad, como las migas de pan de Hansel y Gretel, un rapto de lucidez inconsciente de la trascendencia del acto y su consecuencia, quizás más genuino que este otro, en el que escribo estas líneas, sin poder ignorar que volveré sobre ellas, y sin poder evitar elegir qué cosas me digo y de qué modo. Aun escribo desde afuera de mí. Aun no estoy sentado frente al teclado, sino detrás de mí mismo, dictándome al oído, mirando cómo suena mi voz.
El hombre arriesga
cada vez que elije, y eso lo hace libre. Gracias Alterio. Me preguntaba recién a que le
llamo ser libre, de que se trata. Peor aún, la libertad absoluta. Las
libertades parciales son evidentes: libre de vicios, libre de jefes, libre de
horarios, libre de deudas, libre del televisor, libre de la rutina. Todas esas
libertades, y cuantas otras, son libertades a posteriori, son libertades pero también
son liberaciones. Podría hacer uso de mi
libertad, y elegir no liberarme, disfrutar de los vicios y los jefes y los horarios
y las deudas y el televisor y la rutina; poder elegir algo y poder no elegirlo,
poder elegir una cosa u otra opuesta, la libertad es ese instante, en el cual
realizamos la elección, y quizás no dure más que eso.
Para los cuerdos –mal que me pese, lo soy- la libertad absoluta es una
quimera. Uno ve un loco, encerrado en su locura, preso de ella, e imagina que
ha perdido la libertad. Pero para uno, siempre acechado por la lógica y la
conciencia, la libertad es una ilusión, porque hacemos uso de ella cada vez que
elegimos, y luego, apenas luego, caemos presos de la elección tomada. No hay
tal grado de libertad, no hay a la sombra de la conciencia una libertad total
y omnipresente, lo que tenemos son innumerables oportunidades de elegir. Podría,
aquí y ahora, borrar esto que escribí, pero no quiero; podría tomar la notebook
y revolearla contra un ventanal, o prender fuego la casa, o afeitarme la cabeza,
o salir desnudo a la calle, o matarme. Soy libre de todo eso, pero también soy
libre de no hacerlo, y como soy un poco timorato y un poco tibio, dejo para
otro día tomar las elecciones cuyas consecuencias son más difíciles de retrotraer.
La caridad bien entendida empieza por casa. La libertad también. Los ratos
de inconsciencia son breves, escasos. Es ahí, en ese momento, cuando Pepe
Grillo descansa, cuando la libertad asoma. El resto del tiempo, vamos de ilusión
en ilusión, de celda en celda.
Somos libres, de dejarnos llevar por la corriente, o de elegir ir en su
contra. Cuando vamos remontando el rio, el esfuerzo se multiplica, pero cuando
decidimos descenderlo, dejarlo que fluya libremente,
decimos que elegimos que fluya, y escondemos que no elegimos el cauce.
No hay mayor libertad que la renuncia. Hace un tiempo escribí esto, y
alguien lo aplaudió. Ahora, ya no puedo pensarlo libremente, porque cuando lo
recuerdo aparece una voz en off aprobándolo. Volviendo a lo que iba, es así: no
hay ningún merito en renunciar a lo que no se precisa, la renuncia que vale, la
que libera, es aquella por la que dejamos de lado lo que nos es necesario.
Y estoy aquí, con ganas de renunciar. Pero sin saber a qué. Mientras
tanto, ejercito mi libertad de elegir. No me despego de mi mismo, no me despego
de mi consciencia, pero al menos me permito distraerme de la lógica, y cambiar
de opinión a cada rato. Eso, que algunos llaman –con cierto desprecio- incoherencia,
también es un grado de libertad, y a ese no renuncio.
Ahhh no puedo creer lo que me pasó
ResponderEliminarHabía dejado un comentario de alta sesudez (porque tu post me puso a pensar y filosofar y peroratear) y no sé qué toqué y se volatilizó grrrrrrrr!!!!!
No
Nooooo
Nooooooooooooooooo
Bueno, te decía algo así como que este post me parece un grito (no me va a salir ni por asomo como lo había dicho, porque ahora estoy envuelta en llamas de bronca grrrr)
El grito desesperado del que cae de un edificio o algo así, y grita no por timorato o tibio o incoherente, sino por supervivencia, porque el aire de sus pulmones escapa alivianando la carga y esperando el choque y el nokaut.
Y te decía también que en casos así, de caída o derrumbe hay que cuidar el cuerpo, que la caída no suceda allí dentro, que nada pueda lastimarnos y menos lastimarse uno mismo dejándose caer, primero la vida y luego el resto. No sé, vos hablabas de libertad, una forma de ser libre es acabar con todo, pero no me parece buen plan. Un buen plan es atravesar la caída y ponerse resortes en los pies o algo que amortigüe el golpe, para que haya un después.
Te decía también, pero mejor que ahora, que estuve leyendo casualmente a Vicente Huidobro y su enorme poema Altazor, te lo recomiendo, habla de esto y lo podés encontrar completito por internet.
Ánimo che, que esto no se acaba acá, lo decía Porcheto no?
Bueno, pues eso ¡¡grite fuerte y cuídese!!
Saludos!
Pato ... me quedo con ganas de saber lo que no fue.
EliminarEscribi los comentarios en un Word, y pegalos despues!!!